23/07/2015, 01:36
El hecho de intentar volver a llamar de nuevo la atención los dos chicos funcionó mejor de lo que podría haber previsto. Se volvieron hacia ella, y en un gesto instintivo se encogió ligeramente sobre sí misma.
El shinobi de cabellos oscuros la miraba con unos ojos cargados de una impasibilidad que ella ya estaba acostumbrada a recibir; sin embargo, sus palabras seguían resonando oscuras en sus oídos. Como si destilaran una venenosa y sutil amenaza.
Aquello casi le hizo arrepentirse de haber intentado enmendar su error, pero su acompañante salió al paso expresando en voz alta los pensamientos que surcaban la nublada mente de Ayame. Aquello le dibujó una suave sonrisa, pero se contuvo de reírse.
Tras un nuevo y breve intercambio de comentarios entre los dos desconocidos, la muchacha se removió, inquieta. ¿Acaso aquello era una buena idea? Ni siquiera le inspiraban confianza, y eso que el chico de la trenza compartía el símbolo de su bandana con el muchacho que se encontró tiempo atrás en el Valle del Fin...
—Si no os incomodo... —pronunció al fin, pero sus palabras sonaron lentas y pastosas en sus labios. Aún recelosa, se acercó unos pasos, se ajustó la bandana a la frente y descolgó la cantimplora que llevaba tras sus riñones—. Siento lo de antes, mi nombre es Aotsuki Ayame.
Bebió un par de tragos, y después señaló con el mismo recipiente cuesta arriba, donde una intrincada red de personas se mecía como un mar embravecido.
—Para llegar al museo tenemos que llegar a la cima del arco de piedra, así que lo más lógico es que sigamos la cuesta.
El shinobi de cabellos oscuros la miraba con unos ojos cargados de una impasibilidad que ella ya estaba acostumbrada a recibir; sin embargo, sus palabras seguían resonando oscuras en sus oídos. Como si destilaran una venenosa y sutil amenaza.
Aquello casi le hizo arrepentirse de haber intentado enmendar su error, pero su acompañante salió al paso expresando en voz alta los pensamientos que surcaban la nublada mente de Ayame. Aquello le dibujó una suave sonrisa, pero se contuvo de reírse.
Tras un nuevo y breve intercambio de comentarios entre los dos desconocidos, la muchacha se removió, inquieta. ¿Acaso aquello era una buena idea? Ni siquiera le inspiraban confianza, y eso que el chico de la trenza compartía el símbolo de su bandana con el muchacho que se encontró tiempo atrás en el Valle del Fin...
—Si no os incomodo... —pronunció al fin, pero sus palabras sonaron lentas y pastosas en sus labios. Aún recelosa, se acercó unos pasos, se ajustó la bandana a la frente y descolgó la cantimplora que llevaba tras sus riñones—. Siento lo de antes, mi nombre es Aotsuki Ayame.
Bebió un par de tragos, y después señaló con el mismo recipiente cuesta arriba, donde una intrincada red de personas se mecía como un mar embravecido.
—Para llegar al museo tenemos que llegar a la cima del arco de piedra, así que lo más lógico es que sigamos la cuesta.