19/04/2017, 13:17
Ajena a la maniobra pinza que estaba sufriendo, la pelirosa se afanaba en reunir todo lo que podía y clasificarlo en sus dos montoncitos. Había que reconocer que el trabajo le estaba gustando, casi se había olvidado de todo lo pasado para llegar al lugar e incluso de que se encontraba en una habitación rodeada por extrañas y feroces criaturas.
En una de las vueltas para colocar una caja de tomate en conserva, notó como algo rozaba su pierna. Se dio la vuelta lentamente, un tanto nerviosa pues no sabía muy bien que iba a encontrarse de frente. Nada más girarse se encontró frente a ella una enorme bola de pelo, apoyada sobre sus patas traseras, orejillas echadas hacia atrás y un largo hocico en forma de cono que daba un peculiar aspecto a la cabeza de aquel animal, con el cual la olisqueaba de forma curiosa.
Izumi ladeo la cabeza, aún con la lata de tomate entre sus manos —¡Qué mono!— lanzó la lata de tomate hacia atrás para liberar las manos y tratar de abrazar al animal como si de un osito de peluche se tratara. Al contrario que la mayoría de las chicas, la kunoichi era una amante de los lagartos y cualquier animal peludo o achuchable que se le cruzase —¡¿Qué eres tu pequeñajo?!— le pregunto de forma retórica con la voz con la que se habla a los cachorritos o bebés
En una de las vueltas para colocar una caja de tomate en conserva, notó como algo rozaba su pierna. Se dio la vuelta lentamente, un tanto nerviosa pues no sabía muy bien que iba a encontrarse de frente. Nada más girarse se encontró frente a ella una enorme bola de pelo, apoyada sobre sus patas traseras, orejillas echadas hacia atrás y un largo hocico en forma de cono que daba un peculiar aspecto a la cabeza de aquel animal, con el cual la olisqueaba de forma curiosa.
Izumi ladeo la cabeza, aún con la lata de tomate entre sus manos —¡Qué mono!— lanzó la lata de tomate hacia atrás para liberar las manos y tratar de abrazar al animal como si de un osito de peluche se tratara. Al contrario que la mayoría de las chicas, la kunoichi era una amante de los lagartos y cualquier animal peludo o achuchable que se le cruzase —¡¿Qué eres tu pequeñajo?!— le pregunto de forma retórica con la voz con la que se habla a los cachorritos o bebés