4/12/2017, 16:10
El genin asintó, siguiendo al cliente.
Los intercambios entre él y el fornido granjero estaban siendo de lo más agradables. Ello, a su vez, le traía tranquilidad a Kuranosuke, puesto que parecía que no iba a tener desacuerdos o problemas con el hombre, ergo, podría concentrarse en su tarea sin ruido de fondo.
Poco después entraron en la choza fabricada en madera que el tuerto observó al llegar a la finca. Por supuesto, el muchacho se esperó a que se le invitara a entrar antes de llevar a cabo tal acción.
—Disculpe la intrusión —afirmó, tomando unos segundos para observar el hogareño panorama.
Cumpliendo con los deseos del señor Niwashi, Kuranosuke se internó en la habitación adyacente, la cual parecía estar dedicada al almacenamiento de herramientas y uniformes de trabajo. El mencionado le tendió todo lo que necesitaba para poder llevar a cabo sus deberes sin manchar sus ropajes habituales, además de equipo adecuado donde depositar las zanahorias cosechadas.
—Le agradezco que me confie estos aparejos, Niwashi-dono —esbozó una media sonrisa como respuesta a la ajena—. Tardaré solo un momento
El tuerto quedó en soledad, agraciado con la privacidad que necesitaba para cambiar sus ropajes. En primer lugar deshizo el nudo que mantenía su cinto unido y lo tomó, llevándose con él su querida kodachi envainada. La dejó —todavía atada al cinto— apoyada contra la pared más cercana. Acto seguido abrió la cremallera de su túnica y la retiró de su figura; la dobló con maestría y la dejó reposar junto a la espada. Hizo lo mismo con sus sandalias pantalones.
Ahora, completamente desnudo a excepción del taparrabos que cubría sus vergüenzas, el shinobi se apresuró a ataviarse con el mono de trabajo. Se calzó de nuevo sus fiables sandalias y se echó a la espalda la cesta. Por último, se puso los guantes.
«No es precisamente una armadura de combate, y estos guantes serían muy incómodos en caso de que necesitara precisión con mis dedos, pero me ayudará a cumplir con mi trabajo», razonó, dándose un último vistazo a sí mismo antes de abandonar la morada del granjero.
Se puso en marcha tan pronto se sintió satisfecho; no deseaba hacer esperar a Tsu más de lo necesario.
—Disculpe la tardanza —declaró al salir de la casa—. Estoy listo.
Los intercambios entre él y el fornido granjero estaban siendo de lo más agradables. Ello, a su vez, le traía tranquilidad a Kuranosuke, puesto que parecía que no iba a tener desacuerdos o problemas con el hombre, ergo, podría concentrarse en su tarea sin ruido de fondo.
Poco después entraron en la choza fabricada en madera que el tuerto observó al llegar a la finca. Por supuesto, el muchacho se esperó a que se le invitara a entrar antes de llevar a cabo tal acción.
—Disculpe la intrusión —afirmó, tomando unos segundos para observar el hogareño panorama.
Cumpliendo con los deseos del señor Niwashi, Kuranosuke se internó en la habitación adyacente, la cual parecía estar dedicada al almacenamiento de herramientas y uniformes de trabajo. El mencionado le tendió todo lo que necesitaba para poder llevar a cabo sus deberes sin manchar sus ropajes habituales, además de equipo adecuado donde depositar las zanahorias cosechadas.
—Le agradezco que me confie estos aparejos, Niwashi-dono —esbozó una media sonrisa como respuesta a la ajena—. Tardaré solo un momento
El tuerto quedó en soledad, agraciado con la privacidad que necesitaba para cambiar sus ropajes. En primer lugar deshizo el nudo que mantenía su cinto unido y lo tomó, llevándose con él su querida kodachi envainada. La dejó —todavía atada al cinto— apoyada contra la pared más cercana. Acto seguido abrió la cremallera de su túnica y la retiró de su figura; la dobló con maestría y la dejó reposar junto a la espada. Hizo lo mismo con sus sandalias pantalones.
Ahora, completamente desnudo a excepción del taparrabos que cubría sus vergüenzas, el shinobi se apresuró a ataviarse con el mono de trabajo. Se calzó de nuevo sus fiables sandalias y se echó a la espalda la cesta. Por último, se puso los guantes.
«No es precisamente una armadura de combate, y estos guantes serían muy incómodos en caso de que necesitara precisión con mis dedos, pero me ayudará a cumplir con mi trabajo», razonó, dándose un último vistazo a sí mismo antes de abandonar la morada del granjero.
Se puso en marcha tan pronto se sintió satisfecho; no deseaba hacer esperar a Tsu más de lo necesario.
—Disculpe la tardanza —declaró al salir de la casa—. Estoy listo.