15/12/2017, 17:58
(Última modificación: 15/12/2017, 18:28 por Uchiha Akame.)
Despedida, Invierno del año 217
Akame se arrebujó en su capa marrón mientras trataba de calentarse las manos en torno a la taza de té que humeaba en la mesa, frente a él. A aquellas horas de la mañana el ambiente era todavía demasiado frío para su gusto —acostumbrado, como estaba, al clima moderado de la costa en Uzu no Kuni—, y la sensación de gelidez y humedad se intensificaba notablemente por el hecho de que, en ese preciso momento, se encontraba suspendido a una considerable altura sobre el suelo.
Estaba en Tane-Shigai, ni más ni menos que la capital de Mori no Kuni. Akame había leído mucho acerca de aquel lugar de fantasía, de cómo sus edificios se combaban en formas agradables para la vista del hombre sin perder un ápice de resistencia ni calidad. De que las calles eran, en realidad, gigantescos puentes colgantes construídos integramente en madera que iban del tronco de un árbol a otro. De esos mismos árboles centarios, gigantescos y robustos que sustentaban el peso de una ciudad enorme sobre sus ramas. Pero la verdad era que todo cuanto había leído u oído del lugar palidecía ante la realidad; Tane-Shigai era muchísimo más majestuosa e impresionante de lo que jamás aquel joven genin pudiera haberse imaginado.
—Pero menudo frío... —masculló después de tomar un sorbo de su té.
Notó la calidez de su bebida confortándole y se caló un poco más la capucha, aunque no lo suficiente como para ocultar su rostro. Necesitaba estar visible por una sencilla razón; quería ser encontrado. No sólo eso, sino que esperaba visita.
Akame había llegado la noche anterior a la capital con un propósito muy claro; desentrañar el misterio del Templo de Uróboros. Dentro de la mochila que reposaba junto a él, sobre el suelo de la terraza donde estaba sentado, estaba el libro que hacía algunos meses había tomado prestado del despacho del mismísimo profesor Muten Rōshi, célebre académico de la Escuela de Historia de Taikarune. En él se trataban en profundidad los misterios que rodeaban aquel misterioso símbolo; el Uróboros. Una serpiente que se devoraba a sí misma, formando un círculo perfecto.
No era simple curiosidad histórica lo que movía al joven Uchiha. Por suerte o por desgracia, varios inquietantes acontecimientos y sucesos difíciles de explicar de forma coherente que le habían sucedido durante aquel año parecían estar directamente relacionados con aquel símbolo. Había pasado casi dos estaciones enteras estudiando el libro de Muten Rōshi, llegando a la inevitable conclusión de que el templo que buscaba probablemente no estaba perdido, sino que, simplemente, había muy pocas personas en Oonindo que pudieran reconocerlo como tal.
En realidad el lugar siempre había estado ahí, solo que, con el tiempo, había perdido por completo el interés de los nativos.
De modo que, tras reservar una habitación en el hostal —si es que se podía llamar así a la construcción esférica de cuatro plantas suspendidas entre las ramas de los árboles—, Akame había decidido colgar un anuncio en el tablón de una taberna cercana.
«SE BUSCA GUÍA»
Se precisa guía, a poder ser autóctono, que sepa proporcionar direcciones claras y llegar hasta los templos abandonados al Noroeste del país. Costes del viaje no incluídos. Retribución a convenir.
Interesados preguntar en este mismo establecimiento por Uchiha Akame.
Se precisa guía, a poder ser autóctono, que sepa proporcionar direcciones claras y llegar hasta los templos abandonados al Noroeste del país. Costes del viaje no incluídos. Retribución a convenir.
Interesados preguntar en este mismo establecimiento por Uchiha Akame.
Pese a que el cartel llevaba allí colgado toda la noche y parte de ese día—todavía era temprano, apenas las ocho de la mañana— nadie había preguntado por él.
Akame estaba lejos de darse por vencido, de modo que simplemente tomó otro sorbo de té y se dedicó a observar a los lugareños que iban de acá para allá por los puentes colgantes de Tane-Shigai. Sentado allí, en la terraza del bar —una plataforma de madera que sobresalía sobre la estructura esférica del hostal—, tenía una vista espléndida de ciudad pese a que no era el punto más alto. El lugar era amplio y había suficientes mesas para unos cuarenta o cincuenta clientes. Si uno se asomaba a la barandilla de madera que rodeaba toda la terraza, podía comprobar que en efecto estaban suspendidos a una altura considerable del suelo.