11/05/2017, 09:02
La soledad abrazó a Reika en súbito, después de que Inaru conciliara con el sueño. Se le veía tan pasiva, tan descansada, con sus tiernos ojos cerrados y una latente calma que le obligaba a mantenerse quieta y acurrucada bajo su colorido y femenino edredón. Eran aquellos momentos en los que las vicisitudes de su pasado no la agobiaban, al menos cuando se encontraba viéndose cuidada por una chica que tenía la misma profesión que la de su difunta madre.
Reika, de cualquier forma, no podía hacer más que cuidar de ella para que no volviese a suceder lo de antes. Se turnaba de aquí a allá, bajaba y subía las escaleras, y siempre se encontraba con el mismo panorama. Fuera lo que quisiese hacer entonces, fuera leer uno de los libros que el padre le sugirió en un principio, o hacer el tonto por la casa; se le iría alrededor de dos horas.
Daban entonces las ocho de la noche.
No obstante, a la tercera vez que decidió echarle un ojo a la habitación pudo ver que Inaru comenzaba a moverse entre su sueño disperso.
A la cuarta, notó que la pequeña balbuceó.
A la quinta, aún dormida, comenzó a temblar. A temblar. Y a temblar, de nuevo.
Reika, de cualquier forma, no podía hacer más que cuidar de ella para que no volviese a suceder lo de antes. Se turnaba de aquí a allá, bajaba y subía las escaleras, y siempre se encontraba con el mismo panorama. Fuera lo que quisiese hacer entonces, fuera leer uno de los libros que el padre le sugirió en un principio, o hacer el tonto por la casa; se le iría alrededor de dos horas.
Daban entonces las ocho de la noche.
No obstante, a la tercera vez que decidió echarle un ojo a la habitación pudo ver que Inaru comenzaba a moverse entre su sueño disperso.
A la cuarta, notó que la pequeña balbuceó.
A la quinta, aún dormida, comenzó a temblar. A temblar. Y a temblar, de nuevo.