9/09/2017, 13:55
—Bueno, tendría que tratarse de algo muy importante como para traer a alguien tan ocupado como usted a un sitio como este.
—Sí, así es, muchacho, es algo muy importante —concedió aquel señor del espectáculo.
El joven de cabellos claros podía percibir lejanamente la magnitud del asunto en que se estaban involucrando. Ya había visto actitudes similares en su maestro, quien presumía de ser alguien en extremo ocupado con los pormenores de sus negocios. A veces no, casi siempre tenía a su alrededor un pequeño grupo de emisarios con los suficientes privilegios como para hablar y negociar en su nombre, pero en raras ocasiones surgía un asunto tan importante que requería de su presencia y de su juicio personal.
—Verán, todo este oscuro negocio es movido por voluntad mía, por el bien de mi compañía: En el continente hay miles de empresas dedicadas al espectáculo, unas más grandes que otras, pero todas insignificantes… menos una que es capaz de competir con la mía; se trata de Entretenimientos Luz de Luna, una compañía tan poderosa como la mía, una amenaza constante que es dirigida por Kuyama Etsushi, quien podría decirse que es mi eterno rival.
El rostro de Yamamasu se contrajo por unos instante en un leve gesto de ira, como recordando algún rencor pasado relacionado con aquella compañía y con aquel rival, un asunto que aún estaba fuera de la comprensión de aquellos dos jóvenes ninjas.
—Ambos somos comerciantes del entretenimiento —comento, continuando donde se había quedado—. Y durante años hemos estado en una especie de carrera, una guerra para ver quién es el mejor: nos hemos diversificado muchísimo, engullendo a pequeños negocios y expandiendo nuestras fronteras. Sin embargo, el mayor campo de batalla siempre ha sido el del ilusionismo y el de la prestidigitación… Ninguno ha sido capaz de superar ampliamente al otro en tan tradicional disciplina. —Aquello le molestaba de sobremanera, él era un hombre ambicioso y orgulloso con sus logros; jamás podría permitirse el compartir el título de el mejor… el mejor solo podía ser uno de ellos, uno tenía que estar por encima del otro, y ese tenía que ser él—. Hasta hace poco tiempo, nuestros negocios se habían mantenido en un estado más o menos igual, con los típicos altos y bajos. Pero recientemente, mis presentaciones de magia han tenido una disminución significativa. Todo a causa de una nueva atracción, “la casa de las reales fantasmagorías”.
—Así que “la casa de las reales fantasmagorías”, ¿he? —repitió Hakagurē con evidente interés.
—Ese es el nombre que le han dado —Se detuvo un momento, pensativo—. Suponiendo que saben lo que es una casa de los sustos, ¿qué les viene a la mente al escuchar un nombre como ese?
—Sí, así es, muchacho, es algo muy importante —concedió aquel señor del espectáculo.
El joven de cabellos claros podía percibir lejanamente la magnitud del asunto en que se estaban involucrando. Ya había visto actitudes similares en su maestro, quien presumía de ser alguien en extremo ocupado con los pormenores de sus negocios. A veces no, casi siempre tenía a su alrededor un pequeño grupo de emisarios con los suficientes privilegios como para hablar y negociar en su nombre, pero en raras ocasiones surgía un asunto tan importante que requería de su presencia y de su juicio personal.
—Verán, todo este oscuro negocio es movido por voluntad mía, por el bien de mi compañía: En el continente hay miles de empresas dedicadas al espectáculo, unas más grandes que otras, pero todas insignificantes… menos una que es capaz de competir con la mía; se trata de Entretenimientos Luz de Luna, una compañía tan poderosa como la mía, una amenaza constante que es dirigida por Kuyama Etsushi, quien podría decirse que es mi eterno rival.
El rostro de Yamamasu se contrajo por unos instante en un leve gesto de ira, como recordando algún rencor pasado relacionado con aquella compañía y con aquel rival, un asunto que aún estaba fuera de la comprensión de aquellos dos jóvenes ninjas.
—Ambos somos comerciantes del entretenimiento —comento, continuando donde se había quedado—. Y durante años hemos estado en una especie de carrera, una guerra para ver quién es el mejor: nos hemos diversificado muchísimo, engullendo a pequeños negocios y expandiendo nuestras fronteras. Sin embargo, el mayor campo de batalla siempre ha sido el del ilusionismo y el de la prestidigitación… Ninguno ha sido capaz de superar ampliamente al otro en tan tradicional disciplina. —Aquello le molestaba de sobremanera, él era un hombre ambicioso y orgulloso con sus logros; jamás podría permitirse el compartir el título de el mejor… el mejor solo podía ser uno de ellos, uno tenía que estar por encima del otro, y ese tenía que ser él—. Hasta hace poco tiempo, nuestros negocios se habían mantenido en un estado más o menos igual, con los típicos altos y bajos. Pero recientemente, mis presentaciones de magia han tenido una disminución significativa. Todo a causa de una nueva atracción, “la casa de las reales fantasmagorías”.
—Así que “la casa de las reales fantasmagorías”, ¿he? —repitió Hakagurē con evidente interés.
—Ese es el nombre que le han dado —Se detuvo un momento, pensativo—. Suponiendo que saben lo que es una casa de los sustos, ¿qué les viene a la mente al escuchar un nombre como ese?