31/05/2017, 20:07
Por fortuna, Taeko no parecía habérselo tomado a mal. Había perdido a su familiar hacía mucho tiempo, por lo que no lo había conocido. Como Ayame, quizás pasara en el momento de su nacimiento. Quizás antes. Pero no quiso meter más el dedo en la llaga. Era un tema demasiado sensible.
Ayame no pudo evitar sonrojarse ante la petición. No se había esperado algo así. Ella no era ninguna experta en la materia, más bien lo disfrutaba como un hobby más y no se preocupaba demasiado de alcanzar la perfección. Iba a negarse, alegando que no tenía materiales con los que dibujar como una burda excusa para esconderse, pero allí estaba Taeko, tendiéndole su libreta y el carboncillo.
—V... vale... —murmuró, derrotada.
Suspiró y miró a su alrededor. Las figuras de los tres Kage llamó su atención y debió de quedarse varios segundos pensativa porque enseguida recibió otra nota.
—¿Eh? ¡No, no! ¡Qué va! Es solo que... vine aquí pensando que encontraría algo sobre el combate de los Kage contra los Bijuu. Y de alguna manera siento que me voy a ir con las manos vacías —sonrió, nerviosa, pero le restó hierro al asunto agitando la mano en el aire—. Son chorradas mías. No te preocupes.
Ayame tomó la libreta y el carboncillo y se mantuvo pensativa unos instantes. ¿Qué podía dibujar? Aquella situación había surgido de forma tan abrupta que no le había dado tiempo a pensar sobre ello como solía hacer. Sin embargo, enseguida se le ocurrió algo. Alzó la mirada y, alternándola con el folio cada cierto tiempo, empezó a mover el carboncillo por la hoja. Primero hizo un esbozo rápido, con líneas suaves y entrecortadas que se iban cruzando entre sí. Un esqueleto base, sobre el que después fue añadiendo los detalles. En el centro, de frente, un anciano de cabellos y barba larga, con la clásica túnica de Kage pero sin el sombrero; a la derecha, un hombre de pelo corto y algo sombreado, rasgos serios y un kimono largo; y por último, a la izquierda, una mujer de la que intentó plasmar toda su belleza en el dibujo, aunque no llegó a acercarse lo suficiente, de cabellos intensamente sombreados y un esbozo de una armadura de samurai. A Ayame le llevó más de media hora ultimar los detalles, pero cuando culminó su obra la analizó con ojo crítico.
—Bueno, no ha salido tan bien como debería pero... —Roja como un tomate, le devolvió la libreta a Taeko y se rascó la mejilla, nerviosa.
La anatomía de los tres Kage no estaba tan perfecta como le hubiese gustado. De hecho, el Uzukage le había salido algo más cabezón de lo que hubiera resultado adecuado y las manos, entrelazadas en el sello del tigre, eran vagas representaciones de la realidad.
—Ya dije que no era ninguna experta... —se excusó, con una sonrisa nerviosa.
«¿Dibujas? ¡Qué genial! ¿Podrías mostrarme, por favor?»
Ayame no pudo evitar sonrojarse ante la petición. No se había esperado algo así. Ella no era ninguna experta en la materia, más bien lo disfrutaba como un hobby más y no se preocupaba demasiado de alcanzar la perfección. Iba a negarse, alegando que no tenía materiales con los que dibujar como una burda excusa para esconderse, pero allí estaba Taeko, tendiéndole su libreta y el carboncillo.
—V... vale... —murmuró, derrotada.
Suspiró y miró a su alrededor. Las figuras de los tres Kage llamó su atención y debió de quedarse varios segundos pensativa porque enseguida recibió otra nota.
»¿Estás bien? ¿Pasa algo, Ayame-san?»
—¿Eh? ¡No, no! ¡Qué va! Es solo que... vine aquí pensando que encontraría algo sobre el combate de los Kage contra los Bijuu. Y de alguna manera siento que me voy a ir con las manos vacías —sonrió, nerviosa, pero le restó hierro al asunto agitando la mano en el aire—. Son chorradas mías. No te preocupes.
Ayame tomó la libreta y el carboncillo y se mantuvo pensativa unos instantes. ¿Qué podía dibujar? Aquella situación había surgido de forma tan abrupta que no le había dado tiempo a pensar sobre ello como solía hacer. Sin embargo, enseguida se le ocurrió algo. Alzó la mirada y, alternándola con el folio cada cierto tiempo, empezó a mover el carboncillo por la hoja. Primero hizo un esbozo rápido, con líneas suaves y entrecortadas que se iban cruzando entre sí. Un esqueleto base, sobre el que después fue añadiendo los detalles. En el centro, de frente, un anciano de cabellos y barba larga, con la clásica túnica de Kage pero sin el sombrero; a la derecha, un hombre de pelo corto y algo sombreado, rasgos serios y un kimono largo; y por último, a la izquierda, una mujer de la que intentó plasmar toda su belleza en el dibujo, aunque no llegó a acercarse lo suficiente, de cabellos intensamente sombreados y un esbozo de una armadura de samurai. A Ayame le llevó más de media hora ultimar los detalles, pero cuando culminó su obra la analizó con ojo crítico.
—Bueno, no ha salido tan bien como debería pero... —Roja como un tomate, le devolvió la libreta a Taeko y se rascó la mejilla, nerviosa.
La anatomía de los tres Kage no estaba tan perfecta como le hubiese gustado. De hecho, el Uzukage le había salido algo más cabezón de lo que hubiera resultado adecuado y las manos, entrelazadas en el sello del tigre, eran vagas representaciones de la realidad.
—Ya dije que no era ninguna experta... —se excusó, con una sonrisa nerviosa.