13/05/2017, 12:39
«¡Lo siento! Sus cabellos son muy diferentes ¡no habría adivinado que eran hermanos!»
Ayame agitó la mano en el aire, restándole importancia a la situación.
—No te preocupes, no eres la primera a la que le pasa —le explicó, con una sonrisa.
Y, realmente, tampoco podía culparlos. Kōri y ella, pese a ser hermanos, parecían dos polos opuestos. Él tan frío y solitario, ella más cálida y amigable. Él tan poderoso, ella tan simple. Él tan hielo... Ella tan agua... ¿Quién podría pensar que eran familiares siquiera?
Sin embargo, prefirió no entrar en el tema. En su lugar, la razón de que ambas se encontraran allí mismo se convirtió en el tema central de conversación. Ayame explicó su interés por la historia de los bijū sin entrar en su propia condición. Y aquello pareció despertar el interés de Taeko.
«No conozco mucho al respecto. ¡Cuéntame más, Ayame-san!»
Le pidió, y Ayame se ruborizó ligeramente. Nunca había contado una historia. Nunca había hablado durante tanto tiempo sin interrumpirse. ¿Pero cómo iba a negarse? Además, si ella hablaba, Taeko tendría oportunidad de seguir con su labor sin interrupciones.
—Veamos... —murmuró, con la mano apoyada en su barbilla. Su mente se remitió a mucho tiempo atrás, a aquella noche en la que su padres les contó aquel cuento que, bastante tiempo después, comprendió que tenía poco de cuento—. Antes de que las tres aldeas de hoy en día, Amegakure; Kusagakure y Uzushiogakure, fueran fundadas existían otras cinco increíblemente poderosas y prósperas. Esas aldeas eran Konohagakure, en el País del Fuego; Kirigakure, en el País del Agua; Sunagakure, en el País del Viento; Kumogakure, en el País del Rayo e Iwagakure, en el País de la Tierra. Sin embargo, loas Kage de estas aldeas se vieron corrompidos por el ansia de poder, y no dudaron en utilizar a los bijū como armas de guerra en sus conflictos bélicos —Ayame se había puesto repentinamente seria, con el ceño fruncido cuando su imaginación comenzó a dibujar el desenlace de la historia en un recuerdo que ella nunca había vivido. Sin embargo, estaba comenzando a sentir aquel familiar escozor a la altura de los omóplatos y tuvo que hacer un esfuerzo por no contraer el gesto en una mueca de dolor—. En un descuido, las bestias se aprovecharon de su posición, se liberaron de sus cadenas y se volvieron contra los cinco Kage. De la noche a la mañana, las cinco aldeas habían sido completamente destruidas, reducidas a cenizas. Los pocos supervivientes de aquella catástrofe se dispersaron por Ōnindo, y así muchos de los clanes propios de esas aldeas llegaron a las nuestras.
«Como el clan Hōzuki o Yuki, ambos de Kirigakure.» Meditó para sí, antes de continuar.
—Y fueron esos supervivientes los que pidieron la ayuda de los líderes de las aldeas de Amegakure, Uzushiogakure y Kusagakure, que habían pasado a ser las tres potencias shinobi del mundo. Y así unieron fuerzas, Uzumaki Shiomaru, primer Uzukage; Koichi Riona, primera Morikage; y Sumizu Kouta, primer Arashikage —pronunció, mientras señalaba las estatuas de cada uno—. Los tres arrinconaron en el Valle del Fin a los nueve bijū y dar fin a su vida, salvando al mundo de su destrucción.
De nuevo aquel pinchazo. Y en aquella vez más fuerte. Ayame entrecerró los ojos ligeramente, pero después dirigió su mirada hacia Taeko.