14/09/2017, 01:30
—Yo soy quien menos quisiera creer que mi rival se ha hecho con tan inverosímil recurso, pero comienzan a agotárseme las explicaciones lógicas y racionales —respondió a Haru, mostrando cierta preocupación.
—Sigo creyendo que debe tratarse de un engaño, uno muy elaborado —declaró con voz serena y pensativa, mientras juntaba las puntas de sus dedos—. Se suele decir que todo truco cuyo funcionamiento supere ampliamente los conocimientos del observador llega a ser considerado, a falta de explicaciones satisfactorias, como verdadera magia.
El señor Yamamasu entendía aquello mejor que nadie, después de todo su negocio se fundamentaba en aquella premisa: El hacer que la gente creyese, superando cualquier juicio o conocimiento racional que tuviesen. Evocar aquel primitivo subconsciente donde el misticismo es la forma natural de sobrellevar todo aquello que no puede entenderse con el pensamiento convencional.
—¡Y precisamente allí es donde está el problema! —sentencio con expresión férrea y alzando la voz—: Si por cuestiones del destino resulta que de verdad está utilizando medios taumatúrgicos, significaría que me han superado en un campo donde resultaría imposible igualarle, y eso sería mi ruina… Y si resulta que está usando un truco, significaría que es tan bueno e indescifrable que incluso yo he dudado sobre si es real o no, eso también sería mi ruina.
»Maldito Etsushi, esto no se quedara así —murmuro para sí mismo.
El joven de ojos grises no veía una posible solución para aquellas posibilidades de ruina, pues fuese como fuese, resultase real o no, el señor Setsujiro se encontraba en una situación difícil. Cada vez sentía más cercana la posibilidad de que le enviasen en una especie de misión desesperada. Aquello era malo en el sentido de que las situaciones desesperadas requerían tomar acciones desesperadas. También estaba el agregado de que como ninjas que eran, tenían que mostrar resultados; de ellos no se esperaba menos que el éxito… Además, aquel no era la clase de sujeto con el cual podían darse el lujo de fallar.
Kōtetsu pensó en lo problemático que se estaba volviendo todo aquello, y en que ya era demasiado tarde como para rechazar el trabajo.
Mientras el de cabellera blanca parlamentaba consigo mismo silenciosamente, abstraído en una calma criptica, al chico que yacía a su lado se le presentaba una buena oportunidad para demostrar que tenía iniciativa profesional, aquel don tan poco común y tan solicitado: Solo necesitaba hacer la pregunta que todos los empleadores de aquel tipo deseaban escuchar, aquellas palabras que pronunciadas con aplomo le ganarían un buen grado de aprobación… un simple pero elegante “¿Y con qué fin se nos precisa?”. Palabras más, palabras menos, aquello era lo que los jefes querían escuchar: Sus futuros empleados preguntándoles en que podían serles de utilidad.
—Sigo creyendo que debe tratarse de un engaño, uno muy elaborado —declaró con voz serena y pensativa, mientras juntaba las puntas de sus dedos—. Se suele decir que todo truco cuyo funcionamiento supere ampliamente los conocimientos del observador llega a ser considerado, a falta de explicaciones satisfactorias, como verdadera magia.
El señor Yamamasu entendía aquello mejor que nadie, después de todo su negocio se fundamentaba en aquella premisa: El hacer que la gente creyese, superando cualquier juicio o conocimiento racional que tuviesen. Evocar aquel primitivo subconsciente donde el misticismo es la forma natural de sobrellevar todo aquello que no puede entenderse con el pensamiento convencional.
—¡Y precisamente allí es donde está el problema! —sentencio con expresión férrea y alzando la voz—: Si por cuestiones del destino resulta que de verdad está utilizando medios taumatúrgicos, significaría que me han superado en un campo donde resultaría imposible igualarle, y eso sería mi ruina… Y si resulta que está usando un truco, significaría que es tan bueno e indescifrable que incluso yo he dudado sobre si es real o no, eso también sería mi ruina.
»Maldito Etsushi, esto no se quedara así —murmuro para sí mismo.
El joven de ojos grises no veía una posible solución para aquellas posibilidades de ruina, pues fuese como fuese, resultase real o no, el señor Setsujiro se encontraba en una situación difícil. Cada vez sentía más cercana la posibilidad de que le enviasen en una especie de misión desesperada. Aquello era malo en el sentido de que las situaciones desesperadas requerían tomar acciones desesperadas. También estaba el agregado de que como ninjas que eran, tenían que mostrar resultados; de ellos no se esperaba menos que el éxito… Además, aquel no era la clase de sujeto con el cual podían darse el lujo de fallar.
Kōtetsu pensó en lo problemático que se estaba volviendo todo aquello, y en que ya era demasiado tarde como para rechazar el trabajo.
Mientras el de cabellera blanca parlamentaba consigo mismo silenciosamente, abstraído en una calma criptica, al chico que yacía a su lado se le presentaba una buena oportunidad para demostrar que tenía iniciativa profesional, aquel don tan poco común y tan solicitado: Solo necesitaba hacer la pregunta que todos los empleadores de aquel tipo deseaban escuchar, aquellas palabras que pronunciadas con aplomo le ganarían un buen grado de aprobación… un simple pero elegante “¿Y con qué fin se nos precisa?”. Palabras más, palabras menos, aquello era lo que los jefes querían escuchar: Sus futuros empleados preguntándoles en que podían serles de utilidad.