24/04/2017, 22:24
—Ajá, ya veo. Pobre hermano, solo, feo, y además superado por el negocio del prójimo... —dijo Akame.
La franqueza es una virtud que Ralexion siempre había apreciado, pero no pudo evitar sentir que en ese caso se había tratado de un comentario envenenado y nada más, mas no pretendía darle lecciones de moralidad al otro Uchiha, por lo que se mantuvo en el más profundo de los silencios.
—¡De eso nada, monada! ¡Hihihihi!
El acto de presencia de aquel individuo era comparable a cuando uno comía de más y se le agria el alimento en el estómago, el cual más tarde lucha por salir de vuelta al exterior. El familiar del moreno lo encaró con la mirada y Ralexion hizo lo mismo, ladeándola un poco hacia la derecha para que el cuerpo de Akame no estuviera en medio.
Sabía que no debía de juzgar en base a las apariencias, pero su creciente desconfianza no nacía solamente del hecho que ese individuo pareciera sacado de una historia de terror barata. Su forma de hablar -además del tono de su voz- le producía un dolor de cabeza al muchacho. Estaba seguro de que era un charlatán, un embaucador; había conocido a muchos comerciantes -por suerte o por desgracia- debido a que su propia madre era uno, así que sus sospechas no estaban injustificadas.
—¿Qué tipo de descuento? —cuestionó con voz neutra y cara de póker, cual regateador experto.
La franqueza es una virtud que Ralexion siempre había apreciado, pero no pudo evitar sentir que en ese caso se había tratado de un comentario envenenado y nada más, mas no pretendía darle lecciones de moralidad al otro Uchiha, por lo que se mantuvo en el más profundo de los silencios.
—¡De eso nada, monada! ¡Hihihihi!
El acto de presencia de aquel individuo era comparable a cuando uno comía de más y se le agria el alimento en el estómago, el cual más tarde lucha por salir de vuelta al exterior. El familiar del moreno lo encaró con la mirada y Ralexion hizo lo mismo, ladeándola un poco hacia la derecha para que el cuerpo de Akame no estuviera en medio.
Sabía que no debía de juzgar en base a las apariencias, pero su creciente desconfianza no nacía solamente del hecho que ese individuo pareciera sacado de una historia de terror barata. Su forma de hablar -además del tono de su voz- le producía un dolor de cabeza al muchacho. Estaba seguro de que era un charlatán, un embaucador; había conocido a muchos comerciantes -por suerte o por desgracia- debido a que su propia madre era uno, así que sus sospechas no estaban injustificadas.
—¿Qué tipo de descuento? —cuestionó con voz neutra y cara de póker, cual regateador experto.