4/06/2017, 17:45
Los dos médicos caminaron hacia casa del señor To Do. Tomaron una calle amplia que atravesaba todo Coladragón bordeando el puerto, abarrotado incluso a aquellas horas de la tarde. Era más grande de lo que podía esperarse, repleto de embarcaciones que pertenecían a los pescadores del pueblo. La mayoría eran pequeños barcos pesqueros, con capacidad para poco más que seis o siete personas.
—¡Esto no puede seguir así!
Las voces llamaron la atención de los ninjas mientras caminaba en dirección al centro del pueblo. Había más de una veintena de hombres y mujeres congregados en torno al embarcadero, sin aparente orden, que discutían unos con otros. Desde la lejanía les llegaban las voces de los mentados, unas más altas que otras.
—¡La semana pasada perdí un cargamento entero! ¡Entero! ¡Días de duro trabajo! —protestaba un hombre, de espalda ancha y entrado en años.
—A mi marido y a mí nos quitaron diez cajas hasta arriba de especie, ¡esto no hay quien lo aguante! ¡Estamos al borde de la ruina! —respondía otra mujer, de pelo rubio y ojos azules.
En el centro del tumulto, un hombre cuarentón y bien vestido trataba de poner orden y calmar a la multitud, todo a la vez.
—¡Vecinos, vecinos! ¡Calma, por favor! —voceó, agitando los brazos—. Soy consciente de que este grave problema nos afecta a todos, ¡pero debemos meditar cuidadosamente la solución!
Hubo otra oleada de gritos, protestas y demandas. El hombre se pasó una mano por el pelo, rubio y peinado hacia atrás, y dijo algo que los médicos no llegaron a escuchar.
—¿¡Y la Campeona!? —preguntó el hombre corpulento que había protestado antes—. ¿¡No se suponía que debía velar por nosotros!? ¡Seguro que ha huído del pueblo, menuda cobarde!
Si los shinobi seguían caminando, dejarían atrás aquella peculiar situación y llegarían a la residencia de su cliente en unos cinco minutos. Por otra parte, si se detenían a averiguar más sobre lo que estaba sucediendo allí, probablemente se les hiciese demasiado tarde como para terminar la misión aquel mismo día... Y el señor To Do ya había recalcado la urgencia del asunto. Probablemente no estaría nada contento con un retraso.
—¡Esto no puede seguir así!
Las voces llamaron la atención de los ninjas mientras caminaba en dirección al centro del pueblo. Había más de una veintena de hombres y mujeres congregados en torno al embarcadero, sin aparente orden, que discutían unos con otros. Desde la lejanía les llegaban las voces de los mentados, unas más altas que otras.
—¡La semana pasada perdí un cargamento entero! ¡Entero! ¡Días de duro trabajo! —protestaba un hombre, de espalda ancha y entrado en años.
—A mi marido y a mí nos quitaron diez cajas hasta arriba de especie, ¡esto no hay quien lo aguante! ¡Estamos al borde de la ruina! —respondía otra mujer, de pelo rubio y ojos azules.
En el centro del tumulto, un hombre cuarentón y bien vestido trataba de poner orden y calmar a la multitud, todo a la vez.
—¡Vecinos, vecinos! ¡Calma, por favor! —voceó, agitando los brazos—. Soy consciente de que este grave problema nos afecta a todos, ¡pero debemos meditar cuidadosamente la solución!
Hubo otra oleada de gritos, protestas y demandas. El hombre se pasó una mano por el pelo, rubio y peinado hacia atrás, y dijo algo que los médicos no llegaron a escuchar.
—¿¡Y la Campeona!? —preguntó el hombre corpulento que había protestado antes—. ¿¡No se suponía que debía velar por nosotros!? ¡Seguro que ha huído del pueblo, menuda cobarde!
Si los shinobi seguían caminando, dejarían atrás aquella peculiar situación y llegarían a la residencia de su cliente en unos cinco minutos. Por otra parte, si se detenían a averiguar más sobre lo que estaba sucediendo allí, probablemente se les hiciese demasiado tarde como para terminar la misión aquel mismo día... Y el señor To Do ya había recalcado la urgencia del asunto. Probablemente no estaría nada contento con un retraso.