19/04/2017, 04:03
—¡Vade! —gritó, entusiasmada. Luego echó a correr hacia las escaleras, y voló prácticamente hasta los confines de su habitación.
Cuando Reika hubiese tomado el mismo rumbo que la joven, se encontraría con una de las habitaciones más coloridas, vívidas y pintorescas que hubiese visto alguna vez. Era la viva definición de la extrema atención dada por un padre reflejada en una decoración extravagante, juvenil y femenina que probablemente provenía de la excesiva atención que el hombre le daba a su pequeña. No sería raro pensar en que el padre de Inaru pudiera ser un tipo que además de sobre proteger a su hija, la complace en exceso; teniendo en cuenta que hasta ahora no había signos de una madre, hasta ahora ausente en todas las conversaciones.
Las paredes eran rosa, con franjas de un lila más opaco. Tenía una inmensa cama adornada con sábanas de flores, barandas en los costados y una colorida y deliciosa alfombra de felpa acariciándoles los pies. En los estantes de los costados había sólo un par de fotos de algunos familiares, y el resto de gabinetes tendrían ropa, seguramente, en su interior.
Y más allá, cerca de la ventana, un inmenso mural de muñecas adornaba incesante toda la pared. Eran unas veinte al menos y ninguna lucía igual, ni mucho menos. Peinados diferentes, incluso tamaños, y también colores.
Estaba muy alto para Inaru alcanzar alguna. Entonces volteó, esperando ver a su niñera ya cerca de ella, y le señaló una en particular.
Era rubia, como Reika.
—Ella. Aún no le he puesto nombre... ¿te importa si le damo Deika-san?
Cuando Reika hubiese tomado el mismo rumbo que la joven, se encontraría con una de las habitaciones más coloridas, vívidas y pintorescas que hubiese visto alguna vez. Era la viva definición de la extrema atención dada por un padre reflejada en una decoración extravagante, juvenil y femenina que probablemente provenía de la excesiva atención que el hombre le daba a su pequeña. No sería raro pensar en que el padre de Inaru pudiera ser un tipo que además de sobre proteger a su hija, la complace en exceso; teniendo en cuenta que hasta ahora no había signos de una madre, hasta ahora ausente en todas las conversaciones.
Las paredes eran rosa, con franjas de un lila más opaco. Tenía una inmensa cama adornada con sábanas de flores, barandas en los costados y una colorida y deliciosa alfombra de felpa acariciándoles los pies. En los estantes de los costados había sólo un par de fotos de algunos familiares, y el resto de gabinetes tendrían ropa, seguramente, en su interior.
Y más allá, cerca de la ventana, un inmenso mural de muñecas adornaba incesante toda la pared. Eran unas veinte al menos y ninguna lucía igual, ni mucho menos. Peinados diferentes, incluso tamaños, y también colores.
Estaba muy alto para Inaru alcanzar alguna. Entonces volteó, esperando ver a su niñera ya cerca de ella, y le señaló una en particular.
Era rubia, como Reika.
—Ella. Aún no le he puesto nombre... ¿te importa si le damo Deika-san?