28/04/2017, 19:34
Aquello fue el último clavo en el ataúd de las esperanzas de Mugiwara Shigeru, que vio cómo el plan que había ideado para tomarse su pequeña venganza sobre su hermano Satoshi se convertía en humo y cenizas. Apenas un vestigio de lo que pudo llegar a ser. Todavía tenía decenas de kilos de hielo escarchado en repartidos por varias neveras ubicadas en distintas habitaciones —en desuso— por todo el edificio.
—Pero... Pero... —alcanzó a mascullar, con el rostro deformado reflejando su abatimiento—. Pero... El dinero... Yo...
El fajo de billetes todavía colgaba de su mano huesuda, apenas sujeto.
De repente, los ojos del dueño se encendieron con una llama explosiva, y su mirada adoptó un tinte totalmente diferente; ahora no había desesperanza en ella, sino la más pura y visceral de las rabias. Apretó los labios deformados en una mueca horrenda, y taladró a Ralexion con la mirada.
—Fuera... —masculló—. ¡Fuera! ¡Fuera de mi establecimiento! ¡FUERA!
Comenzó a hacer aspavientos con los brazos, y dando vueltas como un auténtico maníatico, siguió vociferando.
—¿¡Sicarios!? ¿¡Sicarios, dices!? ¡Sí, creo que será una buena solución! ¡Hihihi! ¡Sicarios! ¡Hihihi! —empezó a reír, agitando el fajo de billetes; entonces volvió a clavar sus ojos encendidos como carbones en el muchacho de Uzushio—. ¡FUERA DE MI LOCAL! ¡FUERA, SUCIA SABANDIJA!
Al otro lado de la habitación, tras la puerta corredera que daba a los vestuarios —semiabierta—, Akame observaba con atención. Todavía llevaba la toalla anudada en torno a la cintura, pero el vocerío de Shigeru le había alertado y ahora observaba, paciente.
—Pero... Pero... —alcanzó a mascullar, con el rostro deformado reflejando su abatimiento—. Pero... El dinero... Yo...
El fajo de billetes todavía colgaba de su mano huesuda, apenas sujeto.
De repente, los ojos del dueño se encendieron con una llama explosiva, y su mirada adoptó un tinte totalmente diferente; ahora no había desesperanza en ella, sino la más pura y visceral de las rabias. Apretó los labios deformados en una mueca horrenda, y taladró a Ralexion con la mirada.
—Fuera... —masculló—. ¡Fuera! ¡Fuera de mi establecimiento! ¡FUERA!
Comenzó a hacer aspavientos con los brazos, y dando vueltas como un auténtico maníatico, siguió vociferando.
—¿¡Sicarios!? ¿¡Sicarios, dices!? ¡Sí, creo que será una buena solución! ¡Hihihi! ¡Sicarios! ¡Hihihi! —empezó a reír, agitando el fajo de billetes; entonces volvió a clavar sus ojos encendidos como carbones en el muchacho de Uzushio—. ¡FUERA DE MI LOCAL! ¡FUERA, SUCIA SABANDIJA!
Al otro lado de la habitación, tras la puerta corredera que daba a los vestuarios —semiabierta—, Akame observaba con atención. Todavía llevaba la toalla anudada en torno a la cintura, pero el vocerío de Shigeru le había alertado y ahora observaba, paciente.