1/11/2017, 16:45
Definitivamente no había entendido ninguna de todas las indirectas que el Uchiha se había molestado en lanzarle, y como no se explicase no lo entendería jamás. En otras palabras, el chico iba a tener que conformarse con que le prestasen una parda de artículos de limpieza y ya.
La caminata siguió por algunos minutos, parecían estarse alejando del poblado en lugar de internarse más y más hasta que por fin, a lo lejos pudieron divisar una cabaña algo aislada del resto de residencias. Eso sí, gozaba de un jardín bastante extenso y plagado de hierbas y flores de todos los tamaños y colores.
—Es allí —señaló la pecosa, alzando la mano para indicarle donde mirar al contrario.
Siguieron la marcha por unos minutos más hasta que se encontraban a unos pocos pasos de la puerta.
Tan pronto como llegaron, una figura femenina salió de la cabaña. Se trataba de una joven de no más de quince años, de ojos amarillos y una extensa cabellera azabache. Iba vestida con un yukata de mangas largas y falda corta, unos guantes que ataban las mangas y un pantalón largo. Todas las prendas eran negras pero los adornados del yukata estaban hechos con rojo. Llevaba consigo una bandana de Uzushiogakure amarrada a la pierna derecha y por si fuera poco, también llevaba una especie de caja metálica de la que salían varias katanas.
Ambas féminas establecieron contacto visual por tan solo un instante, un segundo en el que los rostros de ambas se deformaron en una mueca de absoluta molestia y curiosamente, coincidieron a la hora de chasquear las lenguas.
Sin más por hacer, la de cabello azabache pasó a un lado de aquellos dos shinobis sin decir absolutamente nada y pronto desaparecería de la escena.
—Vamos —le dijo al Uchiha para luego acercarse a la puerta y dar unos golpes a la misma.
Y nadie atendió.
La pecosa volvió a llamar a la puerta, dando golpes algo más fuertes en medida que su molestia aumentaba. Pero nadie acudió.
Una vez más, la Kageyama llamó a la puerta, dando golpes bastante fuertes que hacían que la puerta se sacudiese de una forma algo violenta, dando a entender que podría romperse en cualquier momento.
Y al fin, se escuchó una voz bastante debilitada de un anciano.
—Ya va —decía el viejo, hasta que al fin abrió la puerta—. Ah, Koko —dijo con un tonito algo más alegre, luego desvió su mirada a Datsue y le inspeccionó de arriba abajo lentamente—. ¿Viene contigo? —preguntó llevándose una mano al mentón.
—Es un amigo, Uchiha Datsue —dijo haciéndose a un lado para no estorbarle a la vista.
El anciano no dijo más nada, simplemente se dio la vuelta y se adentró en la cabaña, ayudándose de su siempre leal bastón.
—Imagino que no vienes a por un chequeo, ¿verdad?
Ni bien escuchó la pregunta, Koko dedujo que le estaban dando autorización para ingresar y así lo hizo, indicándole al Uchiha que la siguiese.
—Vine para pedirle un favor —respondió la kunoichi quien caminaba lentamente detrás del viejo—. Necesito sedantes, los más fuertes que tenga.
Al escuchar aquello, el anciano se frenó en seco, giró la cabeza para observar a ambos shinobis de reojo y tras un momento, volvió su mirada hacia el frente, lo cual era literalmente una jodida pared sin nada en ella.
—¿Para qué los quieres? —cuestionó sumamente serio.
La caminata siguió por algunos minutos, parecían estarse alejando del poblado en lugar de internarse más y más hasta que por fin, a lo lejos pudieron divisar una cabaña algo aislada del resto de residencias. Eso sí, gozaba de un jardín bastante extenso y plagado de hierbas y flores de todos los tamaños y colores.
—Es allí —señaló la pecosa, alzando la mano para indicarle donde mirar al contrario.
Siguieron la marcha por unos minutos más hasta que se encontraban a unos pocos pasos de la puerta.
Tan pronto como llegaron, una figura femenina salió de la cabaña. Se trataba de una joven de no más de quince años, de ojos amarillos y una extensa cabellera azabache. Iba vestida con un yukata de mangas largas y falda corta, unos guantes que ataban las mangas y un pantalón largo. Todas las prendas eran negras pero los adornados del yukata estaban hechos con rojo. Llevaba consigo una bandana de Uzushiogakure amarrada a la pierna derecha y por si fuera poco, también llevaba una especie de caja metálica de la que salían varias katanas.
Ambas féminas establecieron contacto visual por tan solo un instante, un segundo en el que los rostros de ambas se deformaron en una mueca de absoluta molestia y curiosamente, coincidieron a la hora de chasquear las lenguas.
Sin más por hacer, la de cabello azabache pasó a un lado de aquellos dos shinobis sin decir absolutamente nada y pronto desaparecería de la escena.
—Vamos —le dijo al Uchiha para luego acercarse a la puerta y dar unos golpes a la misma.
Y nadie atendió.
La pecosa volvió a llamar a la puerta, dando golpes algo más fuertes en medida que su molestia aumentaba. Pero nadie acudió.
Una vez más, la Kageyama llamó a la puerta, dando golpes bastante fuertes que hacían que la puerta se sacudiese de una forma algo violenta, dando a entender que podría romperse en cualquier momento.
Y al fin, se escuchó una voz bastante debilitada de un anciano.
—Ya va —decía el viejo, hasta que al fin abrió la puerta—. Ah, Koko —dijo con un tonito algo más alegre, luego desvió su mirada a Datsue y le inspeccionó de arriba abajo lentamente—. ¿Viene contigo? —preguntó llevándose una mano al mentón.
—Es un amigo, Uchiha Datsue —dijo haciéndose a un lado para no estorbarle a la vista.
El anciano no dijo más nada, simplemente se dio la vuelta y se adentró en la cabaña, ayudándose de su siempre leal bastón.
—Imagino que no vienes a por un chequeo, ¿verdad?
Ni bien escuchó la pregunta, Koko dedujo que le estaban dando autorización para ingresar y así lo hizo, indicándole al Uchiha que la siguiese.
—Vine para pedirle un favor —respondió la kunoichi quien caminaba lentamente detrás del viejo—. Necesito sedantes, los más fuertes que tenga.
Al escuchar aquello, el anciano se frenó en seco, giró la cabeza para observar a ambos shinobis de reojo y tras un momento, volvió su mirada hacia el frente, lo cual era literalmente una jodida pared sin nada en ella.
—¿Para qué los quieres? —cuestionó sumamente serio.