4/07/2015, 23:43
Al parecer, Daruu y aquel chico se habían encontrado en algún punto de los bosques del País del Fuego. Debía de haber sido en una de las muchas salidas de su compañero de equipo, pero no llegaba a calcular en qué momento exacto se había dado aquel encontronazo. Ni siquiera sabía los detalles, pero una de sus frases hizo click en una parte de su cerebro.
El resto de sonidos quedaron ahogados repentinamente, como si se hubiese sumergido repentinamente en una piscina. Con la mirada perdida y el cuerpo tembloroso, Ayame escuchaba un tambor lejano que resonaba rítmico en sus sienes. Tardó algunos segundos en darse cuenta de que era su propio corazón, frenético. Ni siquiera escuchaba ya las palabras de los dos shinobi, ni siquiera se dio cuenta de que la estaban invitando a comer dangos con ellos bajo lo que podría haber considerado una actitud casi propia de un mafioso, ni siquiera se dio cuenta de que los dos muchachos se habían enzarzado en una nueva conversación, ni siquiera se dio cuenta de que los tres compartían el mismo destino: en el museo que se encontraba en la cima de la cresta...
Ni siquiera se había dado cuenta de que se había abalanzado hacia el chico de la trenza negra hasta que sintió el tacto del cuello de su camiseta entre sus manos.
—¿¡Qué le has hecho a Daruu-san!? ¡RESPONDE! —le gritó, prácticamente, al tiempo que le zarandeaba con la escasa fuerza que poseía. Lo que debía haber sido un acto violento y brusco, en sus manos resultó en un gesto patético, inocuo—. ¡¿Qué le ocurrió?!
«...Antes de que suceda algo desagradable como sucedió con tu amigo...»
El resto de sonidos quedaron ahogados repentinamente, como si se hubiese sumergido repentinamente en una piscina. Con la mirada perdida y el cuerpo tembloroso, Ayame escuchaba un tambor lejano que resonaba rítmico en sus sienes. Tardó algunos segundos en darse cuenta de que era su propio corazón, frenético. Ni siquiera escuchaba ya las palabras de los dos shinobi, ni siquiera se dio cuenta de que la estaban invitando a comer dangos con ellos bajo lo que podría haber considerado una actitud casi propia de un mafioso, ni siquiera se dio cuenta de que los dos muchachos se habían enzarzado en una nueva conversación, ni siquiera se dio cuenta de que los tres compartían el mismo destino: en el museo que se encontraba en la cima de la cresta...
Ni siquiera se había dado cuenta de que se había abalanzado hacia el chico de la trenza negra hasta que sintió el tacto del cuello de su camiseta entre sus manos.
—¿¡Qué le has hecho a Daruu-san!? ¡RESPONDE! —le gritó, prácticamente, al tiempo que le zarandeaba con la escasa fuerza que poseía. Lo que debía haber sido un acto violento y brusco, en sus manos resultó en un gesto patético, inocuo—. ¡¿Qué le ocurrió?!