15/12/2017, 19:16
(Última modificación: 15/12/2017, 20:23 por Uchiha Akame.)
El uzujin alzó la vista tan pronto como aquel muchacho tomó asiento delante de él. Le llamaron la atención dos cosas; primera, su seguridad y desparpajo. Segunda, sus rasgos tremendamente similares a los propios. Claro, había muchas personas con el pelo y los ojos negros en el mundo, pero no de esa forma. La línea genética de los Uchiha era inconfundible, y para alguien que la había estudiado tan a fondo como Akame, resaltaba cuando alguien parecía estar —al menos mínimamente— emparentado con su linaje. Por esas dos cosas, aquel muchacho consiguió despertar su interés antes siquiera de decir la primera palabra.
—¿Uchiha Akame? Vengo por el anuncio.
Akame asintió con una sonrisa mientras se quitaba la capucha, dejando al descubierto sus facciones tan parecidas a las de aquel chico. Llevaba su melena azabache recogida en una coleta baja, y bajo la capa vestía con una camiseta de manga larga de color arena, pantalones largos azul marino y botas altas típicas de los shinobi. Pese a que no lucía su bandana de Uzushiogakure por ninguna parte —al fin y al cabo no estaba de servicio—, sí que llevaba sus portaobjetos, ambos ocultos bajo la capa. Uno atado al muslo derecho y el otro en la baja espalda. Su vieja espada reposaba, también, junto a la amarronada mochila de viaje.
A rostro descubierto, era fácil identificar que los parecidos terminaban en el pelo y los ojos. El kusajin era de facciones definidas y bien enmarcadas en su rostro, sin cicatrices, heridas o deformidades. Podría decirse que incluso apuesto. Akame, en cambio, parecía un perro apaleado. Rasgos escuálidos, nariz torcida, sendas cicatrices en el mentón y en los labios, ojeras avioletadas y el lóbulo de la oreja izquierda mutilado.
—¿Cómo has dicho que te llamabas? —inquirió el uzujin, tomando un sorbo de té—. Supongo que eres de por aquí, ¿no?
—¿Uchiha Akame? Vengo por el anuncio.
Akame asintió con una sonrisa mientras se quitaba la capucha, dejando al descubierto sus facciones tan parecidas a las de aquel chico. Llevaba su melena azabache recogida en una coleta baja, y bajo la capa vestía con una camiseta de manga larga de color arena, pantalones largos azul marino y botas altas típicas de los shinobi. Pese a que no lucía su bandana de Uzushiogakure por ninguna parte —al fin y al cabo no estaba de servicio—, sí que llevaba sus portaobjetos, ambos ocultos bajo la capa. Uno atado al muslo derecho y el otro en la baja espalda. Su vieja espada reposaba, también, junto a la amarronada mochila de viaje.
A rostro descubierto, era fácil identificar que los parecidos terminaban en el pelo y los ojos. El kusajin era de facciones definidas y bien enmarcadas en su rostro, sin cicatrices, heridas o deformidades. Podría decirse que incluso apuesto. Akame, en cambio, parecía un perro apaleado. Rasgos escuálidos, nariz torcida, sendas cicatrices en el mentón y en los labios, ojeras avioletadas y el lóbulo de la oreja izquierda mutilado.
—¿Cómo has dicho que te llamabas? —inquirió el uzujin, tomando un sorbo de té—. Supongo que eres de por aquí, ¿no?