A pesar de su llamado, nadie acudió. Muchos sólo se amontonaron a su alrededor, dejándole el trabajo pesado al joven Isa.
"¿Pero qué le pasa a esta gente?, ¿qué están esperando?, ¿qué se levante sólo para meterse al hospital?"
Por suerte, alguien se había dignado a llamar a unos enfermeros del centro asistencial, los cuales al llegar a la escena empezaron a brindarle atención a los dos caídos. Kagetsuna suspiró, pues vió cómo se los llevaban al interior con todo y sus cosas. Él no es que fuese metiche, pero siguió al grupito ya que de por sí había ido para visitar su abuela. Lo que no se esperaba era que le impidiesen verla por ser más de las seis de la tarde.
"¿Desde cuándo hay horario para visitas?"
Él recordaba que la última vez había permanecido hasta la media noche, de hecho quiso usarlo como excusa, pero la negativa fue contundente. La razón que le dieron es que la vez anterior había ingresado mucho más temprano, aunque en esa ocasión estuvo horas de horas sin que le autorizaran el acceso. Estaba furioso, había caminado nuevamente en vano. Se sumaba también la frustración de cuando nadie le ayudó con los vendedores, no porqué de verdad se preocupase por el bienestar de los afectados sino por el hecho de que siempre terminaba haciendo el trabajo que nadie más quería. Era muy bueno encontrando cosas para añadir a su lista de razones para odiar al mundo.
Se fue del sitio lanzando improperios, odiaba cuando le hacían perder el tiempo. Hubiese seguido así de no ser por el repentino ruido de su estómago. La necesidad biológica se imponía a su rabia.
Volteó a ver si había algún puesto de comida cerca, pero lo único que alcanzó a divisar fue una taberna. ¿Qué demonios tendría que hacer un menor de edad en una taberna? Nada, pero eso a él no le importaba. Tenía hambre y mal humor, al menos podría quitarse lo primero. Sin más, ingresó al local con su mala cara, yendo a sentarse a uno de los taburetes, apoyando su brazo derecho en la barra a la vez que colocaba su pierna en el asiento de a la par, dejándola colgar.
—Un ramen, de res, picante.—. Ordenó autoritariamente sin siquiera decir por favor, mientras se componía el flequillo con la zurda.
Iba a pedir algo de beber, pero no sabía si allí habría una bebida legal para su edad. Ese no era su día.
"¿Pero qué le pasa a esta gente?, ¿qué están esperando?, ¿qué se levante sólo para meterse al hospital?"
Por suerte, alguien se había dignado a llamar a unos enfermeros del centro asistencial, los cuales al llegar a la escena empezaron a brindarle atención a los dos caídos. Kagetsuna suspiró, pues vió cómo se los llevaban al interior con todo y sus cosas. Él no es que fuese metiche, pero siguió al grupito ya que de por sí había ido para visitar su abuela. Lo que no se esperaba era que le impidiesen verla por ser más de las seis de la tarde.
"¿Desde cuándo hay horario para visitas?"
Él recordaba que la última vez había permanecido hasta la media noche, de hecho quiso usarlo como excusa, pero la negativa fue contundente. La razón que le dieron es que la vez anterior había ingresado mucho más temprano, aunque en esa ocasión estuvo horas de horas sin que le autorizaran el acceso. Estaba furioso, había caminado nuevamente en vano. Se sumaba también la frustración de cuando nadie le ayudó con los vendedores, no porqué de verdad se preocupase por el bienestar de los afectados sino por el hecho de que siempre terminaba haciendo el trabajo que nadie más quería. Era muy bueno encontrando cosas para añadir a su lista de razones para odiar al mundo.
Se fue del sitio lanzando improperios, odiaba cuando le hacían perder el tiempo. Hubiese seguido así de no ser por el repentino ruido de su estómago. La necesidad biológica se imponía a su rabia.
Volteó a ver si había algún puesto de comida cerca, pero lo único que alcanzó a divisar fue una taberna. ¿Qué demonios tendría que hacer un menor de edad en una taberna? Nada, pero eso a él no le importaba. Tenía hambre y mal humor, al menos podría quitarse lo primero. Sin más, ingresó al local con su mala cara, yendo a sentarse a uno de los taburetes, apoyando su brazo derecho en la barra a la vez que colocaba su pierna en el asiento de a la par, dejándola colgar.
—Un ramen, de res, picante.—. Ordenó autoritariamente sin siquiera decir por favor, mientras se componía el flequillo con la zurda.
Iba a pedir algo de beber, pero no sabía si allí habría una bebida legal para su edad. Ese no era su día.