24/09/2017, 17:34
—Bien, me complace que entiendan lo que se les pide… —Se interrumpió a sí mismo, dejando escapar un silencio de profunda reflexión—. Pero me parece que aún hay algo que no les ha quedado claro y que necesitan saber.
Yamamasu extrajo de una de las gavetas enfrente de él una elegante cajita de metal grabado. De ella saco un puro que examino concienzudamente bajo la amarillenta luz de su lámpara de pie. Con un ligero gesto le dio su aprobación y procedió a utilizar un encendedor a juego con el pequeño porta puros para encenderlo. Dejo que ardiese un poco, que brillase, y se dedicó a darle una profunda y ceremoniosa calada.
—Verán, lo de “conejillo de indias” es un término que, aunque adecuado según el sentido común, resulta incorrectamente aplicado a la gente adinerada —aclaró, con suma paciencia—: estas personas están pagando un buen dinero por la oportunidad de tener acceso a la atracción del famoso Kuyama Etsushi. Es decir, es algo voluntario… Una de las pocas emociones verdaderas para la gente que puede comprarlo casi todo es tener “exclusividad”, ser los primeros en presenciar y experimentar algo que esta fuera del alcance de las masas. Cuestiones como el peligro y la ilegalidad son cosas que solo aumentan su placer como consumidores de atracciones —Entendía ampliamente la forma de pensar de su público, y el de los seres que eran como él, ambiciosos y adinerados—. Al final todos salen ganando; el dueño del negocio recibe las opiniones y beneplácitos de quienes tienen recursos y están interesados, aumentando su renombre en los altos círculos. Y los “conejillos de indias” se van con la satisfacción de sentir reivindicada su posición como una elite de gente con privilegios exclusivos, a la vez que se les presentan grandes oportunidades de negocios, ya sea que deseen invertir en acciones o vender la información a quienes estén dispuesto a pagar por su experiencia.
—Ya veo… No me agrada ese tipo de sociedad, pero es bueno saber con clase de gente tenemos que lidiar —confesó el peliblanco.
—¡Y que gente! —exclamo aquel señor del espectáculo mientras dejaba escapar una honesta y humeante carcajada—. No tienen ni idea de lo terribles y absurdos que pueden llegar a ser… Eso me incluye a mí mismo en multitud de ocasiones.
—Cielos… —suspiro Kōtetsu, cansado de la gente así—. Y pensar que hasta ahora todo aquello de la fortuna y el espectáculo se veían como cosas tan brillantes y glamorosas… tan prestigiosas.
—La gente cree con fervor e ingenuidad que poseer prestigio es como tener el brillo de una estrella. Y tienen razón, es como residir es una pletórica y ardiente fuente de luz, rodeada por un solitario y gélido velo de oscuridad.
Las palabras de Setsujiro se vieron imbuidas en humor melancólico y nostálgico que encajaba perfectamente con sus ojos cansados. Pero aquel momento de pesadumbre desapareció rápidamente para de nuevo dar paso a su actitud de elegante jefe y su mirada dura y curtida como el cuero.
—Bueno, creo que con eso ha quedado todo listo, pueden retirarse… Tengo a más gente que entrevistar —dijo mientras los despedía con un gesto—. Ha, y una cosa más; Arriba les estará esperando uno de mis hombres, él les informara de los detalles y les acompañara durante el trabajo para asegurarse de darles soporte y que les vaya bien.
Ante el movimiento de los guardias, los jóvenes se vieron inducidos a acercar a una puerta lateral, hasta entonces escondida por las sombras, que se abrió mecánicamente, revelando que se trataba de un ascensor. Ambos tuvieron que abordar el mismo y esperar a que se pusiera en marchar. Una vez en el interior, mientras subían lentamente, el de blanca cabellera no pudo evitar que su sinceridad emitiera un comentario.
—Pareciera que hemos firmado un contrato cuyo cumplimiento será sumamente problemático, ¿no?
Yamamasu extrajo de una de las gavetas enfrente de él una elegante cajita de metal grabado. De ella saco un puro que examino concienzudamente bajo la amarillenta luz de su lámpara de pie. Con un ligero gesto le dio su aprobación y procedió a utilizar un encendedor a juego con el pequeño porta puros para encenderlo. Dejo que ardiese un poco, que brillase, y se dedicó a darle una profunda y ceremoniosa calada.
—Verán, lo de “conejillo de indias” es un término que, aunque adecuado según el sentido común, resulta incorrectamente aplicado a la gente adinerada —aclaró, con suma paciencia—: estas personas están pagando un buen dinero por la oportunidad de tener acceso a la atracción del famoso Kuyama Etsushi. Es decir, es algo voluntario… Una de las pocas emociones verdaderas para la gente que puede comprarlo casi todo es tener “exclusividad”, ser los primeros en presenciar y experimentar algo que esta fuera del alcance de las masas. Cuestiones como el peligro y la ilegalidad son cosas que solo aumentan su placer como consumidores de atracciones —Entendía ampliamente la forma de pensar de su público, y el de los seres que eran como él, ambiciosos y adinerados—. Al final todos salen ganando; el dueño del negocio recibe las opiniones y beneplácitos de quienes tienen recursos y están interesados, aumentando su renombre en los altos círculos. Y los “conejillos de indias” se van con la satisfacción de sentir reivindicada su posición como una elite de gente con privilegios exclusivos, a la vez que se les presentan grandes oportunidades de negocios, ya sea que deseen invertir en acciones o vender la información a quienes estén dispuesto a pagar por su experiencia.
—Ya veo… No me agrada ese tipo de sociedad, pero es bueno saber con clase de gente tenemos que lidiar —confesó el peliblanco.
—¡Y que gente! —exclamo aquel señor del espectáculo mientras dejaba escapar una honesta y humeante carcajada—. No tienen ni idea de lo terribles y absurdos que pueden llegar a ser… Eso me incluye a mí mismo en multitud de ocasiones.
—Cielos… —suspiro Kōtetsu, cansado de la gente así—. Y pensar que hasta ahora todo aquello de la fortuna y el espectáculo se veían como cosas tan brillantes y glamorosas… tan prestigiosas.
—La gente cree con fervor e ingenuidad que poseer prestigio es como tener el brillo de una estrella. Y tienen razón, es como residir es una pletórica y ardiente fuente de luz, rodeada por un solitario y gélido velo de oscuridad.
Las palabras de Setsujiro se vieron imbuidas en humor melancólico y nostálgico que encajaba perfectamente con sus ojos cansados. Pero aquel momento de pesadumbre desapareció rápidamente para de nuevo dar paso a su actitud de elegante jefe y su mirada dura y curtida como el cuero.
—Bueno, creo que con eso ha quedado todo listo, pueden retirarse… Tengo a más gente que entrevistar —dijo mientras los despedía con un gesto—. Ha, y una cosa más; Arriba les estará esperando uno de mis hombres, él les informara de los detalles y les acompañara durante el trabajo para asegurarse de darles soporte y que les vaya bien.
Ante el movimiento de los guardias, los jóvenes se vieron inducidos a acercar a una puerta lateral, hasta entonces escondida por las sombras, que se abrió mecánicamente, revelando que se trataba de un ascensor. Ambos tuvieron que abordar el mismo y esperar a que se pusiera en marchar. Una vez en el interior, mientras subían lentamente, el de blanca cabellera no pudo evitar que su sinceridad emitiera un comentario.
—Pareciera que hemos firmado un contrato cuyo cumplimiento será sumamente problemático, ¿no?