4/07/2017, 12:47
A Kaido no le quedó de otra que resoplar para sus adentros, y soltar un suspiro de tertulia en respuesta a la ofensiva verbal de la kusareña. Porque, por primera vez; intentaba ser lo suficientemente cordial con extranjero como para no herir susceptibilidades, y aún así, ella se empeñaba en extender su inexistente elocuencia a más allá de los límites que el tiburón estaba acostumbrado a soportar.
Finalmente subió la cabeza, y la miró de nuevo, con aquella sonrisa socarrona suya aún vistiendo su rostro de su tan comedido sentido de superioridad.
—Y lamento informarte que no tengo por costumbre dar mi nombre a la gente de tu clase.
—Joder, claro; pero qué despiste el mío. Si es que vienes de la aldea más incivilizada de todo oonindo. ¿Qué puedo esperar de un kusariense, cierto? ¿un poco de cortesía para con un ninja extranjero de una aldea amiga y con la que existe un pacto de tregua y cortesía, escrito y firmado por sus líderes?
»¡que le den, si de todas formas aquí en Kusagakure no sabemos leer!
Y mientras recitaba aquello, el tiburón comenzó a caminar hacia ella, lentamente. Con la vista fija en la mano de la extranjera que acariciaba peligrosamente el mango de su arma.
—Vamos, qué esperas. ¿Tan grosera y valiente, y dudas en desenvainar tu arma? que decepción...
Oculta, lejos del revuelo; ella observaba pacientemente el desenvolvimiento de los acontecimientos. Pero tenía la ligera corazonada de que finalmente, después de tanta búsqueda, tenía a los dos prospecto más adecuados para poner a prueba su teoría.
El quid de la cuestión estaba, en si intervenía pronto, o esperaba a una resolución forzosa.
Finalmente subió la cabeza, y la miró de nuevo, con aquella sonrisa socarrona suya aún vistiendo su rostro de su tan comedido sentido de superioridad.
—Y lamento informarte que no tengo por costumbre dar mi nombre a la gente de tu clase.
—Joder, claro; pero qué despiste el mío. Si es que vienes de la aldea más incivilizada de todo oonindo. ¿Qué puedo esperar de un kusariense, cierto? ¿un poco de cortesía para con un ninja extranjero de una aldea amiga y con la que existe un pacto de tregua y cortesía, escrito y firmado por sus líderes?
»¡que le den, si de todas formas aquí en Kusagakure no sabemos leer!
Y mientras recitaba aquello, el tiburón comenzó a caminar hacia ella, lentamente. Con la vista fija en la mano de la extranjera que acariciaba peligrosamente el mango de su arma.
—Vamos, qué esperas. ¿Tan grosera y valiente, y dudas en desenvainar tu arma? que decepción...
***
Oculta, lejos del revuelo; ella observaba pacientemente el desenvolvimiento de los acontecimientos. Pero tenía la ligera corazonada de que finalmente, después de tanta búsqueda, tenía a los dos prospecto más adecuados para poner a prueba su teoría.
El quid de la cuestión estaba, en si intervenía pronto, o esperaba a una resolución forzosa.