20/11/2017, 23:19
El gyojin había escuchado historias, historias de lo complejo que solía ser encontrar Tane-Shigai sin un guía que les ayudase a los viajeros a atravesar el Paraje del Bambú. De hecho, poco antes de concluir su travesía a través del extenso Paraje sin Sol, varios lugareños le ofrecieron sus servicios, pues según ellos: "la nieve era frondosa y los parajes sumamente confusos, más aún en estas épocas invernales".
Kaido, desde luego, habría pensado que se trataban de patrañas. Patrañas buenamente confeccionadas para arrancarle un par de ryōs del bolsillo. Así que los mandó a la mierda y continuó, sólo.
Y sólo se perdió, durante algún mal cruce, probablemente; que le terminó llevando hasta el corazón del laberinto de bambúes, donde hasta ahora sólo había podido encontrarse con algunas ardillas que huían poco renuentes al ver a aquel espécimen azul atravesando sus bosques. Entonces, sintió la necesidad de detenerse por un par de minutos para analizar su situación. ¿Qué podía hacer? volar no era una opción, desde luego, ya que eso de invocar animales alados que le permitiese zurcar los cielos era cosa de Daruu, y Koori. Tampoco iba a quedarse allí como un idiota esperando a que se le acabasen las provisiones, pues si las tempestades con las que Ame no Kami azotaba sus tierras natales no le habían matado, ¿por qué iba a hacerlo un poco de nieve, y un estúpido bosque engañoso?
Decidido, el gyojin tomó marcha hacia la dirección que él creía era el norte. Avanzó tan recto como le fue posible, marcando cada una de las cañas de bambúes que iba dejando atrás, y esperó a que su plan le llevase finalmente hasta alguna planicie abierta, o a algún área civilizada.
Así que caminó, y caminó. Por un par de horas, quizás, hasta encontrarse con algo que sin duda le llamó la atención. Un jovencito, sentado de forma tradicional con las rodillas por sobre la tierra, dándole la espalda. Sus brazos parecían estar sosteniendo un libro.
—Joder, ¡por fin! tengo dos horas buscando gente, pero éste bosque de mierda...
Si Kuranosuke le echaba el ojo, se encontraría con un muchacho alto, con vestimentas oscuras cubriéndole hasta el cogote. La bandana de Amegakure yacía plenamente visible por sobre su frente, cuyo amarre sostenía los frondosos mechones azules que tenía el escualo por cabellera. Además, su piel era tan azul como el color aguamarina de sus ojos, que en complicidad con aquel manojo de navajas que tenía por dientes, le daban una apariencia lo bastante tétrica y sorpresiva, por lo menos si era la primera vez que se encontraban con él.
—Necesito llegar hasta Tane-Shigai. ¿Sabes hacia dónde tengo que ir?
Kaido, desde luego, habría pensado que se trataban de patrañas. Patrañas buenamente confeccionadas para arrancarle un par de ryōs del bolsillo. Así que los mandó a la mierda y continuó, sólo.
Y sólo se perdió, durante algún mal cruce, probablemente; que le terminó llevando hasta el corazón del laberinto de bambúes, donde hasta ahora sólo había podido encontrarse con algunas ardillas que huían poco renuentes al ver a aquel espécimen azul atravesando sus bosques. Entonces, sintió la necesidad de detenerse por un par de minutos para analizar su situación. ¿Qué podía hacer? volar no era una opción, desde luego, ya que eso de invocar animales alados que le permitiese zurcar los cielos era cosa de Daruu, y Koori. Tampoco iba a quedarse allí como un idiota esperando a que se le acabasen las provisiones, pues si las tempestades con las que Ame no Kami azotaba sus tierras natales no le habían matado, ¿por qué iba a hacerlo un poco de nieve, y un estúpido bosque engañoso?
Decidido, el gyojin tomó marcha hacia la dirección que él creía era el norte. Avanzó tan recto como le fue posible, marcando cada una de las cañas de bambúes que iba dejando atrás, y esperó a que su plan le llevase finalmente hasta alguna planicie abierta, o a algún área civilizada.
Así que caminó, y caminó. Por un par de horas, quizás, hasta encontrarse con algo que sin duda le llamó la atención. Un jovencito, sentado de forma tradicional con las rodillas por sobre la tierra, dándole la espalda. Sus brazos parecían estar sosteniendo un libro.
—Joder, ¡por fin! tengo dos horas buscando gente, pero éste bosque de mierda...
Si Kuranosuke le echaba el ojo, se encontraría con un muchacho alto, con vestimentas oscuras cubriéndole hasta el cogote. La bandana de Amegakure yacía plenamente visible por sobre su frente, cuyo amarre sostenía los frondosos mechones azules que tenía el escualo por cabellera. Además, su piel era tan azul como el color aguamarina de sus ojos, que en complicidad con aquel manojo de navajas que tenía por dientes, le daban una apariencia lo bastante tétrica y sorpresiva, por lo menos si era la primera vez que se encontraban con él.
—Necesito llegar hasta Tane-Shigai. ¿Sabes hacia dónde tengo que ir?