26/04/2017, 14:48
(Última modificación: 26/04/2017, 15:45 por Amekoro Yui.)
—La puerta está abierta —afirmó la inconfundible voz de la Arashikage desde el otro lado.
Karamaru disponía de luz verde para pasar al interior del despacho. Yui se encontraba sentada, la mirada perdida en un punto inexacto de su escritorio. Su manos descansaban sobre la madera del mueble, con el dedo índice de su extremidad izquierda dando golpecitos al inmobiliario. Alzó la mirada, depositándola sobre el pelado, pero su expresión perdida entre la tristeza y la molestia no cambiaron.
—Ah, eres tú, Karamaru. Si estás aquí es que Yūma ya se ha pasado por la casa de los Maeda —su tono mantenía la autoridad de siempre, pero era algo más opaco que de costumbre— Esto es una humillación para Amegakure. Cuando coja a los responsables desearán no haber nacido... ¡Mierda!
Su puño siniestro se cerró, alzó y cayó sobre el escritorio cual martillo neumático con una velocidad apabullante. La fuerza de la Arashikage creó un pequeño cráter en el mueble, astillas volando y aterrizando en distintos puntos del suelo. Sus dientes de sierra asomaron cuando Yui apretó la mandíbula. Ladeó el rostro y giró la silla unos centímetros hacia la derecha, dándole la espalda de manera parcial a Karamaru. Sus fríos ojos revisaron el mundo exterior más allá del balcón.
—Buen trabajo, calvito, misión cumplida. Te pagarán en recepción.
Karamaru disponía de luz verde para pasar al interior del despacho. Yui se encontraba sentada, la mirada perdida en un punto inexacto de su escritorio. Su manos descansaban sobre la madera del mueble, con el dedo índice de su extremidad izquierda dando golpecitos al inmobiliario. Alzó la mirada, depositándola sobre el pelado, pero su expresión perdida entre la tristeza y la molestia no cambiaron.
—Ah, eres tú, Karamaru. Si estás aquí es que Yūma ya se ha pasado por la casa de los Maeda —su tono mantenía la autoridad de siempre, pero era algo más opaco que de costumbre— Esto es una humillación para Amegakure. Cuando coja a los responsables desearán no haber nacido... ¡Mierda!
Su puño siniestro se cerró, alzó y cayó sobre el escritorio cual martillo neumático con una velocidad apabullante. La fuerza de la Arashikage creó un pequeño cráter en el mueble, astillas volando y aterrizando en distintos puntos del suelo. Sus dientes de sierra asomaron cuando Yui apretó la mandíbula. Ladeó el rostro y giró la silla unos centímetros hacia la derecha, dándole la espalda de manera parcial a Karamaru. Sus fríos ojos revisaron el mundo exterior más allá del balcón.
—Buen trabajo, calvito, misión cumplida. Te pagarán en recepción.