29/06/2017, 11:01
Sin embargo, Ashito jamás llego a pisar la posada que Shiratori le había señalado. Una figura alta, envuelta en una oscura capa y con una máscara blanca que simulaba la forma del rostro de un lobo le salió al paso súbitamente y le agarró del brazo. Junto a la cintura, su vestimenta se abultaba ligeramente. Debía de llevar consigo una espada o un arma de características similares.
—Alto ahí —le ordenó una voz femenina, fría y acerada—. Morikage-sama ha ordenado tu presencia en su despacho... shinobi de Uzushiogakure.
Y, sin darle tiempo siquiera a replicar, la mujer comenzó a arrastrar al muchacho en dirección contraria. Tan solo se detuvo momentáneamente cuando pasaron junto al ninja que había estado acompañándole todo el tiempo. La kunoichi giró la cabeza hacia él y, en la oscuridad de la noche, sus ojos dorados refulgieron llenos de ira.
—Tú también deberás responder ante Kenzou-sama, Kuma-san. ¡¿En qué narices estabas pensando al dejar que un shinobi de otra aldea vagara a sus anchas por Kusagakure?!
El hombre bajó la mirada pero no respondió. Para no hacerlo, quedaba claro que la mujer debía de ser de algún rango superior al suyo. Con un nuevo tirón, Ashito y la mujer reanudaron la marcha.
...
Lejos de allí, un hombre aporreaba la puerta de una casa en mitad de la noche.
—¡Hiwatari Nonoha! ¡Quedas arrestada por orden de Morikage-sama acusada de traición a la aldea!
No había tiempo para contemplaciones, en cuanto se abrió la puerta, el ANBU no dejó ni un instante para las preguntas. Prácticamente ignorando a sus familiares, inspeccionó la casa hasta que dio con la habitación de la niña, la sacó de su cama y prácticamente se la llevó a rastras.
...
Moyashi Kenzou se alzaba de pie, imponente, con las manos entrelazadas tras la espalda. Pese a las intempestivas horas que eran, estaba perfectamente ataviado con su indumentaria de Kage. Incluso se había puesto el sombrero sobre la cabeza para la situación. Sus ojos evaluaban ceñudos la aldea que se extendía más allá del enorme ventanal de su despacho. Pero lo que más imponía de él era que su eterna sonrisa se había desvanecido de sus labios.
—Espero que tengáis una buena excusa para explicar esto —siseó, amenazador.
Lentamente, se volvió hacia los dos genin que aguardaban en mitad del despacho. Y sólo entonces serían capaces de ver la ira que despedían sus ojos, el grave semblante de su rostro hasta ahora siempre sonriente. Kenzou siempre se esforzaba por tratar a todos sus shinobi como iguales, como una gran familia a la que debía mantener unida. Pero aquella noche, uno de sus hijos había cometido un acto muy grave como para ser perdonado tan fácilmente.
—¿Qué hace un shinobi de Uzushiogakure en Kusagakure? ¡Hablad!