27/08/2017, 20:11
─Y, ¿es-estas bien? digo…eh… no se te ve muy herido pe-pero talvez─
—Estaré mejor pronto… eso creo.
Los minutos fueron pasando con relativa calma, pues la atención de las heridas causaba uno que otro gruñido entre los que superaron la anterior carrera de obstáculos. Pese a lo que se podría esperar, ninguna queja respecto al brutal método de evaluación llego a formularse… Daba la sensación de que todos los aspirantes a aquel trabajo sabían en que se estaban metiendo, lo que era una solida prueba de que estaban acostumbrados a involucrarse con los asuntos del bajo mundo… Tanto así que daban por hecho el tener que lidiar con aquella clase de pruebas y peligros.
A Kōtetsu le atendió una especie de enfermero, un sujeto atento y dispuesto a sanarle, aunque lo silencioso de su trabajar resultaba un poco inquietante. Reviso su cuerpo con cuidado, especialmente sus ojos y su garganta. Le aplico un par de gotas en cada ojo y le dio un jarabe dulzón y espeso para la garganta. Finalmente, le ofreció unos analgésicos por si tenía algún dolor muscular. Pero aunque tantos esfuerzos le habían pasado factura, el peliblanco prefería no usar ningún calmante por temor a entorpecer sus facultades.
—Es el momento —dijo de pronto el sujeto del reloj, aquel que llevaba la cuenta de cuantos estaban presentes.
El de blanca cabellera se levantó con prisa, sintiéndose mucho mejor luego de una hora de descanso. Todos se pusieron en estado de alerta ante lo que estuviesen por anunciar. La expectativa se hacía sentir en cada una de las miradas ansiosas.
—Allí se encuentra la oficina de nuestro jefe —afirmó, mientras señalaba una pesada y bien adornada puerta de madera—. Los iré llamando en pares para que procedan a entrevistarse. En cuanto salga un par, entrara el siguiente.
“Ha llegado la hora de la verdad”, pensó con entusiasmo.
Había llegado el momento más crítico e importante de todos: Si no lograban tener una buena entrevista y conseguir el trabajo, todo el esfuerzo para llegar allí habría sido en vano.
—Tú y tú también, serán los primeros —sentencio, luego de haber señalado a Haru y a Kōtetsu.
El de ojos grises le hizo un gesto al muchacho tímido para que le acompañase. Se encamino con serenidad hacia la puerta y con firmeza y determinación giro el pomo. Inmediatamente le llego un olor a puros y whisky de los más caros. Tuvo la educación de no tirar demasiado de la perilla, sino apenas lo suficiente como para que entrase Akaki y luego él. La cerradura sonó suavemente al encajar en su sitio, dejándolos “encerrados” en una habitación que estaba elegante y tenuemente iluminada, dominada por un gran escritorio y custodiada por cuatro sujetos cuyo aspecto peligroso y profesional dejaba en claro que no eran simples matones. En el punto donde se concentraban las miradas había una enorme silla de espaldas a ellos, y descansando en ella se podía distinguir la silueta de un hombre corpulento del cual emanaba una estela ascendente de un humo azul acerado.
—Ahora, relájense y tomen asiento para que podamos conversar un poco, ¿entendido?
Y frente a ellos se mostraban dos elegantes butacas de cuero marrón, que esperaban ser ocupadas para dar comienzo y fin a todo aquello. El Hakagurē se aproximó hasta el asiento izquierdo mientras respondía como pensaba que era adecuado en aquella ocasión.
—Entendido…, señor.
—Estaré mejor pronto… eso creo.
Los minutos fueron pasando con relativa calma, pues la atención de las heridas causaba uno que otro gruñido entre los que superaron la anterior carrera de obstáculos. Pese a lo que se podría esperar, ninguna queja respecto al brutal método de evaluación llego a formularse… Daba la sensación de que todos los aspirantes a aquel trabajo sabían en que se estaban metiendo, lo que era una solida prueba de que estaban acostumbrados a involucrarse con los asuntos del bajo mundo… Tanto así que daban por hecho el tener que lidiar con aquella clase de pruebas y peligros.
A Kōtetsu le atendió una especie de enfermero, un sujeto atento y dispuesto a sanarle, aunque lo silencioso de su trabajar resultaba un poco inquietante. Reviso su cuerpo con cuidado, especialmente sus ojos y su garganta. Le aplico un par de gotas en cada ojo y le dio un jarabe dulzón y espeso para la garganta. Finalmente, le ofreció unos analgésicos por si tenía algún dolor muscular. Pero aunque tantos esfuerzos le habían pasado factura, el peliblanco prefería no usar ningún calmante por temor a entorpecer sus facultades.
—Es el momento —dijo de pronto el sujeto del reloj, aquel que llevaba la cuenta de cuantos estaban presentes.
El de blanca cabellera se levantó con prisa, sintiéndose mucho mejor luego de una hora de descanso. Todos se pusieron en estado de alerta ante lo que estuviesen por anunciar. La expectativa se hacía sentir en cada una de las miradas ansiosas.
—Allí se encuentra la oficina de nuestro jefe —afirmó, mientras señalaba una pesada y bien adornada puerta de madera—. Los iré llamando en pares para que procedan a entrevistarse. En cuanto salga un par, entrara el siguiente.
“Ha llegado la hora de la verdad”, pensó con entusiasmo.
Había llegado el momento más crítico e importante de todos: Si no lograban tener una buena entrevista y conseguir el trabajo, todo el esfuerzo para llegar allí habría sido en vano.
—Tú y tú también, serán los primeros —sentencio, luego de haber señalado a Haru y a Kōtetsu.
El de ojos grises le hizo un gesto al muchacho tímido para que le acompañase. Se encamino con serenidad hacia la puerta y con firmeza y determinación giro el pomo. Inmediatamente le llego un olor a puros y whisky de los más caros. Tuvo la educación de no tirar demasiado de la perilla, sino apenas lo suficiente como para que entrase Akaki y luego él. La cerradura sonó suavemente al encajar en su sitio, dejándolos “encerrados” en una habitación que estaba elegante y tenuemente iluminada, dominada por un gran escritorio y custodiada por cuatro sujetos cuyo aspecto peligroso y profesional dejaba en claro que no eran simples matones. En el punto donde se concentraban las miradas había una enorme silla de espaldas a ellos, y descansando en ella se podía distinguir la silueta de un hombre corpulento del cual emanaba una estela ascendente de un humo azul acerado.
—Ahora, relájense y tomen asiento para que podamos conversar un poco, ¿entendido?
Y frente a ellos se mostraban dos elegantes butacas de cuero marrón, que esperaban ser ocupadas para dar comienzo y fin a todo aquello. El Hakagurē se aproximó hasta el asiento izquierdo mientras respondía como pensaba que era adecuado en aquella ocasión.
—Entendido…, señor.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)