20/04/2017, 21:38
(Última modificación: 20/04/2017, 21:39 por Uchiha Datsue.)
—Puaj, apestas.
Sí, yo también te quiero. Pero no dijo nada. Todavía no tenía tanta confianza con ella como para devolverle una broma. Al fin y al cabo era su Kage.
—Lo primero que vas a hacer es darte un baño y pedir ropa nueva. Los hombres del Dojo no tendrán ningún inconveniente en proporcionarte todo lo que necesites, ya está hablado.
¿Todo lo que necesite? Aquella frase era tan contundente que no había posibilidad a error: todo lo que necesitase era todo lo que necesitase. Como su piel era alérgica al tejido barato, necesitaría ropa de seda último modelo —pues su vista también era alérgica a la ropa pasada de moda—. Como sus bolsillos se verían demasiado vacíos sin nada en ellos, necesitaría muchos billetes para darles… empaque. Y la guinda final. Su última pero no menos importante necesidad. También necesitaría unas…
—Ah, una cosa más... —dijo, interrumpiendo sus pensamientos—. No pongas a prueba mi confianza.
Casi desencaja la mandíbula del susto. ¿Acaso Shiona-sama era capaz de leer la mente? Una gota de sudor resbaló por su frente. Más le valía mantener la mente en blanco a partir de ahora.
—Vieja… —murmuró por lo bajín cuando escuchó la puerta de las mazmorras cerrarse.
Con las muñecas al fin liberadas del frío hierro de las cadenas, se alzó cuanto pudo para estirar los músculos y…
¡PAM!
No sabía cómo lo había hecho, pero se había caído de bruces contra el suelo.
—Qué cojones…
Trató de ponerse nuevamente en pie, y en esta ocasión sí pudo darse cuenta de que algo muy gordo le estaba pasando. Se sentía como… aturdido. Más que eso. Era como si hubiese dormido toda una eternidad sobre el costado derecho y ahora tuviese esa mitad del cuerpo adormilada. Tenía un molesto hormigueo en la punta de los dedos de la mano derecha, y la pierna… De la pierna derecha apenas sentía nada. Mucho menos de lo que debería sentir.
—Vale, tranquilízate —se dijo, pese a que aquella táctica de decirse las cosas nunca le hubiese funcionado. Aquella no fue la excepción—. Seguro que no es nada… Habré estado en una mala postura o algo. Se me pasará en seguida.
Se impulsó como pudo contra las rejas de su habitáculo, agarrándose en el último momento a uno de los barrotes para así evitar caerse. Inclinó la cabeza hacia un lado y comprobó que le quedaba un largo pasillo por recorrer.
Suspiró.
Paso certero con la izquierda. Arrastrar la derecha. Apoyar una mano en la pared. Apoyar el peso del cuerpo en la derecha para dar otro paso con la iz…
¡PAM!
Reprimió un ataque de rabia, que a punto estuvo de hacerle pegar un puñetazo al suelo. Probablemente lo hubiese lamentado más su mano que la roca inerte. Apretó los dientes, bufó por el esfuerzo de levantarse otra vez, y se sorprendió de que aquella simple acción le resultase tan complicada. Hace tan solo unos días ni siquiera se hubiese planteado catalogar aquella acción como un esfuerzo.
—Venga, esta vez sí.
Pierna derecha bien anclada al suelo. Mano apoyada en el muro. En aquella ocasión, solo daría un pasito, lo suficientemente corto y rápido como para no caerse. Apoyó el peso en la derecha y…
¡PAM!
El Uchiha le pegó tal puñetazo al suelo tras la caída que creyó romperse algo. Se recostó boca arriba, con los brazos en perpendicular, y no pudo evitar reír por lo estúpido de su situación. Una risa loca, enfermiza, más parecida al llanto que a la carcajada nacida de la alegría.
Volvió a darle un puñetazo a algo. A falta de alguien a quién dárselos, era el mejor desahogo posible. Masculló insultos impropios de un shinobi entre dientes, y se puso manos a la obra para el tercer intento. Esta vez sin levantarse, así no se caería.
Recorrió el resto del pasillo arrastrándose con los antebrazos, como si de una serpiente moribunda se tratase. Tenía la vena de la frente hinchada y la cara roja. No por el cansancio, sino por la rabia que en aquellos momentos corría por sus venas. Rabia, impotencia, desesperanza… No, aquello no tenía pinta de ser el resultado de una mala postura.
Cuando al fin logró llegar a la puerta, el alma se le cayó a los pies: aquel no era el final, sino el principio de un pasillo mucho más largo. Tan largo que Haskoz no alcanzaba a ver dónde terminaba…
El agua de la bañera estaba tan caliente que empañó los cristales del cuarto de baño. Haskoz estaba metido en ella, relajado, con la cabeza colgando hacia atrás y los ojos cerrados. Tenía los músculos de los antebrazos cargados, pues cuando alguien se había dignado a dirigirle la mirada, le habían traído un par de muletas para que dejase de arrastrarse y dejar con ello un rastro de mierda a su paso. Luego le obligaron a ir de aquí para allá, todavía en calzones y con la ayuda de unas muletas a las que no estaba nada acostumbrado. Le decían dónde estaba cada cosa. Dónde podía pasar y dónde no, mientras él asentía, como si no se fuese a olvidar de todo aquello al día siguiente. Nunca había sido muy bueno para memorizar aquellas cosas.
Cuando creyó que ya era hora, y tras limpiarse con una esponja cada recoveco de su piel, salió de la bañera como buenamente pudo y se secó, tirado en el suelo. Sabía que de haberlo intentado de pie probablemente se hubiese caído.
Una vez terminado, salió a la habitación con la ayuda de las muletas. Sobre la cama se encontraba todo lo que había pedido: unos pantalones holgados; una camisa de tiras; calzoncillos; sandalias; y una cuerda.
Tras vestirse, no sin ciertas dificultades para ponerse los pantalones, intentó encontrar algún lugar alto al que enroscar la cuerda. El techo, el armario, la puerta… Nada parecía adecuado para lo que quería.
Suspiró. No supo si de alivio o de frustración…
Cuarenta pasos. Aquella era la distancia que lo separaba de Shiona. En otro tiempo, en otra época, aquello lo hubiese hecho en cuestión de segundos. En menos de un segundo, incluso, tras realizar el sello de carnero a una mano. Ahora era un suplicio. Le ardían los músculos del antebrazo y las gotas de sudor bajaban por su recién bañada piel, mientras maldecía por lo bajo tras cualquier traspié.
Veinte pasos. Las miradas que hasta entonces había notado clavadas en su nuca fueron desapareciendo. Haskoz tenía la impresión de que no había nadie en la redonda, como si todos tuviesen la intuición de que algo malo iba a pasar allí. O alguien les hubiese contado que estaban a punto de liberar un demonio…
Diez pasos…
—¡Pues aquí estoy! —exclamó, con una sonrisa más falsa que un billete de treinta ryos. Las palmas de las manos le ardían por haber aguantado todo el peso de su cuerpo durante aquel trayecto—. Lamento si me he demorado más de la cuenta. Como verá, parece que a usted y a Pink se les pasó comentarme… —levantó una mano, provocando que una muleta cayese, e hizo un gesto con el dedo índice y pulgar, como representando algo diminuto—, un pequeñíiiiisimo detalle.
»Que ahora soy un lisiado —no se atrevió a levantarle la voz, pero la ira reverberaba en ella.
Sí, yo también te quiero. Pero no dijo nada. Todavía no tenía tanta confianza con ella como para devolverle una broma. Al fin y al cabo era su Kage.
—Lo primero que vas a hacer es darte un baño y pedir ropa nueva. Los hombres del Dojo no tendrán ningún inconveniente en proporcionarte todo lo que necesites, ya está hablado.
¿Todo lo que necesite? Aquella frase era tan contundente que no había posibilidad a error: todo lo que necesitase era todo lo que necesitase. Como su piel era alérgica al tejido barato, necesitaría ropa de seda último modelo —pues su vista también era alérgica a la ropa pasada de moda—. Como sus bolsillos se verían demasiado vacíos sin nada en ellos, necesitaría muchos billetes para darles… empaque. Y la guinda final. Su última pero no menos importante necesidad. También necesitaría unas…
—Ah, una cosa más... —dijo, interrumpiendo sus pensamientos—. No pongas a prueba mi confianza.
Casi desencaja la mandíbula del susto. ¿Acaso Shiona-sama era capaz de leer la mente? Una gota de sudor resbaló por su frente. Más le valía mantener la mente en blanco a partir de ahora.
—Vieja… —murmuró por lo bajín cuando escuchó la puerta de las mazmorras cerrarse.
Con las muñecas al fin liberadas del frío hierro de las cadenas, se alzó cuanto pudo para estirar los músculos y…
¡PAM!
No sabía cómo lo había hecho, pero se había caído de bruces contra el suelo.
—Qué cojones…
Trató de ponerse nuevamente en pie, y en esta ocasión sí pudo darse cuenta de que algo muy gordo le estaba pasando. Se sentía como… aturdido. Más que eso. Era como si hubiese dormido toda una eternidad sobre el costado derecho y ahora tuviese esa mitad del cuerpo adormilada. Tenía un molesto hormigueo en la punta de los dedos de la mano derecha, y la pierna… De la pierna derecha apenas sentía nada. Mucho menos de lo que debería sentir.
—Vale, tranquilízate —se dijo, pese a que aquella táctica de decirse las cosas nunca le hubiese funcionado. Aquella no fue la excepción—. Seguro que no es nada… Habré estado en una mala postura o algo. Se me pasará en seguida.
Se impulsó como pudo contra las rejas de su habitáculo, agarrándose en el último momento a uno de los barrotes para así evitar caerse. Inclinó la cabeza hacia un lado y comprobó que le quedaba un largo pasillo por recorrer.
Suspiró.
Paso certero con la izquierda. Arrastrar la derecha. Apoyar una mano en la pared. Apoyar el peso del cuerpo en la derecha para dar otro paso con la iz…
¡PAM!
Reprimió un ataque de rabia, que a punto estuvo de hacerle pegar un puñetazo al suelo. Probablemente lo hubiese lamentado más su mano que la roca inerte. Apretó los dientes, bufó por el esfuerzo de levantarse otra vez, y se sorprendió de que aquella simple acción le resultase tan complicada. Hace tan solo unos días ni siquiera se hubiese planteado catalogar aquella acción como un esfuerzo.
—Venga, esta vez sí.
Pierna derecha bien anclada al suelo. Mano apoyada en el muro. En aquella ocasión, solo daría un pasito, lo suficientemente corto y rápido como para no caerse. Apoyó el peso en la derecha y…
¡PAM!
El Uchiha le pegó tal puñetazo al suelo tras la caída que creyó romperse algo. Se recostó boca arriba, con los brazos en perpendicular, y no pudo evitar reír por lo estúpido de su situación. Una risa loca, enfermiza, más parecida al llanto que a la carcajada nacida de la alegría.
Volvió a darle un puñetazo a algo. A falta de alguien a quién dárselos, era el mejor desahogo posible. Masculló insultos impropios de un shinobi entre dientes, y se puso manos a la obra para el tercer intento. Esta vez sin levantarse, así no se caería.
Recorrió el resto del pasillo arrastrándose con los antebrazos, como si de una serpiente moribunda se tratase. Tenía la vena de la frente hinchada y la cara roja. No por el cansancio, sino por la rabia que en aquellos momentos corría por sus venas. Rabia, impotencia, desesperanza… No, aquello no tenía pinta de ser el resultado de una mala postura.
Cuando al fin logró llegar a la puerta, el alma se le cayó a los pies: aquel no era el final, sino el principio de un pasillo mucho más largo. Tan largo que Haskoz no alcanzaba a ver dónde terminaba…
···
El agua de la bañera estaba tan caliente que empañó los cristales del cuarto de baño. Haskoz estaba metido en ella, relajado, con la cabeza colgando hacia atrás y los ojos cerrados. Tenía los músculos de los antebrazos cargados, pues cuando alguien se había dignado a dirigirle la mirada, le habían traído un par de muletas para que dejase de arrastrarse y dejar con ello un rastro de mierda a su paso. Luego le obligaron a ir de aquí para allá, todavía en calzones y con la ayuda de unas muletas a las que no estaba nada acostumbrado. Le decían dónde estaba cada cosa. Dónde podía pasar y dónde no, mientras él asentía, como si no se fuese a olvidar de todo aquello al día siguiente. Nunca había sido muy bueno para memorizar aquellas cosas.
Cuando creyó que ya era hora, y tras limpiarse con una esponja cada recoveco de su piel, salió de la bañera como buenamente pudo y se secó, tirado en el suelo. Sabía que de haberlo intentado de pie probablemente se hubiese caído.
Una vez terminado, salió a la habitación con la ayuda de las muletas. Sobre la cama se encontraba todo lo que había pedido: unos pantalones holgados; una camisa de tiras; calzoncillos; sandalias; y una cuerda.
Tras vestirse, no sin ciertas dificultades para ponerse los pantalones, intentó encontrar algún lugar alto al que enroscar la cuerda. El techo, el armario, la puerta… Nada parecía adecuado para lo que quería.
Suspiró. No supo si de alivio o de frustración…
···
Cuarenta pasos. Aquella era la distancia que lo separaba de Shiona. En otro tiempo, en otra época, aquello lo hubiese hecho en cuestión de segundos. En menos de un segundo, incluso, tras realizar el sello de carnero a una mano. Ahora era un suplicio. Le ardían los músculos del antebrazo y las gotas de sudor bajaban por su recién bañada piel, mientras maldecía por lo bajo tras cualquier traspié.
Veinte pasos. Las miradas que hasta entonces había notado clavadas en su nuca fueron desapareciendo. Haskoz tenía la impresión de que no había nadie en la redonda, como si todos tuviesen la intuición de que algo malo iba a pasar allí. O alguien les hubiese contado que estaban a punto de liberar un demonio…
Diez pasos…
—¡Pues aquí estoy! —exclamó, con una sonrisa más falsa que un billete de treinta ryos. Las palmas de las manos le ardían por haber aguantado todo el peso de su cuerpo durante aquel trayecto—. Lamento si me he demorado más de la cuenta. Como verá, parece que a usted y a Pink se les pasó comentarme… —levantó una mano, provocando que una muleta cayese, e hizo un gesto con el dedo índice y pulgar, como representando algo diminuto—, un pequeñíiiiisimo detalle.
»Que ahora soy un lisiado —no se atrevió a levantarle la voz, pero la ira reverberaba en ella.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado