27/04/2017, 22:00
(Última modificación: 27/04/2017, 23:11 por Uchiha Datsue.)
Los peores temores de Haskoz se confirmaron… en parte. Sí, podía volver a casa, pero antes tenían que ocuparse de cierta cosilla sin importancia: extraer al ser que llevaba dentro y matarlo. Si el destino tenía un humor negro y cruel, él moriría en el proceso. Nada alentador, pero llegados a aquel punto, no había vuelta atrás.
Seguidamente, Shiona le explicó lo que harían con el tema de los Dojos. Esa cara oculta, esa falsa diplomacia que estaba descubriendo de su Kage no hacía otra cosa sino provocarle mayor admiración en ella. Si bien estar a las puertas del Yomi ayudaba a ello. Tenía que admirarla y creer que era una Diosa encerrada en un cuerpo mortal. De lo contrario, ¿cómo iba a confiar en que lograría mantenerle con vida?
Había llegado la hora de la verdad. Su estómago, lleno con el batido de chocolate que se había tomado en la ausencia de Shiona, estaba revuelto. Tenía ganas de vomitar y la idea de haber tomado aquel líquido caliente y espeso ya no le parecía tan buena idea.
Estaba tumbado boca arriba, tal y como le había ordenado Shiona, sobre una especie de cráter que en su vida había visto. Shiona dibujaba extraños símbolos sobre su cuerpo. Símbolos que parecían trepar como hormigas por su ropa y piel, buscando de forma palpable la serpiente con calavera que tenía tatuada en la nuca. Le picaba y sentía… excitación. No lo suya, sino la de otra persona. Era extraño de explicar, pero era como si…
—Tranquilo, Haskoz-kun. Sólo necesito que cierres los ojos. No dolerá.
Por supuesto que dolerá. Cerró los ojos mientras el corazón le latía como un caballo desbocado, a punto de salírsele del pecho. Escuchó un grito de su líder, y luego… una risa. Una risa escalofriante y aguda, y entonces ya no pudo oír nada más…
No podía parar de reír. Reía, reía y reía mientras el mundo se estremecía ante su presencia. Su risa era tan dulce como el beso de una serpiente; tan suave como el filo de una navaja; tan alegre como el silencio en un funeral. Él había renacido, y con él, la nueva peste que asolaría al mundo. Solo que él no era él…
… sino ella.
Su cuerpo, de casi dos metros de altura, era de un blanco enfermizo, pálido como un cadáver. Las vendas, blancas y que cubrían un pecho inexistente, casi no podía diferenciarse de su piel. Su pelo, corto, era tan azul como el rostro de un ahogado. Sus ojos, violetas como un viejo moratón. Tenía cicatrices en su espalda, encorvada, como si hubiese recibido cientos de latigazos. En sus muñecas había más: líneas perfectamente rectas que se cruzaban en horizontal unas con las otras. Su sonrisa dejaba entrever una dentadura perfecta y brillante, la sonrisa de un acechador en la oscuridad, y aparte de unos pantalones cortos no portaba más ropa. Ni siquiera calzado.
El Demonio Blanco no reconocía aquel cuerpo. Pero no le importaba. Se sentía inconmensurable. Pletórico como nunca antes recordaba. Pletórico de ira, de odio, de rabia…
—Ahora... enfréntate a mí, criminal.
Su salvadora. La mujer que le había librado de la agonía de vivir en un cuerpo enfermizo. Le daría las gracias con un beso. Un beso de muerte.
—No siempre fui uno —entonces rio de nuevo, pese a que sus ojos, tan vivaces como los de un muerto, siguiesen clavados en ella.
Elevó una mano y la señaló con el dedo meñique. Cuando captó aquel movimiento, Shiona pudo ver como un hilo negro se formaba en aquel dedo huesudo y largo. Pero no solo eso, sino que también en el de ella. Un hilo incorpóreo, que se extendió hasta unirse con el hilo opuesto, quedando de esta manera unidas.
Acto seguido, Shiona notó algo en la palma de su mano. Un extraño picor...
Cuando miró, varios kanjis diminutos estaban dibujados en blanco en la palma de su mano, formando un círculo:
Y no solo eso, algo más le llamó la atención. Uno de ellos era ligeramente distinto al resto...
Seguidamente, Shiona le explicó lo que harían con el tema de los Dojos. Esa cara oculta, esa falsa diplomacia que estaba descubriendo de su Kage no hacía otra cosa sino provocarle mayor admiración en ella. Si bien estar a las puertas del Yomi ayudaba a ello. Tenía que admirarla y creer que era una Diosa encerrada en un cuerpo mortal. De lo contrario, ¿cómo iba a confiar en que lograría mantenerle con vida?
···
Había llegado la hora de la verdad. Su estómago, lleno con el batido de chocolate que se había tomado en la ausencia de Shiona, estaba revuelto. Tenía ganas de vomitar y la idea de haber tomado aquel líquido caliente y espeso ya no le parecía tan buena idea.
Estaba tumbado boca arriba, tal y como le había ordenado Shiona, sobre una especie de cráter que en su vida había visto. Shiona dibujaba extraños símbolos sobre su cuerpo. Símbolos que parecían trepar como hormigas por su ropa y piel, buscando de forma palpable la serpiente con calavera que tenía tatuada en la nuca. Le picaba y sentía… excitación. No lo suya, sino la de otra persona. Era extraño de explicar, pero era como si…
—Tranquilo, Haskoz-kun. Sólo necesito que cierres los ojos. No dolerá.
Por supuesto que dolerá. Cerró los ojos mientras el corazón le latía como un caballo desbocado, a punto de salírsele del pecho. Escuchó un grito de su líder, y luego… una risa. Una risa escalofriante y aguda, y entonces ya no pudo oír nada más…
···
No podía parar de reír. Reía, reía y reía mientras el mundo se estremecía ante su presencia. Su risa era tan dulce como el beso de una serpiente; tan suave como el filo de una navaja; tan alegre como el silencio en un funeral. Él había renacido, y con él, la nueva peste que asolaría al mundo. Solo que él no era él…
… sino ella.
Su cuerpo, de casi dos metros de altura, era de un blanco enfermizo, pálido como un cadáver. Las vendas, blancas y que cubrían un pecho inexistente, casi no podía diferenciarse de su piel. Su pelo, corto, era tan azul como el rostro de un ahogado. Sus ojos, violetas como un viejo moratón. Tenía cicatrices en su espalda, encorvada, como si hubiese recibido cientos de latigazos. En sus muñecas había más: líneas perfectamente rectas que se cruzaban en horizontal unas con las otras. Su sonrisa dejaba entrever una dentadura perfecta y brillante, la sonrisa de un acechador en la oscuridad, y aparte de unos pantalones cortos no portaba más ropa. Ni siquiera calzado.
El Demonio Blanco no reconocía aquel cuerpo. Pero no le importaba. Se sentía inconmensurable. Pletórico como nunca antes recordaba. Pletórico de ira, de odio, de rabia…
—Ahora... enfréntate a mí, criminal.
Su salvadora. La mujer que le había librado de la agonía de vivir en un cuerpo enfermizo. Le daría las gracias con un beso. Un beso de muerte.
—No siempre fui uno —entonces rio de nuevo, pese a que sus ojos, tan vivaces como los de un muerto, siguiesen clavados en ella.
Elevó una mano y la señaló con el dedo meñique. Cuando captó aquel movimiento, Shiona pudo ver como un hilo negro se formaba en aquel dedo huesudo y largo. Pero no solo eso, sino que también en el de ella. Un hilo incorpóreo, que se extendió hasta unirse con el hilo opuesto, quedando de esta manera unidas.
Acto seguido, Shiona notó algo en la palma de su mano. Un extraño picor...
Cuando miró, varios kanjis diminutos estaban dibujados en blanco en la palma de su mano, formando un círculo:
火, 風, 雷, 土, 水, 剣术, 体術, 忍術
Y no solo eso, algo más le llamó la atención. Uno de ellos era ligeramente distinto al resto...
Demonio Blanco
–
–
- 1 Ninjato (sellado en la palma izquierda)
- Ōkunai (sellado en la palma derecha)
- 10 Shuriken (sellados a lo largo de cada uno de los 10 dedos de las manos)
- 1 Ono (sellada en la cadera, parte derecha)
- 2 Paquete de 5 senbon (sellado en el cuello, parte izquierda y derecha)
2 AO
390/390
300/300
- 1 Ninjato (sellado en la palma izquierda)
- Ōkunai (sellado en la palma derecha)
- 10 Shuriken (sellados a lo largo de cada uno de los 10 dedos de las manos)
- 1 Ono (sellada en la cadera, parte derecha)
- 2 Paquete de 5 senbon (sellado en el cuello, parte izquierda y derecha)
2 AO
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado