24/04/2017, 22:39
Akame arqueó una ceja justo al tiempo que su compañero ninja manifestaba también desconfianza. El personaje no merecía menos; y aunque el Uchiha no podía evitar acordarse de que aquel era el tipo al que la vida había golpeado —a veces, literalmente— con un despiadado revés, su apariencia de hiena y su voz aguda no le despertaban sino antipatía.
Mugiwara Shigeru torció sus labios, rotos por varias partes, en una sonrisa que bien podía ser una mueca de desprecio. Sus ojos, brillantes y codiciosos, bailaron de un chico al otro. Era difícil de ver, no obstante, porque uno de sus párpados había quedado derramado, deforme, y tapaba parcialmente el ojo derecho.
—¿Qué tipo de descuento? —remedó a Ralexion—. ¡Un descuento completo, claro! ¡Hihihi! En mis baños termales la atención al cliente es la máxima número uno y...
—Un momento —le interrumpió Akame, y el hombre arrugó el rostro maltrecho con molestia—. Dice usted que somos los primeros clientes, pero... ¿A estas horas de la mañana? No parece que su negocio vaya muy bien.
Un observador ajeno podría pensar que Akame estaba simplemente tratando de hundir a Shigeru en la más absoluta de las miserias. Nada más lejos de la realidad; el Uchiha, simplemente, carecía de las habilidades sociales necesarias para darse cuenta de que aquel era un comentario desafortunado. Para él, se trataba simplemente de una afirmación irrefutable que daba al traste con la milonga que el dueño estaba intentando venderles.
El Mugiwara arrugó la frente, como si acabase de comerse un limón a bocados, y bajó la cabeza. Apretó los puños y luego suspiró.
—¡Vale, tú ganas! —confesó al final, y los chicos pudieron ver como sus ojos estaban anegados de lágrimas—. Pero tengo que comer, ¿sabéis? Desde que Satoshi me quitó a mi mujer, mi negocio y mi rostro, mis baños termales son cuanto me queda en esta vida.
Shigeru se giró para lanzar una mirada que parecía tierna al edificio que llevaba el nombre de sus termas.
—Este negocio fue de mi padre antes que mío... No podría aguantar la vergüenza de tener que cerrar —admitió, cabizbajo—. ¡Pero miradme! ¿Creéis que alguien querría venir a mis termas? La gente ni siquiera me da una oportunidad. Todos me miran, asqueados, y cruzan la calle... —y en ese momento apretó los puños—. ¡Pero no! ¡Nunca me rendiré!
Mugiwara Shigeru torció sus labios, rotos por varias partes, en una sonrisa que bien podía ser una mueca de desprecio. Sus ojos, brillantes y codiciosos, bailaron de un chico al otro. Era difícil de ver, no obstante, porque uno de sus párpados había quedado derramado, deforme, y tapaba parcialmente el ojo derecho.
—¿Qué tipo de descuento? —remedó a Ralexion—. ¡Un descuento completo, claro! ¡Hihihi! En mis baños termales la atención al cliente es la máxima número uno y...
—Un momento —le interrumpió Akame, y el hombre arrugó el rostro maltrecho con molestia—. Dice usted que somos los primeros clientes, pero... ¿A estas horas de la mañana? No parece que su negocio vaya muy bien.
Un observador ajeno podría pensar que Akame estaba simplemente tratando de hundir a Shigeru en la más absoluta de las miserias. Nada más lejos de la realidad; el Uchiha, simplemente, carecía de las habilidades sociales necesarias para darse cuenta de que aquel era un comentario desafortunado. Para él, se trataba simplemente de una afirmación irrefutable que daba al traste con la milonga que el dueño estaba intentando venderles.
El Mugiwara arrugó la frente, como si acabase de comerse un limón a bocados, y bajó la cabeza. Apretó los puños y luego suspiró.
—¡Vale, tú ganas! —confesó al final, y los chicos pudieron ver como sus ojos estaban anegados de lágrimas—. Pero tengo que comer, ¿sabéis? Desde que Satoshi me quitó a mi mujer, mi negocio y mi rostro, mis baños termales son cuanto me queda en esta vida.
Shigeru se giró para lanzar una mirada que parecía tierna al edificio que llevaba el nombre de sus termas.
—Este negocio fue de mi padre antes que mío... No podría aguantar la vergüenza de tener que cerrar —admitió, cabizbajo—. ¡Pero miradme! ¿Creéis que alguien querría venir a mis termas? La gente ni siquiera me da una oportunidad. Todos me miran, asqueados, y cruzan la calle... —y en ese momento apretó los puños—. ¡Pero no! ¡Nunca me rendiré!