21/04/2017, 21:37
Entre la eterna lluvia y el aburrido pavimento, la cotidianidad gris de Amegakure no se veía perturbada en ningún momento. O al menos eso parecía hasta que se pasaba enfrente del hospital de la aldea. Allí en la calle solían verse cantidades regulares de gente saliendo y entrando del edificio, pero ese día en particular se había formado un tumulto de personas alrededor de un extraño espectáculo.
—¡Damas y cabelleros! ¡Kunoichis y shinobis!— La voz de un hombre se escucha desde en medio de la multitud, siendo en él en que todas las miradas se enfocaban —¡Aprecien ahora al muñeco del diablo!— Se trataba de un extraño peluche humanoide de color rojo y una gran nariz naranja, el cual estaba danzando sin que ningún hilo le hiciese moverse.
El joven Isa iba de camino al nosocomio para ver de nuevo a su abuela internada. Ya habían pasado unas semanas desde la última vez que la había visitado, aunque en esa ocasión ni siquiera le dejaron verla. En esos momentos serían las horas cuando el agonizante sol deja de regalo su última lumbrera, más la perpetua tempestad nunca permitía que aquel espectáculo fuese apreciado. Kagetsuna era conciente de la hora, pero sus entrenamientos y demás desvaríos no le habían permito irla a visitar desde antes. En algún momento se topó con la multitud que se había conglomerado ante el artista callejero.
"Me lleva la que me trajo, no veo nada."
Su altura le impedía ver por encima de los adultos y abrirse paso no era una opción muy buena que se diga. No le importaba aplazar un par de minutos su llegada, tenía curiosidad por el supuesto juguete endemoniado.
En ese mismo lugar estaban un par de vendedores callejeros a las afueras ofreciendo chucherías, aprovechándose de ser un sitio concurrido para menudear a los familiares de los pacientes. Sin embargo, por la misma hora muchos ya se habían retirado, dejando únicamente en el sitio a un viejo guardando su mercancía y a una muchacha que tenía dulces y frutos secos en variedad. Lentamente, la gente dejó de prestar atención al espectáculo, mientras las luces de las lámparas empezaban a prenderse en las calles.
—¡Damas y cabelleros! ¡Kunoichis y shinobis!— La voz de un hombre se escucha desde en medio de la multitud, siendo en él en que todas las miradas se enfocaban —¡Aprecien ahora al muñeco del diablo!— Se trataba de un extraño peluche humanoide de color rojo y una gran nariz naranja, el cual estaba danzando sin que ningún hilo le hiciese moverse.
El joven Isa iba de camino al nosocomio para ver de nuevo a su abuela internada. Ya habían pasado unas semanas desde la última vez que la había visitado, aunque en esa ocasión ni siquiera le dejaron verla. En esos momentos serían las horas cuando el agonizante sol deja de regalo su última lumbrera, más la perpetua tempestad nunca permitía que aquel espectáculo fuese apreciado. Kagetsuna era conciente de la hora, pero sus entrenamientos y demás desvaríos no le habían permito irla a visitar desde antes. En algún momento se topó con la multitud que se había conglomerado ante el artista callejero.
"Me lleva la que me trajo, no veo nada."
Su altura le impedía ver por encima de los adultos y abrirse paso no era una opción muy buena que se diga. No le importaba aplazar un par de minutos su llegada, tenía curiosidad por el supuesto juguete endemoniado.
En ese mismo lugar estaban un par de vendedores callejeros a las afueras ofreciendo chucherías, aprovechándose de ser un sitio concurrido para menudear a los familiares de los pacientes. Sin embargo, por la misma hora muchos ya se habían retirado, dejando únicamente en el sitio a un viejo guardando su mercancía y a una muchacha que tenía dulces y frutos secos en variedad. Lentamente, la gente dejó de prestar atención al espectáculo, mientras las luces de las lámparas empezaban a prenderse en las calles.