19/07/2017, 02:09
La gente cree con fervor e ingenuidad que poseer prestigio es como tener el brillo de una estrella. Y tienen razón, es como residir es una pletórica y ardiente fuente de luz, rodeada por un solitario y gélido velo de oscuridad.
Kōtetsu se movía con prisa y recelo a través de los húmedos y fríos callejones de Yukio, atento a cada esquina oscura, cada silueta extraña y a cada sonido sospechoso. Pese a que la constante lluvia de la tarde le mantenía empapado y casi tiritando, agradecía que el ruido provocado por los muchos charcos al ser pisados le mantuviera al tanto de si alguien intentaba acercarse desde atrás o pillarle por sorpresa en cada giro que hacía. Su caminar era silencioso y sereno, ayudado por el chakra en sus pies para evitar chapotear en el agua. Se sentía un tanto sospechoso al llevar la cabeza cubierta por la capucha de una elegante gabardina gris oscura, pero hacía rato que se había inmerso en los barrios bajos de Yukio, donde todos lucían igual de sospechosos, pero donde, consientes de la “ley de las calles”, nadie le hacía preguntas a aquel que llevase una espada y caminase con prisa.
“De forma semejante a como es en el cuerpo humano, la áreas menos nobles son las más desdeñables”, se dijo a sí mismo, mientras el viento llevaba hasta él el aroma de las inmundicias que se desbordaban de las desatendidas alcantarillas.
Se detuvo en una bifurcación que no estaba en el improvisado mapa que le habían dado. Se reprocho a sí mismo por creer que alguien podría crear un plano que representase de manera realista aquella intrincada y laberíntica red de casuchas viejas y callejuelas fétidas. Desde lejos, se veía como un pintoresco mosaico de casitas bajas, pero estando allí era como un desagradable pantano donde cientos de ojos le vigilaban desde lejos.
Para cuando la noche termino de consumir lo que restaba de día, se encontró a si mismo frente al lugar que su informante le había indicado en el mapa. Se trataba de un antiguo edificio de dos pisos, de aspecto rustico y abandonado. Era, no solo por su ubicación, en medio de las entrañas más recónditas de aquella ciudad, el típico punto de reuniones en donde se realizaban negocios turbios. No pudo evitar sonreír bajo la fría llovizna nocturna, pues aquello le aseguraba que estaba en el sitio correcto. Se acerco a la gran puerta de hierro macizo y oxidado, quedando bajo la intensa luz amarilla de un poste, dio tres sonoros golpes y espero.
—¿Bajo la lluvia luminiscente quien yace? Y ¿Qué le ha traído al palacio del abandono? —pregunto una voz cavernosa desde el otro lado, refiriéndose al “santo y seña”.
—Es un voluntario resuelto y discreto, que ha venido a iniciar una travesía a través del subsuelo —repitió las palabras, tal como le habían dicho que hiciera.
Se hizo un minuto de silencio incomodo y solitario, y luego la puerta comenzó a abrirse con el lento chirrido de variedad de piezas móviles. Detrás de ella estaba un hombre enorme, con el tamaño suficiente como para destrabar aquella mole de hierro colado. El portero le hizo una invitación a pasar, y el joven de ojos grises camino hacia el interior.
Adentro de aquel sitio había una cantidad considerable de sujetos de aspecto poco confiable, matones y guarda-guaridas, de miradas amenazantes, como los que esperaba encontrarse. La entrada se bloqueo con un ruido seco, y el joven camino, indiferente, hacia una puerta que daba a unas largas escaleras, que a su vez le llevaron hasta una especie de almacén en donde guardaban barriles de lo que parecía ser alcohol. Recorrió un largo pasillo tenuemente iluminado, en cuyo final había dos enorme fulanos guardando una elegante puerta. El joven les mostro la carta que le había llevado hasta allí y aquellos mafiosos le permitieron pasar.
—Espere aquí mientras terminan los preparativos para la entrevista —le pidieron, al unisonó.
El Hakagurē se encontró en una estancia finamente adornada con dorado y tapizada con rojo. Había casi una docena de grandes muebles, todos ocupados por personas de diferentes aspectos y edades. Incluso tenían una barra y un barman en un extremo, mientras que en el otro había una mesa de billar. También había unas escaleras en forma de caracol que llevaban a una galería superior en donde estaba una biblioteca de un lado y un gran refrigerador del otro.
Se deshizo y de su gabardina y la dejo en el perchero para que se secara. Arreglo un poco su cabello y se acerco a la barra para pedir algo.
—Eres un poco joven, pero aquí no tenemos una edad mínima para ingerir alcohol —confeso con complicidad la dama que atendía la barra—. Aunque pareces tener bastante frio, quizás prefieras un café caliente.
—Eso sería agradable, pero creo que me provocaría problemas para dormir.
—¿Dormir? —pregunto, con una sonrisa enigmática—. Te puedo asegurar que esta noche, ninguno de los aquí presentes podrá dormir.
***
Kōtetsu se movía con prisa y recelo a través de los húmedos y fríos callejones de Yukio, atento a cada esquina oscura, cada silueta extraña y a cada sonido sospechoso. Pese a que la constante lluvia de la tarde le mantenía empapado y casi tiritando, agradecía que el ruido provocado por los muchos charcos al ser pisados le mantuviera al tanto de si alguien intentaba acercarse desde atrás o pillarle por sorpresa en cada giro que hacía. Su caminar era silencioso y sereno, ayudado por el chakra en sus pies para evitar chapotear en el agua. Se sentía un tanto sospechoso al llevar la cabeza cubierta por la capucha de una elegante gabardina gris oscura, pero hacía rato que se había inmerso en los barrios bajos de Yukio, donde todos lucían igual de sospechosos, pero donde, consientes de la “ley de las calles”, nadie le hacía preguntas a aquel que llevase una espada y caminase con prisa.
“De forma semejante a como es en el cuerpo humano, la áreas menos nobles son las más desdeñables”, se dijo a sí mismo, mientras el viento llevaba hasta él el aroma de las inmundicias que se desbordaban de las desatendidas alcantarillas.
Se detuvo en una bifurcación que no estaba en el improvisado mapa que le habían dado. Se reprocho a sí mismo por creer que alguien podría crear un plano que representase de manera realista aquella intrincada y laberíntica red de casuchas viejas y callejuelas fétidas. Desde lejos, se veía como un pintoresco mosaico de casitas bajas, pero estando allí era como un desagradable pantano donde cientos de ojos le vigilaban desde lejos.
Para cuando la noche termino de consumir lo que restaba de día, se encontró a si mismo frente al lugar que su informante le había indicado en el mapa. Se trataba de un antiguo edificio de dos pisos, de aspecto rustico y abandonado. Era, no solo por su ubicación, en medio de las entrañas más recónditas de aquella ciudad, el típico punto de reuniones en donde se realizaban negocios turbios. No pudo evitar sonreír bajo la fría llovizna nocturna, pues aquello le aseguraba que estaba en el sitio correcto. Se acerco a la gran puerta de hierro macizo y oxidado, quedando bajo la intensa luz amarilla de un poste, dio tres sonoros golpes y espero.
—¿Bajo la lluvia luminiscente quien yace? Y ¿Qué le ha traído al palacio del abandono? —pregunto una voz cavernosa desde el otro lado, refiriéndose al “santo y seña”.
—Es un voluntario resuelto y discreto, que ha venido a iniciar una travesía a través del subsuelo —repitió las palabras, tal como le habían dicho que hiciera.
Se hizo un minuto de silencio incomodo y solitario, y luego la puerta comenzó a abrirse con el lento chirrido de variedad de piezas móviles. Detrás de ella estaba un hombre enorme, con el tamaño suficiente como para destrabar aquella mole de hierro colado. El portero le hizo una invitación a pasar, y el joven de ojos grises camino hacia el interior.
Adentro de aquel sitio había una cantidad considerable de sujetos de aspecto poco confiable, matones y guarda-guaridas, de miradas amenazantes, como los que esperaba encontrarse. La entrada se bloqueo con un ruido seco, y el joven camino, indiferente, hacia una puerta que daba a unas largas escaleras, que a su vez le llevaron hasta una especie de almacén en donde guardaban barriles de lo que parecía ser alcohol. Recorrió un largo pasillo tenuemente iluminado, en cuyo final había dos enorme fulanos guardando una elegante puerta. El joven les mostro la carta que le había llevado hasta allí y aquellos mafiosos le permitieron pasar.
—Espere aquí mientras terminan los preparativos para la entrevista —le pidieron, al unisonó.
El Hakagurē se encontró en una estancia finamente adornada con dorado y tapizada con rojo. Había casi una docena de grandes muebles, todos ocupados por personas de diferentes aspectos y edades. Incluso tenían una barra y un barman en un extremo, mientras que en el otro había una mesa de billar. También había unas escaleras en forma de caracol que llevaban a una galería superior en donde estaba una biblioteca de un lado y un gran refrigerador del otro.
Se deshizo y de su gabardina y la dejo en el perchero para que se secara. Arreglo un poco su cabello y se acerco a la barra para pedir algo.
—Eres un poco joven, pero aquí no tenemos una edad mínima para ingerir alcohol —confeso con complicidad la dama que atendía la barra—. Aunque pareces tener bastante frio, quizás prefieras un café caliente.
—Eso sería agradable, pero creo que me provocaría problemas para dormir.
—¿Dormir? —pregunto, con una sonrisa enigmática—. Te puedo asegurar que esta noche, ninguno de los aquí presentes podrá dormir.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)