4/06/2017, 19:19
La vivienda que tenían ante ellos los médicos era un edificio de dos plantas, de construcción similar a los del resto del pueblo y un par de ventanas en la fachada. Estaba situado en una calle residencial, estrecha y fresca, cuyo suelo adoquinado siempre estaba húmedo debido al clima del lugar —lo que hacía fácil resbalar y pegarse un costalazo de mil demonios—. La puerta principal era de una sola hoja, de madera oscura y bisagras de hierro negro. Junto a ella una campanita con una cuerda, que hacía las veces de timbre.
Cuando los chicos llamaron, el instrumento emitió un tañido suave pero muy penetrante, que reverberó en toda la calle. Momentos después, el cerrojo de la puerta crujió y las bisagras emitieron un chirrido oxidado. Tras la hoja de madera asomó el rostro de un hombre mayor, calvo en su mayor parte y pobremente afeitado. Sus ojos claros examinaron a los muchachos con una mezcla de temor y desconfianza. Luego se detuvieron en las bandanas que portaban, y su expresión se relajó visiblemente.
—¡Ah, los shinobi! ¡Pasad, pasad!
El tipo desapareció tras la puerta después de la invitación.
Si los muchachos entraban, se encontrarían con un pequeño recibidor escasamente adornado; apenas algunos muebles y un espejo de pared. Tras la estancia, un pasillo con varias habitaciones a los lados y las escaleras que daban al segundo piso justo al final.
—Vamos, vamos, no os quedéis en la puerta —apremió el hombre, que sostenía la pesada hoja de madera. Apenas entrasen, la cerraría con evidente apuro.
—To Do, un gusto —les dedicó una reverencia escueta—. ¿Vosotros sois?
Cuando los chicos llamaron, el instrumento emitió un tañido suave pero muy penetrante, que reverberó en toda la calle. Momentos después, el cerrojo de la puerta crujió y las bisagras emitieron un chirrido oxidado. Tras la hoja de madera asomó el rostro de un hombre mayor, calvo en su mayor parte y pobremente afeitado. Sus ojos claros examinaron a los muchachos con una mezcla de temor y desconfianza. Luego se detuvieron en las bandanas que portaban, y su expresión se relajó visiblemente.
—¡Ah, los shinobi! ¡Pasad, pasad!
El tipo desapareció tras la puerta después de la invitación.
Si los muchachos entraban, se encontrarían con un pequeño recibidor escasamente adornado; apenas algunos muebles y un espejo de pared. Tras la estancia, un pasillo con varias habitaciones a los lados y las escaleras que daban al segundo piso justo al final.
—Vamos, vamos, no os quedéis en la puerta —apremió el hombre, que sostenía la pesada hoja de madera. Apenas entrasen, la cerraría con evidente apuro.
—To Do, un gusto —les dedicó una reverencia escueta—. ¿Vosotros sois?