26/04/2017, 23:40
Por algún motivo que Akame desconocía, sus últimas palabras parecieron tener un efecto inmediato en Ralexion. El joven Uchiha se quedó primero rígido como una estatua pero temblando visiblemente. Y luego, sin previo aviso, se incorporó agitando el puño con fiereza. Akame tensó todos los músculos de su cuerpo, adormecidos por el agua caliente, y clavó sus ojos en los del muchacho. El Sharingan había vuelto a hacer acto de presencia, como un demonio guardián que percibiese un peligro inminente para su protegido.
—No te aconsejo que hagas eso, Ralexion-kun —Akame hablaba despacio, tranquilamente, mas no sonreía—. Este es un enfrentamiento que jamás podrías ganar. No sin tu Sharingan.
Por fortuna, la irrupción de Shigeru evitó que la cosa fuese a mayores. Ralexion enrojeció de vergüenza y se sentó tan rápido como se había levantado. Akame recuperó su calmada sonrisa y sus ojos volvieron al color negro que les era característico. Parecía que la sangre no iba a llegar al río.
Por su parte, Shigeru mantuvo aquella actitud aduladora y toscamente respetuosa mientras habló.
—Ah, sí, entiendo por qué lo dice. Este edificio está hecho un desastre, ¿verdad? —se dirigió a Ralexion, clavando sus ojos oscuros en el muchacho—. Nada me gustaría más que repararlo, pero me he cansado de invertir dinero en vano.
Akame arqueó una ceja, escéptico.
—¿En vano?
—Así es —reafirmó el dueño, dando un vistazo a la sala—. No contento con robarme mi matrimonio y mi negocio, mi hermano Satoshi también está decidido a arruinarme. Cada vez que reparo algo, a los dos o tres días, como mucho, amanece destrozado. Ya lo habéis visto: paredes, ventanas, ¡hasta la puerta principal! —Shigeru apretó los puños, iracundo—. Me he encontrado la cerradura forzada en un par de ocasiones, por suerte aquí dentro ya no queda nada de valor que pueda llevarse.
El dueño se inclinó ligeramente hacia los muchachos, como si quisiera contarles un secreto muy valioso, mientras se frotaba las manos con evidente nerviosismo.
—De hecho, eh, ustedes son... Son ninjas, ¿verdad? —aventuró, y apresuradamente añadió—. ¡Sólo pregunto porque vi la bandana!
Akame —el único de los dos que había lucido su placa metálica de Uzu— suspiró. Tal vez aquella costumbre de no llevar la bandana estando fuera de servicio no era tan mala.
—Me preguntaba... Eh, me gustaría saber, si... Si ustedes estarían dispuestos a ayudarme a poner fin a este calvario —confesó finalmente—. ¡A cambio de una compensación, claro!
—No te aconsejo que hagas eso, Ralexion-kun —Akame hablaba despacio, tranquilamente, mas no sonreía—. Este es un enfrentamiento que jamás podrías ganar. No sin tu Sharingan.
Por fortuna, la irrupción de Shigeru evitó que la cosa fuese a mayores. Ralexion enrojeció de vergüenza y se sentó tan rápido como se había levantado. Akame recuperó su calmada sonrisa y sus ojos volvieron al color negro que les era característico. Parecía que la sangre no iba a llegar al río.
Por su parte, Shigeru mantuvo aquella actitud aduladora y toscamente respetuosa mientras habló.
—Ah, sí, entiendo por qué lo dice. Este edificio está hecho un desastre, ¿verdad? —se dirigió a Ralexion, clavando sus ojos oscuros en el muchacho—. Nada me gustaría más que repararlo, pero me he cansado de invertir dinero en vano.
Akame arqueó una ceja, escéptico.
—¿En vano?
—Así es —reafirmó el dueño, dando un vistazo a la sala—. No contento con robarme mi matrimonio y mi negocio, mi hermano Satoshi también está decidido a arruinarme. Cada vez que reparo algo, a los dos o tres días, como mucho, amanece destrozado. Ya lo habéis visto: paredes, ventanas, ¡hasta la puerta principal! —Shigeru apretó los puños, iracundo—. Me he encontrado la cerradura forzada en un par de ocasiones, por suerte aquí dentro ya no queda nada de valor que pueda llevarse.
El dueño se inclinó ligeramente hacia los muchachos, como si quisiera contarles un secreto muy valioso, mientras se frotaba las manos con evidente nerviosismo.
—De hecho, eh, ustedes son... Son ninjas, ¿verdad? —aventuró, y apresuradamente añadió—. ¡Sólo pregunto porque vi la bandana!
Akame —el único de los dos que había lucido su placa metálica de Uzu— suspiró. Tal vez aquella costumbre de no llevar la bandana estando fuera de servicio no era tan mala.
—Me preguntaba... Eh, me gustaría saber, si... Si ustedes estarían dispuestos a ayudarme a poner fin a este calvario —confesó finalmente—. ¡A cambio de una compensación, claro!