7/05/2017, 07:17
Reika pudo alcanzar a la niña sólo cuando ésta estuvo fuera de la casa. A pesar de sus capacidades, superiores y evidentemente más entrenadas que la de una simple pequeña, desconocedora de las artes shinobi y de lo que haberse graduado de la academia conlleva, su súbito correr probablemente le había tomado de tan sorpresa que alcanzarla le costó más de la cuenta.
Fuera su furia, su rabia, o su frenética ilusión de poder escapar de los más dolorosos recuerdos; algo había impulsado a tan pequeña criatura a moverse tan rápido como le fuera posible.
No obstante, la Yamanaka había cumplido con la tarea que se le había encomendado, en la primera complicación que tuvo: cuidar de la niña, fueran cuales fueran las circunstancias. Y aquel abrazo, bajo la incesante y fría lluvia, significaba que la kunoichi estaba plenamente comprometida con cumplir con su deber lo más apropiadamente posible como le fuera capaz.
Inaru se recostó sobre su hombro y sollozó, temblorosa. Y aunque quería creer en las palabras de la rubia, le era difícil creer que alguien que estaba allí solo por el sentido del deber y la responsabilidad hacia el encargo pagado por su padre, estuviera realmente dispuesta a estar para ella cuando la necesitara.
La pequeña apretó fuerte con sus brazos y luego se separó, mezclando sus lágrimas con la lluvia que en pocos segundos le había empapado hasta calarle el frío en los huesos. Miró a Reika, y tembló, y tembló, y tembló.
No sabía qué decir, ni qué hacer. Pero estaba claro que ella no era la que iba a mover un dedo. Algo no la dejaba moverse.
Fuera su furia, su rabia, o su frenética ilusión de poder escapar de los más dolorosos recuerdos; algo había impulsado a tan pequeña criatura a moverse tan rápido como le fuera posible.
No obstante, la Yamanaka había cumplido con la tarea que se le había encomendado, en la primera complicación que tuvo: cuidar de la niña, fueran cuales fueran las circunstancias. Y aquel abrazo, bajo la incesante y fría lluvia, significaba que la kunoichi estaba plenamente comprometida con cumplir con su deber lo más apropiadamente posible como le fuera capaz.
Estaré siempre aquí, seré tu mejor amiga, tu hermana mayor, no estarás sola nunca. Lo prometo.
Inaru se recostó sobre su hombro y sollozó, temblorosa. Y aunque quería creer en las palabras de la rubia, le era difícil creer que alguien que estaba allí solo por el sentido del deber y la responsabilidad hacia el encargo pagado por su padre, estuviera realmente dispuesta a estar para ella cuando la necesitara.
La pequeña apretó fuerte con sus brazos y luego se separó, mezclando sus lágrimas con la lluvia que en pocos segundos le había empapado hasta calarle el frío en los huesos. Miró a Reika, y tembló, y tembló, y tembló.
No sabía qué decir, ni qué hacer. Pero estaba claro que ella no era la que iba a mover un dedo. Algo no la dejaba moverse.