5/12/2017, 22:14
El aspecto que Kuranosuke mejor conocía de la Torre de Ocio era, sin lugar a dudas, sus librerías. En múltiples ocasiones el tuerto se había dedicado a pasear de tienda en tienda, con algunos ryōs extra en su bolsillo, con la intención de adquirir una nueva obra de ficción.
No obstante, hoy sus intenciones eran muy distintas. No se encontraba del todo seguro, pero le parecía recordar que en alguna ocasión había pasado frente al restaurante. En cualquiera de los casos, el pergamino de la misión gozaba de unas instrucciones muy claras que seguir para llegar hasta el lugar señalado.
Pasó varios minutos en tránsito. Cuando el genin se encontró en las inmediaciones del restorán ya no necesitó de más indicaciones, la masa de gente acumulada alrededor del establecimiento le dijo todo lo que necesitaba saber. «Es cierto, algo decía el pergamino sobre una celebración. Maldita sea, eso quiere decir que no me faltará trabajo...», las pocas esperanzas albergadas por la psique de Kuranosuke se desvanecieron como el viento. No iba a ser una misión tranquila.
El pequeño híbrido de shinobi y samurái se detuvo un momento. Se tomó unos instantes para armarse de valor, recuperar su habitual confianza. Era bueno manteniendo la calma, y se aseguraría de tenerla en su posesión en todo momento.
Acto seguido echó a caminar en dirección a la fachada del restaurante. Se escabulló entre las colas de gente —comensales esperando su turno, por supuesto— con la intención de dar con alguien que formara parte del personal al que indicarle su identidad y motivos de su visita.
No obstante, hoy sus intenciones eran muy distintas. No se encontraba del todo seguro, pero le parecía recordar que en alguna ocasión había pasado frente al restaurante. En cualquiera de los casos, el pergamino de la misión gozaba de unas instrucciones muy claras que seguir para llegar hasta el lugar señalado.
Pasó varios minutos en tránsito. Cuando el genin se encontró en las inmediaciones del restorán ya no necesitó de más indicaciones, la masa de gente acumulada alrededor del establecimiento le dijo todo lo que necesitaba saber. «Es cierto, algo decía el pergamino sobre una celebración. Maldita sea, eso quiere decir que no me faltará trabajo...», las pocas esperanzas albergadas por la psique de Kuranosuke se desvanecieron como el viento. No iba a ser una misión tranquila.
El pequeño híbrido de shinobi y samurái se detuvo un momento. Se tomó unos instantes para armarse de valor, recuperar su habitual confianza. Era bueno manteniendo la calma, y se aseguraría de tenerla en su posesión en todo momento.
Acto seguido echó a caminar en dirección a la fachada del restaurante. Se escabulló entre las colas de gente —comensales esperando su turno, por supuesto— con la intención de dar con alguien que formara parte del personal al que indicarle su identidad y motivos de su visita.