≫¿Y qué tal el Valle del Fin?
—Oh, no hay lugar más majestuoso… —dijo Hirami, mirando la nota que le mostraba su hija. —Fue una de mis… nuestras últimas paradas. Tu padre y yo almorzamos a los pies del Shōdaime Arashikage. Claro, con… con todo respeto. Dedícale una reverencia a cada ancestro… y no dejes… no dejes nada.
Taeko había asentido, contenta. Se había preparado y salido al día siguiente, con la intención de seguir su campaña personal: visitar todos los lugares en los que habían estado sus padres.
No sabía de qué dirección habían arribado sus progenitores, pero Taeko, después de viajar hacia el sur (y un poco hacia el oeste), tuvo que rodear las estructuras rocosas, llenas de árboles, para poder entrar al valle. Si hubiese seguido en la misma dirección, habría acabado en la orilla de la cascada. Sí, habría sido una vista diferente e impresionante, pero la chica quería admirar el lago de más cerca, y mirar a las estatuas hacia arriba.
Vestía uno de sus ya característicos hanfu, esta vez uno amarillo con detalles rojos, que le llegaba a la rodilla; un ancho obi y pantalones negros, y sus zapatos rojo oscuro. Llevaba consigo algunos bocadillos que había comprado en un pueblo en el camino, una muda de ropa, algunos utensilios pequeños y su conjunto completo de shodō. Tenía pensado usar el agua del lago para hacer la tinta. Aunado a ello, portaba como siempre sus armas, guardadas en su portaobjetos. A diferencia de cuando visitó el País de la Tierra, no consideró imprudente mostrar su bandana, así que la portaba como siempre, en su vientre.
Al llegar, soltó un mudo “Ooh” al ver las imponentes estatuas de los antiguos Kages. En ese sitio se había luchado la más grande de las batallas, hacía ya mucho tiempo. Se sentía un aura intimidante y a la vez de respeto en el ambiente.
”Aquí estuvieron también ellos. ¿Hace cuánto fue? ¿Ya estaría yo en el vientre de mamá? ¿Cuánto haría falta para…? ¿Para…?”. No se animó ni a pensar en las palabras “para que mi padre muriera”.
Dejó su mochila en el suelo y, juntando las manos, le dedicó una profunda reverencia a Uzumaki Shiomaru y una a Koichi Riona. No obstante, después de hacer la tercera reverencia, vio cerca de la estatua de Sumizu Kouta un par de personas. Un varón de cabellos blancos y piel pálida, casi como un fantasma, y una chica de cabellos oscuros y rostro infantil.
"¿Vendrán también de visita? No debo bajar la guardia."
Caminó con cautela por el borde del lago hacia la estatua del Arashikage, pues era donde planeaba comer sus bocadillos y escribir algo. No quiso acercarse mucho a los desconocidos, pues no quería parecer hostil, pero tampoco quería dar la impresión de querer esconderse. Si se fijaban en ella, les saludaría con la mano y una sonrisa amable.
Pero por mientras se sentó sobre la roca, a unos diez metros de las personas, y comenzó a sacar sus cosas mientras veía a la chica acercarse al agua.
"Tal vez solo son viajeros queriendo refrescarse..."
—Oh, no hay lugar más majestuoso… —dijo Hirami, mirando la nota que le mostraba su hija. —Fue una de mis… nuestras últimas paradas. Tu padre y yo almorzamos a los pies del Shōdaime Arashikage. Claro, con… con todo respeto. Dedícale una reverencia a cada ancestro… y no dejes… no dejes nada.
Taeko había asentido, contenta. Se había preparado y salido al día siguiente, con la intención de seguir su campaña personal: visitar todos los lugares en los que habían estado sus padres.
No sabía de qué dirección habían arribado sus progenitores, pero Taeko, después de viajar hacia el sur (y un poco hacia el oeste), tuvo que rodear las estructuras rocosas, llenas de árboles, para poder entrar al valle. Si hubiese seguido en la misma dirección, habría acabado en la orilla de la cascada. Sí, habría sido una vista diferente e impresionante, pero la chica quería admirar el lago de más cerca, y mirar a las estatuas hacia arriba.
Vestía uno de sus ya característicos hanfu, esta vez uno amarillo con detalles rojos, que le llegaba a la rodilla; un ancho obi y pantalones negros, y sus zapatos rojo oscuro. Llevaba consigo algunos bocadillos que había comprado en un pueblo en el camino, una muda de ropa, algunos utensilios pequeños y su conjunto completo de shodō. Tenía pensado usar el agua del lago para hacer la tinta. Aunado a ello, portaba como siempre sus armas, guardadas en su portaobjetos. A diferencia de cuando visitó el País de la Tierra, no consideró imprudente mostrar su bandana, así que la portaba como siempre, en su vientre.
Al llegar, soltó un mudo “Ooh” al ver las imponentes estatuas de los antiguos Kages. En ese sitio se había luchado la más grande de las batallas, hacía ya mucho tiempo. Se sentía un aura intimidante y a la vez de respeto en el ambiente.
”Aquí estuvieron también ellos. ¿Hace cuánto fue? ¿Ya estaría yo en el vientre de mamá? ¿Cuánto haría falta para…? ¿Para…?”. No se animó ni a pensar en las palabras “para que mi padre muriera”.
Dejó su mochila en el suelo y, juntando las manos, le dedicó una profunda reverencia a Uzumaki Shiomaru y una a Koichi Riona. No obstante, después de hacer la tercera reverencia, vio cerca de la estatua de Sumizu Kouta un par de personas. Un varón de cabellos blancos y piel pálida, casi como un fantasma, y una chica de cabellos oscuros y rostro infantil.
"¿Vendrán también de visita? No debo bajar la guardia."
Caminó con cautela por el borde del lago hacia la estatua del Arashikage, pues era donde planeaba comer sus bocadillos y escribir algo. No quiso acercarse mucho a los desconocidos, pues no quería parecer hostil, pero tampoco quería dar la impresión de querer esconderse. Si se fijaban en ella, les saludaría con la mano y una sonrisa amable.
Pero por mientras se sentó sobre la roca, a unos diez metros de las personas, y comenzó a sacar sus cosas mientras veía a la chica acercarse al agua.
"Tal vez solo son viajeros queriendo refrescarse..."
SILENCE
〘When deed speaks, words are nothing.〙
"Pienso" (thistle) ❀ ≫Escribo (orchid)
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