10/07/2015, 01:21
Los jóvenes habían vuelto a salir con vida de una situación de peligro extremo, sin embargo ambos empezaban a notar la fatiga en sus cuerpos. Mas que todo el Ishimura que tenía una baja resistencia física, aunque era bastante buena disimulándola.
«Cielos, de verdad que no aguantare mucho mas de esto» —pensó el joven mientras notaba como su vista se sentía pesada.
Mientras ponía toda su voluntad en permanecer de pie, la jovencita le paso la antorcha que también resultaba ser su espada. Aquello alegro un poco al peliblanco, puesto que tener su confiable katana cerca siempre le reconfortaba.
«Ahora que lo pienso, ambos hemos pasado por lo mismo hasta ahora, sin embargo esta chica aun no se ha quejado de nada. Es posible que este en mejores condiciones que yo, pero aun así se le puede notar la fatiga»
Ambos pudieron haber hablado, quizás utilizar palabras para reconfortarse el uno al otro. Sin embargo no eran esa clase de personas, eran ninja en toda norma. Bien sabían que hacerse falsa ilusiones o quejarse era perder el tiempo. Lo único que podían permitirse era el deseo de continuar y sobrevivir, aquello era lo adecuado para jóvenes ninjas como ellos.
Con una seña del ojos grises ambos se pusieron en marcha, aunque poco sabían hacia donde se dirigían, estaba seguro de que aquel recto camino que tomaron le llevaba en una dirección en concreto.
—Debemos deternos a descansar un poco y recomponer la antorcha —exclamo el piel morena, luego de caminar por casi una hora, una hora que se hacía notar pues estaba falto de aliento.
Para provecho de ambos, llegaron a una extraña cueva —aquel día posiblemente vieron todos los tipos de caverna existentes—. En si no era demasiado larga o grande, lo que la hacía tan particular, era el hecho de que solo era un puente piedra de unos veinte metros, que se encontraba encima de un foso lleno de filosas estalactitas.
Luego de detenerse en aquel sito, el Ishimura tomo las telas que le había entregado su compañera, y al ver que ya se encontraban secas la envolvió alrededor de la antorcha, infundiéndole nueva vida y fulgor.
—Parece bastante hondo —aseguro luego de iluminar aquel abismo de estacas—. Ese puente natural se ve muy precario, pero al otro lado se puede ver una salida, así que tendremos que cruzarlo.
—Recuperémonos un poco, cuando estemos mejor intentaremos cruzarlo —Con aquellas palabras se reclino en una roca cercana a su compañera, únicamente atento a que esta le avisara de su estado para que partieran.
«Cielos, de verdad que no aguantare mucho mas de esto» —pensó el joven mientras notaba como su vista se sentía pesada.
Mientras ponía toda su voluntad en permanecer de pie, la jovencita le paso la antorcha que también resultaba ser su espada. Aquello alegro un poco al peliblanco, puesto que tener su confiable katana cerca siempre le reconfortaba.
«Ahora que lo pienso, ambos hemos pasado por lo mismo hasta ahora, sin embargo esta chica aun no se ha quejado de nada. Es posible que este en mejores condiciones que yo, pero aun así se le puede notar la fatiga»
Ambos pudieron haber hablado, quizás utilizar palabras para reconfortarse el uno al otro. Sin embargo no eran esa clase de personas, eran ninja en toda norma. Bien sabían que hacerse falsa ilusiones o quejarse era perder el tiempo. Lo único que podían permitirse era el deseo de continuar y sobrevivir, aquello era lo adecuado para jóvenes ninjas como ellos.
Con una seña del ojos grises ambos se pusieron en marcha, aunque poco sabían hacia donde se dirigían, estaba seguro de que aquel recto camino que tomaron le llevaba en una dirección en concreto.
—Debemos deternos a descansar un poco y recomponer la antorcha —exclamo el piel morena, luego de caminar por casi una hora, una hora que se hacía notar pues estaba falto de aliento.
Para provecho de ambos, llegaron a una extraña cueva —aquel día posiblemente vieron todos los tipos de caverna existentes—. En si no era demasiado larga o grande, lo que la hacía tan particular, era el hecho de que solo era un puente piedra de unos veinte metros, que se encontraba encima de un foso lleno de filosas estalactitas.
Luego de detenerse en aquel sito, el Ishimura tomo las telas que le había entregado su compañera, y al ver que ya se encontraban secas la envolvió alrededor de la antorcha, infundiéndole nueva vida y fulgor.
—Parece bastante hondo —aseguro luego de iluminar aquel abismo de estacas—. Ese puente natural se ve muy precario, pero al otro lado se puede ver una salida, así que tendremos que cruzarlo.
—Recuperémonos un poco, cuando estemos mejor intentaremos cruzarlo —Con aquellas palabras se reclino en una roca cercana a su compañera, únicamente atento a que esta le avisara de su estado para que partieran.