12/06/2017, 17:27
Pese a que Keisuke era capaz de llevar y mantener un paso ligero, Mogura era demasiado lento y sus pulmones, poco trabajadores, como para llegar al lugar en menos del tiempo estimado. Cuando por fin llegaron a los acantilados, el Sol ya estaba descendiendo a toda velocidad, y el cielo estaba cubierto de nubes grises y oscuras que anunciaban lluvia.
El lugar en cuestión era una pared de roca extremadamente escarpada, que nacía a un lado del sendero que llevaba hasta Coladragón, y bajaba casi de forma totalmente vertical hasta el agua. Allí, bajo el mar, se extendía una plataforma rocosa de dientes afilados como cuchillos. Las olas rompían con fuerza contra el acantilado, arrancando estruendos propios de una batería de cañones.
La Cauda Draconis, como no podía ser de otro modo, crecía en la parte más baja y escarpada del acantilado; justo donde la pared rocosa se convertía en un terreno castigado por el oleaje, repleto de hendiduras, fisuras y grietas afiladas. Los muchachos tendrían que ingeniárselas para bajar sin caer al agua, pues con aquellas olas tan fuertes, ni el mejor control de chakra les salvaría de ser aplastados contra las rocas. A su alrededor, además del sendero de tierra embarrada por el que habían venido, había apenas un par de rocas grandes y varios árboles, distribuidos aquí y allá, de tronco grueso y copa escasa que se mecían con el fuerte viento.
Un par de gotas cayeron sobre la nariz de Keisuke; estaba empezando a llover. El viento aulló con fuerza, y podía suponerse que de ese punto en adelante sólo iría a peor.
El lugar en cuestión era una pared de roca extremadamente escarpada, que nacía a un lado del sendero que llevaba hasta Coladragón, y bajaba casi de forma totalmente vertical hasta el agua. Allí, bajo el mar, se extendía una plataforma rocosa de dientes afilados como cuchillos. Las olas rompían con fuerza contra el acantilado, arrancando estruendos propios de una batería de cañones.
La Cauda Draconis, como no podía ser de otro modo, crecía en la parte más baja y escarpada del acantilado; justo donde la pared rocosa se convertía en un terreno castigado por el oleaje, repleto de hendiduras, fisuras y grietas afiladas. Los muchachos tendrían que ingeniárselas para bajar sin caer al agua, pues con aquellas olas tan fuertes, ni el mejor control de chakra les salvaría de ser aplastados contra las rocas. A su alrededor, además del sendero de tierra embarrada por el que habían venido, había apenas un par de rocas grandes y varios árboles, distribuidos aquí y allá, de tronco grueso y copa escasa que se mecían con el fuerte viento.
Un par de gotas cayeron sobre la nariz de Keisuke; estaba empezando a llover. El viento aulló con fuerza, y podía suponerse que de ese punto en adelante sólo iría a peor.