28/07/2017, 00:54
Aquel tembloroso joven acepto la invitación a sentarse en la barra y tomar algo, mas se notaba que aun estaba lejos de poder relajarse. Rechazo la opción del café, lo cual Kōtetsu tomo como una sabia decisión, pues si estaba intranquilo, una dosis de cafeína dispararía sus nervios a niveles de locura.
—L-lo que si me gustaría… se-sería… un… un té, por favor —pidió, con voz trémula.
“Si, un poco de té le ayudara a relajarse —pensó mientras le observaba—. Al menos parece ser el tipo de persona que sabe lo que le conviene… Y a su vez eso me hace preguntarme ¿Qué hace en un sitio como este?”.
La encargada de la barra sonrió y se dio la vuelta para comenzar a preparar una infusión para el joven recién llegado.
—Aquí tienes, el mejor té que podrás conseguir en los barrios bajos —aseguro, mientras le colocaba en frente una taza humeante sobre un pequeño plato.
El peliblanco se mantuvo en silencio, disfrutando de su café, hasta que volvió a escuchar el abrir y cerrar de la puerta, sintiendo la necesidad de mirar de reojo como en las veces anteriores. En esta ocasión no se encontró con un muchachito asustado, sino con una perturbadora figura grande y vestida de negro. El sujeto era tan alto que un par de pasos con sus largas piernas le bastaron para situarse frente a la barra. Por si su sola presencia no fuese inquietante, incluso para alguien con el temple del peliblanco, una vez que se retiro la capucha su aspecto era como el de una de esas apariciones de las legendas urbanas; extremadamente delgado y alto, con rasgos muy afilados y una cabellera negra de un largo inusitado.
“Y pensé que lo había visto todo cuando conocí a Kaido-san”. Se dibujo una sonrisa en su rostro al recordar lo grande que era el mundo y lo diversa que era su gente.
—Buenas noches, señorita— saludo con calma mientras se echaba hacia atrás su capucha, a la vez que se sentaba en el taburete —¿qué tal va la guardia?— preguntó como quién no quiere la cosa para empezar a romper el hielo con la camarera
—Es-to. Buenas noches, señor —Por primera vez en toda la noche su cálida sonrisa se disipo ante la siniestra presencia de aquel sujeto—. Tan tranquila como siempre, aunque no aburrida, gracias a lo variopinto de las personas que una conoce.
Luego de decir aquello desvió un poco la mirada, fijándola en una taza que estaba limpiando con un trapo.
—¿Hay algo que desee tomar? Todo corre por cuenta de la casa.
—Yo quisiera otro café, por favor.
“Y quizás algo para que este sujeto deje de verse tan tétrico”.
—L-lo que si me gustaría… se-sería… un… un té, por favor —pidió, con voz trémula.
“Si, un poco de té le ayudara a relajarse —pensó mientras le observaba—. Al menos parece ser el tipo de persona que sabe lo que le conviene… Y a su vez eso me hace preguntarme ¿Qué hace en un sitio como este?”.
La encargada de la barra sonrió y se dio la vuelta para comenzar a preparar una infusión para el joven recién llegado.
—Aquí tienes, el mejor té que podrás conseguir en los barrios bajos —aseguro, mientras le colocaba en frente una taza humeante sobre un pequeño plato.
El peliblanco se mantuvo en silencio, disfrutando de su café, hasta que volvió a escuchar el abrir y cerrar de la puerta, sintiendo la necesidad de mirar de reojo como en las veces anteriores. En esta ocasión no se encontró con un muchachito asustado, sino con una perturbadora figura grande y vestida de negro. El sujeto era tan alto que un par de pasos con sus largas piernas le bastaron para situarse frente a la barra. Por si su sola presencia no fuese inquietante, incluso para alguien con el temple del peliblanco, una vez que se retiro la capucha su aspecto era como el de una de esas apariciones de las legendas urbanas; extremadamente delgado y alto, con rasgos muy afilados y una cabellera negra de un largo inusitado.
“Y pensé que lo había visto todo cuando conocí a Kaido-san”. Se dibujo una sonrisa en su rostro al recordar lo grande que era el mundo y lo diversa que era su gente.
—Buenas noches, señorita— saludo con calma mientras se echaba hacia atrás su capucha, a la vez que se sentaba en el taburete —¿qué tal va la guardia?— preguntó como quién no quiere la cosa para empezar a romper el hielo con la camarera
—Es-to. Buenas noches, señor —Por primera vez en toda la noche su cálida sonrisa se disipo ante la siniestra presencia de aquel sujeto—. Tan tranquila como siempre, aunque no aburrida, gracias a lo variopinto de las personas que una conoce.
Luego de decir aquello desvió un poco la mirada, fijándola en una taza que estaba limpiando con un trapo.
—¿Hay algo que desee tomar? Todo corre por cuenta de la casa.
—Yo quisiera otro café, por favor.
“Y quizás algo para que este sujeto deje de verse tan tétrico”.