11/07/2015, 23:05
Kunie tuvo que contener una carcajada al ver la expresión atónita de Yoshimitsu. El chico parecía tan confuso como si hubiera visto algo sumamente increíble, y en cierto modo podía serlo. Ella rió de forma mucho más comedida de lo que le hubiera gustado, era una señorita y tenía que demostrarlo. Además, aquella actitud de chica que se hace de rogar parecía haber encandilado al gennin de Kusagakure.
"Seguro que no se lo esperaba... ¡Ay! Nunca me cansaré de este truco", pensó en su fuero interno, intentando no romper en carcajadas. Por más que hacía aquella broma, nunca perdía ni una pizca de gracia. O al menos, eso pensaba Kunie.
- ¡Te lo dije! Es un truco magistral. Puedo adivinar cualquier número que pienses. - se jactó, orgullosa de su don.- Supongo que nunca habías conocido a nadie que fuera capaz de hacer algo así, ¿me equivoco?
Tal vez estaba alardeando demasiado, pero con Kisho fuera de órbita - aún no había bajado del elevado santuario, a saber en qué andaría metido -, la chica se sentía como un pajarillo libre de su jaula. Quería hacer todas las diabluras que siempre se le ocurrían y nunca se atrevía delante de su sensei. Se recogió la melena azabache con ambas manos, atándosela en un moño que la suave brisa del mediodía no podría soltar.
- ¿Qué has venido a pedir a los dioses, Yoshimitsu-kun?
"Seguro que no se lo esperaba... ¡Ay! Nunca me cansaré de este truco", pensó en su fuero interno, intentando no romper en carcajadas. Por más que hacía aquella broma, nunca perdía ni una pizca de gracia. O al menos, eso pensaba Kunie.
- ¡Te lo dije! Es un truco magistral. Puedo adivinar cualquier número que pienses. - se jactó, orgullosa de su don.- Supongo que nunca habías conocido a nadie que fuera capaz de hacer algo así, ¿me equivoco?
Tal vez estaba alardeando demasiado, pero con Kisho fuera de órbita - aún no había bajado del elevado santuario, a saber en qué andaría metido -, la chica se sentía como un pajarillo libre de su jaula. Quería hacer todas las diabluras que siempre se le ocurrían y nunca se atrevía delante de su sensei. Se recogió la melena azabache con ambas manos, atándosela en un moño que la suave brisa del mediodía no podría soltar.
- ¿Qué has venido a pedir a los dioses, Yoshimitsu-kun?