28/08/2017, 18:54
Ambos jóvenes se sentaron y la habitación quedo en oscuro silencio. Kōtetsu no estaba seguro de que esperar, aquello, las conversaciones importantes, no eran lo suyo, jamás lo habían sido: Él era un guerrero, alguien acostumbrado a combatir y a ponerse a prueba constantemente, dependiendo únicamente de su espada y de su determinación.
“Pero ahora estoy aquí”, se recordó fríamente.
Estaba en un sitio donde Bohimei y su voluntad no tendrían nada que hacer. Lo único con lo que podía contar era con su calma, y con todo lo aprendido de Naomi, la mejor conversadora que en su vida hubiese visto. Claro, no es que conociera a muchas, pero dudaba que alguien más tuviese tal capacidad para expresarse. Un talento que le hacía merecedora de aquel título informal de “La esgrimista verbal”.
“Espero recordar algo que me sea útil, pues parece que la negociación será la prueba más difícil de todas”.
De pronto la gran butaca se giró, encarando a un elegante y corpulento hombre con aquel par de jovencitos. Su mirada era dura y curtida como el cuero, y tenía una expresión de calma y autoridad suficientes como para sacar a Hakagurē de sus pláticas mentales. Sostenía con firmeza un vaso de whisky en las rocas y en su boca un puro se consumía lentamente… Les miro de forma escrutadora, buscando aquello que las palabras de una conversación serían incapaces de decir.
—Lucen… medianamente útiles —comento, mientras colocaba en el escritorio su trago y apagaba en un cenicero su tabaco—. Ya veremos si tienen lo necesario.
Aquel hombre se levantó despacio, permitiendo que su elegante traje negro con chaleco y sombrero de ala corta le confirieran un porte formal y refinado. Tomo la lámpara de brazo de su escritorio y apunto su deslumbrante foco hacia los rostros de ambos jóvenes.
—Lo primero es lo primero: Díganme, ¿quienes son y que intenciones les han traído hasta aquí? —pregunto con voz suave pero imperiosa.
De cierta forma la pregunta parecía ser un sinsentido, pero lo correcto sería sospechar que se trataba de una prueba: Cuando se formula una pregunta de la cual ya se conoce la respuesta, solo para ser testigo de si la persona cuestionada miente en algo… Y sin duda alguna, aquel no era un sujeto a quien pudiesen engañar. No era un sujeto a quisiesen engañar con omisiones o hacer enojar con rodeos.
“Pero ahora estoy aquí”, se recordó fríamente.
Estaba en un sitio donde Bohimei y su voluntad no tendrían nada que hacer. Lo único con lo que podía contar era con su calma, y con todo lo aprendido de Naomi, la mejor conversadora que en su vida hubiese visto. Claro, no es que conociera a muchas, pero dudaba que alguien más tuviese tal capacidad para expresarse. Un talento que le hacía merecedora de aquel título informal de “La esgrimista verbal”.
“Espero recordar algo que me sea útil, pues parece que la negociación será la prueba más difícil de todas”.
De pronto la gran butaca se giró, encarando a un elegante y corpulento hombre con aquel par de jovencitos. Su mirada era dura y curtida como el cuero, y tenía una expresión de calma y autoridad suficientes como para sacar a Hakagurē de sus pláticas mentales. Sostenía con firmeza un vaso de whisky en las rocas y en su boca un puro se consumía lentamente… Les miro de forma escrutadora, buscando aquello que las palabras de una conversación serían incapaces de decir.
—Lucen… medianamente útiles —comento, mientras colocaba en el escritorio su trago y apagaba en un cenicero su tabaco—. Ya veremos si tienen lo necesario.
Aquel hombre se levantó despacio, permitiendo que su elegante traje negro con chaleco y sombrero de ala corta le confirieran un porte formal y refinado. Tomo la lámpara de brazo de su escritorio y apunto su deslumbrante foco hacia los rostros de ambos jóvenes.
—Lo primero es lo primero: Díganme, ¿quienes son y que intenciones les han traído hasta aquí? —pregunto con voz suave pero imperiosa.
De cierta forma la pregunta parecía ser un sinsentido, pero lo correcto sería sospechar que se trataba de una prueba: Cuando se formula una pregunta de la cual ya se conoce la respuesta, solo para ser testigo de si la persona cuestionada miente en algo… Y sin duda alguna, aquel no era un sujeto a quien pudiesen engañar. No era un sujeto a quisiesen engañar con omisiones o hacer enojar con rodeos.