30/04/2017, 19:31
—Desearí-desearía... morir... me...—
”Está delirando” Me dije casi seguro de ello, o simplemente quería negar el hecho de que ella se estaba rindiendo.
Sus palabras me alarmaron, sobretodo el tono de voz tan bajo en que lo dijo. Entre un estado de desesperación y la adrenalina se apoderó de mí, la sangre fluía mucho más rápido de lo habitual y era porque ya no estaba caminando a paso rápido, sino más bien estaba corriendo y saltando, dejando atrás el lugar de nuestro encuentro. Lo peor de todo es que estaba derrochando mi energía sin tener una dirección fija.
”¿Dónde estás? Me estaba irritando sin hecho alguno, mi mandíbula estaba tensa y mis brazos se estaban empezando a cansar. Inevitablemente tuve que disminuir el ritmo, pero no solté el cuerpo de la chica, su cuerpo debería estar empezando a sentir un poco más de calor, pero no era el suficiente.
”Putos conejos” Insulté por echarle la culpa a alguien o algo.
Como arte de magia o por cosas del destino, no muy lejos de nuestra posición vi como un conejo blanco se adentraba en el interior de la montaña, me sentí un tanto aliviado al observar a aquel animal y con los mismo ánimos, pero no con tanta energía llegué hasta donde se había metido, ciertamente era una gruta helada, el suelo no era de nieve pero estaba prácticamente congelado. ¿Sería seguro ir por allí? ¿Llevaría ese camino al supuesto jardín?
Ahora nos encontrábamos justamente en el portal, no era una entrada muy grande y podía pasar desapercibida si no se prestaba la suficiente atención, podría decirse que fue un golpe de fortuna para ambos. Dudé por unos instantes, pero el conejo se alejaba cada vez más entre salto y salto; a mis espaldas, lo que antes eran unos copos que caían lentamente, ahora era granizo y las corrientes de viento demostraban que se acercaba una gran tormenta.
No tenía otra opción, entraba y seguía por ese camino o seguía caminando por los alrededores de la cordillera siendo el blanco perfecto para la tormenta. Era más que evidente cual era la opción correcta, por lo que caminé cuidadosamente por aquel piso resbaladizo; el conejo ya no era visible y mi cuerpo necesitaba también un descanso, uno breve mientras recuperaba el aliento.
Busqué entre las formaciones rocosas un lugar en el cual pudiera dejar el cuerpo de la chica, y así lo hice, sentí cierto alivio y me senté en el suelo, comprobando cuan gélido estaba el interior de la cueva, no podríamos quedarnos mucho tiempo allí.
Mientras reposaba visualicé a mis alrededores, el camino era lo suficientemente amplio y alto para poder moverme cómodamente, no obstante, desde el techo se veían las amenazantes puntas de hielo que podrían arremeter hacia nosotros.
Dejé a un lado los pensamientos negativos y me dispuse a buscar el pulso radial, era débil y casi imperceptible, su cuerpo seguía bastante pálido y frío. Mis manos estaban también heladas y empezaban a doler, al igual que mis pies, el frío era inclemente.
— Oye! No te duermas. — Rompí el silencio del lugar, estaba justo frente a ella, arrodillado a un costado; siempre podía recurrir a un reflejo que me indicaría su estado. Froté las palmas de mis manos entre sí para calentarlas un poco y con la diestra fui a su cavidad orbitaría y separé los parpados exponiendo su ojo, con el índice de la siniestra busque tener contacto con su esclera, sí cerraba ella seguía consciente, era un reflejo del cuerpo.
”Está delirando” Me dije casi seguro de ello, o simplemente quería negar el hecho de que ella se estaba rindiendo.
Sus palabras me alarmaron, sobretodo el tono de voz tan bajo en que lo dijo. Entre un estado de desesperación y la adrenalina se apoderó de mí, la sangre fluía mucho más rápido de lo habitual y era porque ya no estaba caminando a paso rápido, sino más bien estaba corriendo y saltando, dejando atrás el lugar de nuestro encuentro. Lo peor de todo es que estaba derrochando mi energía sin tener una dirección fija.
”¿Dónde estás? Me estaba irritando sin hecho alguno, mi mandíbula estaba tensa y mis brazos se estaban empezando a cansar. Inevitablemente tuve que disminuir el ritmo, pero no solté el cuerpo de la chica, su cuerpo debería estar empezando a sentir un poco más de calor, pero no era el suficiente.
”Putos conejos” Insulté por echarle la culpa a alguien o algo.
Como arte de magia o por cosas del destino, no muy lejos de nuestra posición vi como un conejo blanco se adentraba en el interior de la montaña, me sentí un tanto aliviado al observar a aquel animal y con los mismo ánimos, pero no con tanta energía llegué hasta donde se había metido, ciertamente era una gruta helada, el suelo no era de nieve pero estaba prácticamente congelado. ¿Sería seguro ir por allí? ¿Llevaría ese camino al supuesto jardín?
Ahora nos encontrábamos justamente en el portal, no era una entrada muy grande y podía pasar desapercibida si no se prestaba la suficiente atención, podría decirse que fue un golpe de fortuna para ambos. Dudé por unos instantes, pero el conejo se alejaba cada vez más entre salto y salto; a mis espaldas, lo que antes eran unos copos que caían lentamente, ahora era granizo y las corrientes de viento demostraban que se acercaba una gran tormenta.
No tenía otra opción, entraba y seguía por ese camino o seguía caminando por los alrededores de la cordillera siendo el blanco perfecto para la tormenta. Era más que evidente cual era la opción correcta, por lo que caminé cuidadosamente por aquel piso resbaladizo; el conejo ya no era visible y mi cuerpo necesitaba también un descanso, uno breve mientras recuperaba el aliento.
Busqué entre las formaciones rocosas un lugar en el cual pudiera dejar el cuerpo de la chica, y así lo hice, sentí cierto alivio y me senté en el suelo, comprobando cuan gélido estaba el interior de la cueva, no podríamos quedarnos mucho tiempo allí.
Mientras reposaba visualicé a mis alrededores, el camino era lo suficientemente amplio y alto para poder moverme cómodamente, no obstante, desde el techo se veían las amenazantes puntas de hielo que podrían arremeter hacia nosotros.
Dejé a un lado los pensamientos negativos y me dispuse a buscar el pulso radial, era débil y casi imperceptible, su cuerpo seguía bastante pálido y frío. Mis manos estaban también heladas y empezaban a doler, al igual que mis pies, el frío era inclemente.
— Oye! No te duermas. — Rompí el silencio del lugar, estaba justo frente a ella, arrodillado a un costado; siempre podía recurrir a un reflejo que me indicaría su estado. Froté las palmas de mis manos entre sí para calentarlas un poco y con la diestra fui a su cavidad orbitaría y separé los parpados exponiendo su ojo, con el índice de la siniestra busque tener contacto con su esclera, sí cerraba ella seguía consciente, era un reflejo del cuerpo.