8/07/2015, 12:15
Cegada por un intenso terror que le impedía pensar con claridad, Ayame miraba a Yota de hito en hito con las manos aferradas al cuello de su camiseta. Pero el shinobi no estaba falto de reflejos, y rompió el agarre con un golpe seco con sus brazos. Ayame retrocedió un paso con un ligero gemido de dolor y se frotó las muñecas con los ojos entrecerrados, clavados en su objetivo.
Habría estado dispuesta a saltar de nuevo sobre él, si no fuera porque había empezado a hablar. Le escuchó con atención y todos los músculos en tensión, como un felino preparado para abalanzarse en cualquier momento, pero a medida que avanzaba en su relato, la rabia y el temor se transformaron paulatinamente en una profunda sensación de vergüenza y apuro.
—De... ¿De verdad...? —unas súbitas risillas la sobresaltaron. Hasta entonces no se había percatado del revuelo que había levantado su comportamiento. Repentinamente se habían convertido en el centro de atención y no eran pocas las personas que se habían parado, curiosas, a observar la escena y a murmurar entre ellas. A estos murmullos, ahora se sumaban las carcajadas. Ayame agachó la cabeza, profundamente abochornada.
Deseaba que se la tragara la tierra en aquel preciso momento.
El chico de la trenza se había vuelto a enzarzar en una conversación con su compañero, y el corral que se había formado comenzó a disolverse al ver que su fuente de diversión se había terminado, pero sus palabras sonaban totalmente vacías a sus oídos. O al menos lo hizo hasta que escuchó la palabra "museo". Aquella palabra terminó de despertarla del trance en el que se había sumergido para dejar de sentir el mundo exterior. Sin atreverse a mirarles directamente, Ayame les dirigió una larga mirada por debajo de sus pestañas.
—Di... disculpad... —intervino, tímidamente, tratando de llamar de nuevo su dirección. Alzó un mano titubeante, y señaló la cuesta que ascendía unos metros más allá—. El museo está en la cima del arco. Si... si queréis ir allí... creo que esa cuesta es el mejor camino...
Estuvo a punto de añadir algo más, pero en el último momento se tragó sus palabras junto a su saliva.
Habría estado dispuesta a saltar de nuevo sobre él, si no fuera porque había empezado a hablar. Le escuchó con atención y todos los músculos en tensión, como un felino preparado para abalanzarse en cualquier momento, pero a medida que avanzaba en su relato, la rabia y el temor se transformaron paulatinamente en una profunda sensación de vergüenza y apuro.
—De... ¿De verdad...? —unas súbitas risillas la sobresaltaron. Hasta entonces no se había percatado del revuelo que había levantado su comportamiento. Repentinamente se habían convertido en el centro de atención y no eran pocas las personas que se habían parado, curiosas, a observar la escena y a murmurar entre ellas. A estos murmullos, ahora se sumaban las carcajadas. Ayame agachó la cabeza, profundamente abochornada.
Deseaba que se la tragara la tierra en aquel preciso momento.
El chico de la trenza se había vuelto a enzarzar en una conversación con su compañero, y el corral que se había formado comenzó a disolverse al ver que su fuente de diversión se había terminado, pero sus palabras sonaban totalmente vacías a sus oídos. O al menos lo hizo hasta que escuchó la palabra "museo". Aquella palabra terminó de despertarla del trance en el que se había sumergido para dejar de sentir el mundo exterior. Sin atreverse a mirarles directamente, Ayame les dirigió una larga mirada por debajo de sus pestañas.
—Di... disculpad... —intervino, tímidamente, tratando de llamar de nuevo su dirección. Alzó un mano titubeante, y señaló la cuesta que ascendía unos metros más allá—. El museo está en la cima del arco. Si... si queréis ir allí... creo que esa cuesta es el mejor camino...
Estuvo a punto de añadir algo más, pero en el último momento se tragó sus palabras junto a su saliva.