15/05/2017, 22:17
Esperar, como quien se sabe incapaz de cambiar el destino de nadie, trajo consigo una respuesta que probablemente nadie querría escuchar.
Y es que, entre sus ir y venir; Reika no se percató sino hasta el final de su último chequeo de que, evidentemente, aquello no era frío. Por el contrario, el cuerpo de Inaru estaba rojo como el tomate mejor cultivado de las tierras de uzushio. También caliente, como las mismísimas dunas de arena que cubrían las pirámides de Sid. Y a su vez tan débil, como los cimientos de las edificaciones destruidas en la antigua ciudad fantasma, no tan lejos de la aldea.
Aquello era un cúmulo de realidades que, sin duda alguna, daban certeza de algo: Inaru tenía una fiebre, altísima. Su temblorosa reacción, su incesante frío y sus balbuceos sinsentido eran sólo una prueba de ello.
Y es que, entre sus ir y venir; Reika no se percató sino hasta el final de su último chequeo de que, evidentemente, aquello no era frío. Por el contrario, el cuerpo de Inaru estaba rojo como el tomate mejor cultivado de las tierras de uzushio. También caliente, como las mismísimas dunas de arena que cubrían las pirámides de Sid. Y a su vez tan débil, como los cimientos de las edificaciones destruidas en la antigua ciudad fantasma, no tan lejos de la aldea.
Aquello era un cúmulo de realidades que, sin duda alguna, daban certeza de algo: Inaru tenía una fiebre, altísima. Su temblorosa reacción, su incesante frío y sus balbuceos sinsentido eran sólo una prueba de ello.