7/11/2017, 02:41
Tan pronto como la escena se tornó sumamente grotesca, Datsue se apresuró a intercambiar lugares, casi como si estuviese ofreciendo a la Kageyama cual sacrificio, lo que no contaba era con que la Sakamoto estuviese más que consciente de la presencia de aquellos dos, por lo que, aún tumbada sobre su más reciente víctima, les dirigió la palabra.
—No tenéis los huevos para mirarme y os hacéis llamar shinobis —dijo sumamente burlona, mientras se giraba y miraba por sobre su hombro a la más que temblorosa Kageyama—. Una lástima que no me guste la carne tan grasosa —le espetó a la rubia, antes de dar otro bocado al cuello de aquella persona cuya mirada pronto se apagó, ya sin vida.
Parecía muy a gusto con lo que hacía, y no era para menos. Para Sakamoto Katsumi, la carne humana era un manjar que muy pocos apreciaban, y muy pocos realmente estaban dispuestos a probar, entre los miembros del clan repudiaban aquella costumbre, pero muy poco le importaba por lo que —así sea a escondidas— seguía llevando a cabo tal práctica, y nada ni nadie la detendría a deleitarse con semejante placer.
—Están todos muertos —les dijo muy tranquila mientras se sentaba con sobándose el vientre—. Tomen lo que necesiten y reporten al viejo —les indicó, antes de soltar un sonoro eructo que la llenó de satisfacción.
Si cualquiera de los dos shinobis decidía observar los alrededores, podrían apreciar lo siguiente:
Un cuerpo mutilado de un hombre que apenas pasaría la veintena de años.
El cadáver de una mujer de unos treinta años, cuyos brazos habían sido arrancados, probablemente a base de mordidas.
El torso completamente desgarrado de otro hombre, que ya no gozaba de sus extramidades.
E infinidad de huesos dispersos por todas partes.
Así mismo, cerca de un árbol había una tela bastante extensa, parecía ser una especie de cortina roja, sobre la cual yacía una gran cantidad de carne, por no decir las extremidades faltantes de varios cadáveres. Y eso no era lo peor, probablemente eso fuese que la joven genin haya logrado semejante escena en meros minutos en que Datsue y Koko se debatían si era conveniente seguir o no…
—Venga… Que tengo hambre —les apresuraba, con una mirada algo… sugerente.
Pero Koko no podía reaccionar, estaba simplemente atemorizada.
—No tenéis los huevos para mirarme y os hacéis llamar shinobis —dijo sumamente burlona, mientras se giraba y miraba por sobre su hombro a la más que temblorosa Kageyama—. Una lástima que no me guste la carne tan grasosa —le espetó a la rubia, antes de dar otro bocado al cuello de aquella persona cuya mirada pronto se apagó, ya sin vida.
Parecía muy a gusto con lo que hacía, y no era para menos. Para Sakamoto Katsumi, la carne humana era un manjar que muy pocos apreciaban, y muy pocos realmente estaban dispuestos a probar, entre los miembros del clan repudiaban aquella costumbre, pero muy poco le importaba por lo que —así sea a escondidas— seguía llevando a cabo tal práctica, y nada ni nadie la detendría a deleitarse con semejante placer.
—Están todos muertos —les dijo muy tranquila mientras se sentaba con sobándose el vientre—. Tomen lo que necesiten y reporten al viejo —les indicó, antes de soltar un sonoro eructo que la llenó de satisfacción.
Si cualquiera de los dos shinobis decidía observar los alrededores, podrían apreciar lo siguiente:
Un cuerpo mutilado de un hombre que apenas pasaría la veintena de años.
El cadáver de una mujer de unos treinta años, cuyos brazos habían sido arrancados, probablemente a base de mordidas.
El torso completamente desgarrado de otro hombre, que ya no gozaba de sus extramidades.
E infinidad de huesos dispersos por todas partes.
Así mismo, cerca de un árbol había una tela bastante extensa, parecía ser una especie de cortina roja, sobre la cual yacía una gran cantidad de carne, por no decir las extremidades faltantes de varios cadáveres. Y eso no era lo peor, probablemente eso fuese que la joven genin haya logrado semejante escena en meros minutos en que Datsue y Koko se debatían si era conveniente seguir o no…
—Venga… Que tengo hambre —les apresuraba, con una mirada algo… sugerente.
Pero Koko no podía reaccionar, estaba simplemente atemorizada.