25/04/2017, 23:31
«Así que ni siquiera sabe los secretos de nuestro Dojutsu... Ralexion-kun, no envidio tu mala suerte».
Desde que llegase a Uzushio, Akame había conocido a dos Uchiha. Uno, Haskoz, sí había demostrado ser capaz de controlar el Sharingan... Aunque tampoco sabía nada sobre la historia de su linaje o de aquel poderoso Dojutsu. Ahora, Ralexion ni siquiera parecía haberlo despertado. «¿Este es el triste destino de nuestra gloriosa estirpe? Diluirse en el paso del tiempo hasta que nuestra sangre sea tan pálida como la nieve?». El Uchiha se estremeció.
—Parece que hay muchas cosas que tu madre no sabe sobre nuestra sangre —sentenció Akame, mientras sus ojos rojos refulgían con un brillo extraño—. O que te ha ocultado.
»En mi caso, este Sharingan fue un... —dudó un momento—. Regalo. De un buen amigo.
El Uchiha calló un momento. Inevitablemente, los recuerdos de aquel fatídico día —o noche, porque en el templo subterráneo que tantos años había sido su morada era difícil ubicarse— le invadieron, provocándole un gran pesar. Recordó la respiración entrecortada de su viejo amigo, el peso de la espada en sus manos... El calor de la sangre bullendo de la herida abierta en la garganta del muchacho.
Sacudió la cabeza ligeramente, queriendo espantar aquellas memorias como si fuesen moscas de la fruta.
—Tu madre tiene razón en una cosa. No todos los Uchiha pueden controlar su Sharingan hoy día... Tristemente, nuestro linaje parece destinado a la extinción —era patente el tono de impotente rabia en su voz—. En épocas antiguas, cuando el apellido Uchiha era temido y respetado en todo Oonindo, grandes leyendas surgieron de entre los de nuestro clan. Todos ellos fueron conocidos por su manejo del Sharingan, el Dojutsu más poderoso jamás conocido.
Desde que llegase a Uzushio, Akame había conocido a dos Uchiha. Uno, Haskoz, sí había demostrado ser capaz de controlar el Sharingan... Aunque tampoco sabía nada sobre la historia de su linaje o de aquel poderoso Dojutsu. Ahora, Ralexion ni siquiera parecía haberlo despertado. «¿Este es el triste destino de nuestra gloriosa estirpe? Diluirse en el paso del tiempo hasta que nuestra sangre sea tan pálida como la nieve?». El Uchiha se estremeció.
—Parece que hay muchas cosas que tu madre no sabe sobre nuestra sangre —sentenció Akame, mientras sus ojos rojos refulgían con un brillo extraño—. O que te ha ocultado.
»En mi caso, este Sharingan fue un... —dudó un momento—. Regalo. De un buen amigo.
El Uchiha calló un momento. Inevitablemente, los recuerdos de aquel fatídico día —o noche, porque en el templo subterráneo que tantos años había sido su morada era difícil ubicarse— le invadieron, provocándole un gran pesar. Recordó la respiración entrecortada de su viejo amigo, el peso de la espada en sus manos... El calor de la sangre bullendo de la herida abierta en la garganta del muchacho.
Sacudió la cabeza ligeramente, queriendo espantar aquellas memorias como si fuesen moscas de la fruta.
—Tu madre tiene razón en una cosa. No todos los Uchiha pueden controlar su Sharingan hoy día... Tristemente, nuestro linaje parece destinado a la extinción —era patente el tono de impotente rabia en su voz—. En épocas antiguas, cuando el apellido Uchiha era temido y respetado en todo Oonindo, grandes leyendas surgieron de entre los de nuestro clan. Todos ellos fueron conocidos por su manejo del Sharingan, el Dojutsu más poderoso jamás conocido.