30/11/2017, 11:17
El anciano asintió, lentamente.
—Bien... bien. —Se dio la vuelta, y señaló a una especie de expositor que había colgado en la pared del fondo. Hasta ahora, Reika no había reparado en él, y eso que era bastante llamativo. En el contenedor había una ausencia, una ausencia bien importante: la del contenedor. Dos piezas de plata pretendían sujetar un arma inexistente—. Ese es el lugar donde debería estar Escarlata, una espada que lleva aquí desde hace cuatro generaciones. Desde prácticamente que la tienda abrió. —Se dio la vuelta, y volvió a encarar a Reika—. Cuando mi familia dejó el servicio shinobi y fundó este comercio, la espada dejó de tener un uso práctico, pero he visto a mi abuelo y a mi padre tratar a esa espada como si fuera un hijo propio.
El anciano tosió y se encorvó. Le pesaba el cuerpo. La edad hacía estragos.
—Desgraciadamente, últimamente la he descuidado un poco. Hace unas semanas se cayó y la hoja se fracturó. Llevaba años sin cuidar de ella, y esto es lo que pasa cuando descuidas una espada en desuso con materiales centenarios y exóticos —rio, con alguna que otra tos adicional intercalada—. En este cuerpo no queda ya mucha vitalidad, y nada me dolería más que morir sin ver la espada de mi familia en su lugar, entera y brillante. El caso es que contacté con un herrero. Yamauchi-san, del Yunque Enamorado. Dicen que no hay mayor maestro herrero que él, de modo que le encargué la reparación. Creo que a estas alturas ya tendrá preparada la espada, pero hay mucho trabajo en la tienda, y mi ayudante no puede marchar.
»Por otra parte y como comprenderás, mis huesos y mi piel no aguantarán mucho bajo la tormenta, ja, ja, ja —rio—. Mi padre, cuando estaba ya viejo, solía decir que el dinero estaba para gastarlo, no para heredarlo. Y ese jovenzuelo de la trastienda tiene suficiente con que le deje la tienda, a pesar de que no sea hijo mío. Así que en vez de arriesgarme a romperme la cadera, envío a genin a recados, que es para lo que parece que os tienen, ja, ja, ja. —Se quejó de la espalda, encorvándose súbitamente. Se dio un pequeño masaje con la mano—. Ojalá asciendas pronto, chiquilla. Sé que al principio parecéis más recaderos que ninjas... Ahora, sé una buena muchacha y traeme la espada. Espera, que te doy la dirección de Yamauchi.
El viejo sacó una tarjeta de aspecto antiguo con una dirección: la del Yunque Enamorado. Se la tendió.
—Bien... bien. —Se dio la vuelta, y señaló a una especie de expositor que había colgado en la pared del fondo. Hasta ahora, Reika no había reparado en él, y eso que era bastante llamativo. En el contenedor había una ausencia, una ausencia bien importante: la del contenedor. Dos piezas de plata pretendían sujetar un arma inexistente—. Ese es el lugar donde debería estar Escarlata, una espada que lleva aquí desde hace cuatro generaciones. Desde prácticamente que la tienda abrió. —Se dio la vuelta, y volvió a encarar a Reika—. Cuando mi familia dejó el servicio shinobi y fundó este comercio, la espada dejó de tener un uso práctico, pero he visto a mi abuelo y a mi padre tratar a esa espada como si fuera un hijo propio.
El anciano tosió y se encorvó. Le pesaba el cuerpo. La edad hacía estragos.
—Desgraciadamente, últimamente la he descuidado un poco. Hace unas semanas se cayó y la hoja se fracturó. Llevaba años sin cuidar de ella, y esto es lo que pasa cuando descuidas una espada en desuso con materiales centenarios y exóticos —rio, con alguna que otra tos adicional intercalada—. En este cuerpo no queda ya mucha vitalidad, y nada me dolería más que morir sin ver la espada de mi familia en su lugar, entera y brillante. El caso es que contacté con un herrero. Yamauchi-san, del Yunque Enamorado. Dicen que no hay mayor maestro herrero que él, de modo que le encargué la reparación. Creo que a estas alturas ya tendrá preparada la espada, pero hay mucho trabajo en la tienda, y mi ayudante no puede marchar.
»Por otra parte y como comprenderás, mis huesos y mi piel no aguantarán mucho bajo la tormenta, ja, ja, ja —rio—. Mi padre, cuando estaba ya viejo, solía decir que el dinero estaba para gastarlo, no para heredarlo. Y ese jovenzuelo de la trastienda tiene suficiente con que le deje la tienda, a pesar de que no sea hijo mío. Así que en vez de arriesgarme a romperme la cadera, envío a genin a recados, que es para lo que parece que os tienen, ja, ja, ja. —Se quejó de la espalda, encorvándose súbitamente. Se dio un pequeño masaje con la mano—. Ojalá asciendas pronto, chiquilla. Sé que al principio parecéis más recaderos que ninjas... Ahora, sé una buena muchacha y traeme la espada. Espera, que te doy la dirección de Yamauchi.
El viejo sacó una tarjeta de aspecto antiguo con una dirección: la del Yunque Enamorado. Se la tendió.