22/04/2017, 16:10
—Ayame —la avisó su hermano, pero ella ya había percibido el movimiento por el rabillo del ojo.
Una silueta se movía por la orilla del lago, hasta una roca sobre la que se sentó y comenzó a rebuscar en su mochila. No era más que una chiquilla que debía de tener más o menos su misma edad. Era bastante bonita, de tez pálida y su cabello, que llevaba corto a excepción de una coleta que caía tras su espalda, reflejaba al sol destellos blancos y plateados. Vestía un elegante hanfu de color amarillo con detalles en carmesí y que ataba a su cintura por un obi. La chica en cuestión no tardó en reparar en su presencia, y los saludó con una sonrisa dibujada en los labios. No parecía peligrosa, aunque a Ayame no le pasó desapercibido que llevaba consigo un portaobjetos y una bandana ninja atada en la cintura.
Ayame se quedó momentáneamente paralizada, sin saber muy bien cómo responder. Pero enseguida se apresuró a devolverle el saludo con cierta torpeza. Kōri tampoco parecía considerar a la chica como una amenaza inminente, pues se había girado sobre sus talones y había echado a caminar hacia las dos estatuas que se encontraban al fondo del valle, a ambos lados de la catarata. Ayame iba a marchar con él, pero entonces sintió un movimiento entre los arbustos que se encontraban detrás de la recién llegada.
—¡Cuidado! —exclamó, corriendo hacia ella.
Pero era imposible que llegara a tiempo.
El conejito de pelaje pardo que acababa de salir de entre los matorrales se asustó ante el grito de la kunoichi y huyó del lugar entre largas zancadas.
Y Ayame se sintió la persona más estúpida del planeta.
—Ah... yo... perdón... Creía que... —se disculpó, con el rostro entre brasas ardientes.
Una silueta se movía por la orilla del lago, hasta una roca sobre la que se sentó y comenzó a rebuscar en su mochila. No era más que una chiquilla que debía de tener más o menos su misma edad. Era bastante bonita, de tez pálida y su cabello, que llevaba corto a excepción de una coleta que caía tras su espalda, reflejaba al sol destellos blancos y plateados. Vestía un elegante hanfu de color amarillo con detalles en carmesí y que ataba a su cintura por un obi. La chica en cuestión no tardó en reparar en su presencia, y los saludó con una sonrisa dibujada en los labios. No parecía peligrosa, aunque a Ayame no le pasó desapercibido que llevaba consigo un portaobjetos y una bandana ninja atada en la cintura.
Ayame se quedó momentáneamente paralizada, sin saber muy bien cómo responder. Pero enseguida se apresuró a devolverle el saludo con cierta torpeza. Kōri tampoco parecía considerar a la chica como una amenaza inminente, pues se había girado sobre sus talones y había echado a caminar hacia las dos estatuas que se encontraban al fondo del valle, a ambos lados de la catarata. Ayame iba a marchar con él, pero entonces sintió un movimiento entre los arbustos que se encontraban detrás de la recién llegada.
—¡Cuidado! —exclamó, corriendo hacia ella.
Pero era imposible que llegara a tiempo.
El conejito de pelaje pardo que acababa de salir de entre los matorrales se asustó ante el grito de la kunoichi y huyó del lugar entre largas zancadas.
Y Ayame se sintió la persona más estúpida del planeta.
—Ah... yo... perdón... Creía que... —se disculpó, con el rostro entre brasas ardientes.