20/04/2017, 23:22
Shiona esperaba a Haskoz con una aparente tranquilidad que hacia el interior no estaba ahí. Estaba nerviosa, sí, pero no dejaría que los samuráis de los Dojos lo notasen. Cruzada de brazos, aguardaba a su genin no teniéndolas todas consigo. No confiaba para nada en el Uchiha. Sabía que, por dentro, Haskoz le guardaba un terrible resentimiento. No era culpa suya, claro. Nada de esto era culpa suya, ni de Uzushiogakure. Y eso era lo que más le molestaba.
Chasqueó la lengua, molesta, cuando lo vio aparecer en la lejanía, cojeando, con un par de muletas. Estaba más maltrecho de lo que pensaba.
—¡Pues aquí estoy! —dijo, con una nada creíble sonrisa esbozada en el rostro—. Lamento si me he demorado más de la cuenta. Como verá, parece que a usted y a Pink se les pasó comentarme... —levantó una mano y dejó caer una muleta, ya ni siquiera disimulando lo molesto que estaba—. , un pequeñíiiiisimo detalle. Que ahora soy un lisiado.
—Deberías estar contento de no haber muerto —dijo Shiona, más enfadada aún que él, proyectando toda la autoridad que podía en su voz. Miró de reojo a un samurái que pasó por al lado, sin quitarles el ojo de encima—. Vamos. Coge la muleta de una vez. ¡Vamos, cógela!
Esperó a que Haskoz tocase la muleta, pero no aguardó nada más a que la rozase con la punta de los dedos.
—Esto no dolerá, pero a lo mejor te mareas un poco.
Le puso la mano en la espalda.
—¡¡Kyōsei Gaikō!!
Haskoz sintió como los pies se le levantaban del suelo. El mundo dio un giro inesperado, como si alguien le hubiera sujetado de los tobillos y, con una fuerza titánica, le hubiera hecho girar a toda velocidad en el sentido contrario a las agujas del reloj. La luz se filtró por un agujero, como si alguien hubiese tirado de la cadena del retrete de la realidad, y el cantar de los pájaros, el paso de los soldados y el bramido del viento desaparecieron con el ruido que haría un corcho de una botella de vino al salir disparado.
El genin sintió que no era nada, o más bien que alguien lo había escupido del mundo, y ahora estaba rodeado de... nada.
La sensación duró unos tres interminables segundos. Luego, la luz volvió por otro agujero, y el tapón de corcho trajo consigo otros sonidos: el crepitar de una hoguera, y el ruido de un sofá que acababa de recibir el peso de un Uchiha confuso y enfadado. Cuando se recuperó de aquella súbita teletransportación, se vio rodeado de una sala pequeñita sin ventanas, con dos sofás de color granate, una chimenea, una cocina con fregadero, hornillo y frigorífico, y una mesita delante de él, en la que le aguardaba un brick de batido de chocolate sin abrir y la luz tenue y cálida de una lamparita.
—Uff... ¡Al fin!
El dichoso corcho otra vez.
Hubo un petardeo y un destello de luz al otro lado de la sala, y Shiona cayó desplomada sobre el otro sofá. Se tomó un momento para tomar aire, relajarse, y arreglarse el pelo, que había quedado hecho un desastre.
—Ahora podemos hablar con más tranquilidad. ¿Haskoz-kun? ¿Cómo te encuentras? Lamento el susto, pero como comprenderás, no voy a llevarte a caballito a donde vamos. Y como tengamos que ir a tu paso, no llegaremos nunca.
»No obvié ningún pequeñísimo detalle. No sabía que te había pasado esto. Pero, piénsalo. Hay muy poca gente a la que le han cortado la cabeza y sigue caminando. Lo tuyo casi ha sido una suerte...
Lo miró, con los párpados relajados. Torció la cabeza, esperando una reacción. Midiendo los tiempos.
—No voy a dejarte en ese valle de mierda para que te humillen día sí y día también. Eres un shinobi de Uzushiogakure. Ahora que ya estamos fuera, no volverás a pisar esas montañas.
»Me estaba preguntando si aguantarías mucho más tiempo sin pegarme con una muleta en la cabeza.
Sonrió.
Chasqueó la lengua, molesta, cuando lo vio aparecer en la lejanía, cojeando, con un par de muletas. Estaba más maltrecho de lo que pensaba.
—¡Pues aquí estoy! —dijo, con una nada creíble sonrisa esbozada en el rostro—. Lamento si me he demorado más de la cuenta. Como verá, parece que a usted y a Pink se les pasó comentarme... —levantó una mano y dejó caer una muleta, ya ni siquiera disimulando lo molesto que estaba—. , un pequeñíiiiisimo detalle. Que ahora soy un lisiado.
—Deberías estar contento de no haber muerto —dijo Shiona, más enfadada aún que él, proyectando toda la autoridad que podía en su voz. Miró de reojo a un samurái que pasó por al lado, sin quitarles el ojo de encima—. Vamos. Coge la muleta de una vez. ¡Vamos, cógela!
Esperó a que Haskoz tocase la muleta, pero no aguardó nada más a que la rozase con la punta de los dedos.
—Esto no dolerá, pero a lo mejor te mareas un poco.
Le puso la mano en la espalda.
—¡¡Kyōsei Gaikō!!
Haskoz sintió como los pies se le levantaban del suelo. El mundo dio un giro inesperado, como si alguien le hubiera sujetado de los tobillos y, con una fuerza titánica, le hubiera hecho girar a toda velocidad en el sentido contrario a las agujas del reloj. La luz se filtró por un agujero, como si alguien hubiese tirado de la cadena del retrete de la realidad, y el cantar de los pájaros, el paso de los soldados y el bramido del viento desaparecieron con el ruido que haría un corcho de una botella de vino al salir disparado.
El genin sintió que no era nada, o más bien que alguien lo había escupido del mundo, y ahora estaba rodeado de... nada.
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La sensación duró unos tres interminables segundos. Luego, la luz volvió por otro agujero, y el tapón de corcho trajo consigo otros sonidos: el crepitar de una hoguera, y el ruido de un sofá que acababa de recibir el peso de un Uchiha confuso y enfadado. Cuando se recuperó de aquella súbita teletransportación, se vio rodeado de una sala pequeñita sin ventanas, con dos sofás de color granate, una chimenea, una cocina con fregadero, hornillo y frigorífico, y una mesita delante de él, en la que le aguardaba un brick de batido de chocolate sin abrir y la luz tenue y cálida de una lamparita.
—Uff... ¡Al fin!
El dichoso corcho otra vez.
Hubo un petardeo y un destello de luz al otro lado de la sala, y Shiona cayó desplomada sobre el otro sofá. Se tomó un momento para tomar aire, relajarse, y arreglarse el pelo, que había quedado hecho un desastre.
—Ahora podemos hablar con más tranquilidad. ¿Haskoz-kun? ¿Cómo te encuentras? Lamento el susto, pero como comprenderás, no voy a llevarte a caballito a donde vamos. Y como tengamos que ir a tu paso, no llegaremos nunca.
»No obvié ningún pequeñísimo detalle. No sabía que te había pasado esto. Pero, piénsalo. Hay muy poca gente a la que le han cortado la cabeza y sigue caminando. Lo tuyo casi ha sido una suerte...
Lo miró, con los párpados relajados. Torció la cabeza, esperando una reacción. Midiendo los tiempos.
—No voy a dejarte en ese valle de mierda para que te humillen día sí y día también. Eres un shinobi de Uzushiogakure. Ahora que ya estamos fuera, no volverás a pisar esas montañas.
»Me estaba preguntando si aguantarías mucho más tiempo sin pegarme con una muleta en la cabeza.
Sonrió.