23/07/2017, 03:55
Kōtetsu disfrutaba de su café mientras arrojaba miradas aprobatorias a la señorita que atendía la barra. Hasta ese momento, aquella bebida espumosa y caliente era lo mejor que le había podido ofrecer la ciudad, lo cual decía mucho sobre su situación. A pesar de lo elegante de aquella especie de sala de estar, nadie parecía olvidar que se hallaban en un agujero de las zonas bajas de Yukio, por lo que el ambiente no era precisamente acogedor.
—El balance perfecto entre amargo y dulce, entre lo acuoso y lo espumoso —admitió, mientras daba gustosos sorbos—. Eres buena, no cualquiera hace un café tan agradable.
—Me alabas demasiado —dijo mientras le guiñaba un ojo—, pero he de admitir que tienes un buen gusto. No cualquiera prefiere las capacidades reconfortantes y vigorizantes del café por encima de las absorbentes y adormecedoras del licor.
La puerta del salón sonaba con regularidad, permitiendo la entrada a nuevos acompañante que jamás permanecían mucho tiempo junto al perchero; cada vez que el peliblanco alcanzaba a mirar de soslayo se encontraba con un espacio vacío. Pero en esta última ocasión las cosas fueron diferentes, pues se trataba de un muchacho que parecía haberse quedado paralizado ante lo inusual de la situación.
—Pobre chico: Siempre es difícil para aquellos que vienen por primera vez a un sitio de estos —La mujer se le quedo mirando con cierta diversión.
—Creo que sería mucho más fácil para él si se aleja de la puerta y con eso deja de llamar la atención. Parece un cachorro mojado y perdido.
—Es verdad… —La señorita le hizo un silencioso gesto con la mano al recién llegado, invitándole a que se acercase a la barra y ordenase algo.—. Permite que venga y te haga compañía un rato.
—El balance perfecto entre amargo y dulce, entre lo acuoso y lo espumoso —admitió, mientras daba gustosos sorbos—. Eres buena, no cualquiera hace un café tan agradable.
—Me alabas demasiado —dijo mientras le guiñaba un ojo—, pero he de admitir que tienes un buen gusto. No cualquiera prefiere las capacidades reconfortantes y vigorizantes del café por encima de las absorbentes y adormecedoras del licor.
La puerta del salón sonaba con regularidad, permitiendo la entrada a nuevos acompañante que jamás permanecían mucho tiempo junto al perchero; cada vez que el peliblanco alcanzaba a mirar de soslayo se encontraba con un espacio vacío. Pero en esta última ocasión las cosas fueron diferentes, pues se trataba de un muchacho que parecía haberse quedado paralizado ante lo inusual de la situación.
—Pobre chico: Siempre es difícil para aquellos que vienen por primera vez a un sitio de estos —La mujer se le quedo mirando con cierta diversión.
—Creo que sería mucho más fácil para él si se aleja de la puerta y con eso deja de llamar la atención. Parece un cachorro mojado y perdido.
—Es verdad… —La señorita le hizo un silencioso gesto con la mano al recién llegado, invitándole a que se acercase a la barra y ordenase algo.—. Permite que venga y te haga compañía un rato.