30/04/2017, 00:57
Algún día, las cosas serán difíciles y peligrosas.
Inaru vaciló sobre su propio cuerpo y comenzó a tiritar un poco. Y no es que hiciese frío, ni mucho menos, ¿pero entonces por qué temblaba?
Entre compañeros, nos protegeremos para salir siempre...
Qué compañeros, se preguntó la joven. Pues por lo poco que sabía, ella no tuvo compañeros, o si los tuvo; no le ayudaron. No, tuvo que haber estado sola. Tan sola como se sentía ella en casa, a pesar de los cuidados de su padre.
¿Vencedores?
—¡Mentira, Deika, mentira! —clamó, en un fuerte bramido sollozo. Las lágrimas cayeron por su mejilla, y se levantó con sus pequeñas piernas y encaró a su niñera. Allí, le entregó la inminente mirada naciente del más doloroso desasosiego —. ¡¿entonces por qué ella mudio?! ¡POR QUÉ!
Entre leves quejidos del dolor, Inaru soltó la muñeca que con tanto cariño sostenía en sus manos y se la arrojó a la joven e inexperimentada Reika. Entonces decidió salir corriendo hacia el exterior de la habitación, cerrando la puerta detrás suyo y descendiendo las escaleras tan rápido como sus piernas cortas se lo permitían. Y sin pensarlo, sin saber quién le iba a seguir detrás, o de las consecuncias que podrían traer sus actos; Inaru se dirigió hacia la puerta principal, sostuvo la perilla e intentó abrirla.
Pero, a diferencia de en otras ocasiones —en las cuales aquella puerta había estado bloqueada por su respectivo seguro—, la puerta se abrió. Fuera cual fuera la razón, Inaru se encontró con el mundo exterior, desconocido y un tanto lúgubre. Y bajo aquella incesante lluvia, mojándole sus tiernas coletas; la pequeña se embarcó en un viaje peligroso hacia las calles de la aldea, perdiéndose por un callejón aledaño, a unos cuantos metros de su casa.
Inaru vaciló sobre su propio cuerpo y comenzó a tiritar un poco. Y no es que hiciese frío, ni mucho menos, ¿pero entonces por qué temblaba?
Entre compañeros, nos protegeremos para salir siempre...
Qué compañeros, se preguntó la joven. Pues por lo poco que sabía, ella no tuvo compañeros, o si los tuvo; no le ayudaron. No, tuvo que haber estado sola. Tan sola como se sentía ella en casa, a pesar de los cuidados de su padre.
¿Vencedores?
—¡Mentira, Deika, mentira! —clamó, en un fuerte bramido sollozo. Las lágrimas cayeron por su mejilla, y se levantó con sus pequeñas piernas y encaró a su niñera. Allí, le entregó la inminente mirada naciente del más doloroso desasosiego —. ¡¿entonces por qué ella mudio?! ¡POR QUÉ!
Entre leves quejidos del dolor, Inaru soltó la muñeca que con tanto cariño sostenía en sus manos y se la arrojó a la joven e inexperimentada Reika. Entonces decidió salir corriendo hacia el exterior de la habitación, cerrando la puerta detrás suyo y descendiendo las escaleras tan rápido como sus piernas cortas se lo permitían. Y sin pensarlo, sin saber quién le iba a seguir detrás, o de las consecuncias que podrían traer sus actos; Inaru se dirigió hacia la puerta principal, sostuvo la perilla e intentó abrirla.
Pero, a diferencia de en otras ocasiones —en las cuales aquella puerta había estado bloqueada por su respectivo seguro—, la puerta se abrió. Fuera cual fuera la razón, Inaru se encontró con el mundo exterior, desconocido y un tanto lúgubre. Y bajo aquella incesante lluvia, mojándole sus tiernas coletas; la pequeña se embarcó en un viaje peligroso hacia las calles de la aldea, perdiéndose por un callejón aledaño, a unos cuantos metros de su casa.