25/06/2015, 23:38
Repentinamente, una voz se alzó entre la multitud. Era una voz masculina, joven, que trataba de llamar la atención de una niña.
«Quizás...» Meditaba Ayame, con el corazón palpitándole con energía. «Quizás papá o Kōri han pedido ayuda... Quizás les han dicho que su hija pequeña o su hermana pequeña estaba perdida y han pensado que era una simple niña... Quizás...»
Arrancó a correr hacia la voz. Apartaba o esquivaba como podía a la gente que se interponía en su camino, y más de una vez estuvo a punto de utilizar sus habilidades como Hōzuki para pasar a través del gentío. Menos mal que no llegó a hacerlo. Tan sólo habría conseguido alarmar a la población, asustarla y desencadenar un posible caos que le impediría encontrar a su familia.
Sin embargo, la decepción cayó sobre ella como un jarro de agua fría cuando llegó hasta el origen de la voz. Dos muchachos se alzaban allí, pero no había rastro alguno de su padre o de su hermano mayor. Ambos parecían ser algo más mayores que ella, y ambos eran más altos y fornidos que ella. Por si no fuera suficiente, a juzgar por los símbolos de las bandanas que lucían, ambos pertenecían a aldeas diferentes. El chico de Kusagakure era el que más le imponía, sus cabellos rubios como rayos de sol se erizaban sin control alguno; y estos junto a sus ojos cristalinos contrastaban con su tez bronceada por el sol. Sin embargo, lo que más le había llamado la atención eran los guantes que vestía: blancos, con motivos azules y un gran número de cables y condensadores que recorrían toda su longitud.
«Electricidad...» Reparó, con un desagradable escalofrío.
El de Uzushiogakure era un muchacho más normal. Sus cabellos eran largos y estaban recogidos en una larga trenza que caía tras su espalda, y su color oscuro hacía juego con unos ojos tan negros como una noche sin estrellas.
«Me he confundido, deben estar buscando a una niña...» Ayame agachó la cabeza e, intimidada por la presencia de aquellos dos shinobi, comenzó a alejarse para retomar su propia búsqueda.
«Quizás...» Meditaba Ayame, con el corazón palpitándole con energía. «Quizás papá o Kōri han pedido ayuda... Quizás les han dicho que su hija pequeña o su hermana pequeña estaba perdida y han pensado que era una simple niña... Quizás...»
Arrancó a correr hacia la voz. Apartaba o esquivaba como podía a la gente que se interponía en su camino, y más de una vez estuvo a punto de utilizar sus habilidades como Hōzuki para pasar a través del gentío. Menos mal que no llegó a hacerlo. Tan sólo habría conseguido alarmar a la población, asustarla y desencadenar un posible caos que le impediría encontrar a su familia.
Sin embargo, la decepción cayó sobre ella como un jarro de agua fría cuando llegó hasta el origen de la voz. Dos muchachos se alzaban allí, pero no había rastro alguno de su padre o de su hermano mayor. Ambos parecían ser algo más mayores que ella, y ambos eran más altos y fornidos que ella. Por si no fuera suficiente, a juzgar por los símbolos de las bandanas que lucían, ambos pertenecían a aldeas diferentes. El chico de Kusagakure era el que más le imponía, sus cabellos rubios como rayos de sol se erizaban sin control alguno; y estos junto a sus ojos cristalinos contrastaban con su tez bronceada por el sol. Sin embargo, lo que más le había llamado la atención eran los guantes que vestía: blancos, con motivos azules y un gran número de cables y condensadores que recorrían toda su longitud.
«Electricidad...» Reparó, con un desagradable escalofrío.
El de Uzushiogakure era un muchacho más normal. Sus cabellos eran largos y estaban recogidos en una larga trenza que caía tras su espalda, y su color oscuro hacía juego con unos ojos tan negros como una noche sin estrellas.
«Me he confundido, deben estar buscando a una niña...» Ayame agachó la cabeza e, intimidada por la presencia de aquellos dos shinobi, comenzó a alejarse para retomar su propia búsqueda.