27/04/2017, 19:44
Por suerte, ella no pareció tomárselo a mal. Sus labios se curvaron en una bonita sonrisa, y después negó con la cabeza mientras la mostraba las palmas de ambas manos, restándole importancia a aquella incómoda situación. De repente se puso a rebuscar en su mochila, y Ayame la contempló con la cabeza ladeada. No tardó en sacar un pequeño cuadernillo y una especie de piedra alargada y negra con la que se puso a escribir. Y después le mostró el mensaje.
Pudo leer Ayame, que parpadeó algo confundida.
«Qué raro... ¿Acaso...?»
—S... sí... Sólo me he pegado un pequeño susto, creía que había algo más peligroso que un simple conejito ahí detrás —se rio, nerviosa, y terminó por acercarse y sentarse en la hierba cerca de ella. Aunque seguía manteniendo una distancia prudencial.
Sin embargo, desde su posición pudo fijarse en lo que había estado haciendo hasta el momento. La muchacha había extendido una tela blanca y sobre ella había dispuesto un rollo de papel que ahora estaba sujeto por cuatro piedrecitas en sus esquinas, un pequeño recipiente con una cuenca en su centro (seguramente para contener algún tipo de líquido), un pincel, otra barra negra y un cuenco.
—¿Has venido a pintar? —le preguntó, con curiosidad, y no pudo evitar que una sonrisa asomara a sus labios. Le encantaba el dibujo. Y aunque a causa de sus entrenamientos y su oficio como kunoichi no tenía el tiempo para dedicarse a él de forma profesional, sí le gustaba hacer sus pinitos en casa como hobby.
"No pasa nada ✿ ¿Estás bien?"
Pudo leer Ayame, que parpadeó algo confundida.
«Qué raro... ¿Acaso...?»
—S... sí... Sólo me he pegado un pequeño susto, creía que había algo más peligroso que un simple conejito ahí detrás —se rio, nerviosa, y terminó por acercarse y sentarse en la hierba cerca de ella. Aunque seguía manteniendo una distancia prudencial.
Sin embargo, desde su posición pudo fijarse en lo que había estado haciendo hasta el momento. La muchacha había extendido una tela blanca y sobre ella había dispuesto un rollo de papel que ahora estaba sujeto por cuatro piedrecitas en sus esquinas, un pequeño recipiente con una cuenca en su centro (seguramente para contener algún tipo de líquido), un pincel, otra barra negra y un cuenco.
—¿Has venido a pintar? —le preguntó, con curiosidad, y no pudo evitar que una sonrisa asomara a sus labios. Le encantaba el dibujo. Y aunque a causa de sus entrenamientos y su oficio como kunoichi no tenía el tiempo para dedicarse a él de forma profesional, sí le gustaba hacer sus pinitos en casa como hobby.